La ola de robos y abusos sexuales -con dos violaciones consumadas- registrada la pasada Nochevieja en Colonia, y con réplicas constatadas en Berlín, Hamburgo, Düsseldorf, Stuttgart, Francfort, Bielefeld, Zurich y Helsinki, sigue conmocionando a Europa. La mezcla de horror y estupefacción es comprensible por tres motivos.
En primer lugar, por la dimensión y gravedad de unos hechos sin precedentes, ya que el número de denuncias no ha parado de crecer desde hace nueve días hasta 200. En segundo lugar, porque se trató de ataques masivos protagonizados por "un millar de hombres de aspecto árabe, magrebí y subsahariano" que actuaban en grupos coordinados, lo que ha llevado a la policía a hablar de "un nuevo tipo de criminalidad organizada". Y finalmente, porque la identificación entre los asaltantes de 18 solicitantes de asilo ha situado la política migratoria de Angela Merkel y la crisis de los refugiados en el centro de la polémica.
La extrema derecha saca réditos
Los partidos de extrema derecha tratan de sacar rédito político y convertir a los extranjeros de origen árabe y a los exiliados de las guerras de Siria, Afganistán e Irak en chivos expiatorios de una ciudadanía escandalizada que se siente insegura. La gestión de esta crisis por parte de las autoridades ha fomentado el alarmismo.
El jefe policial de Colonia rechazó el ofrecimiento de refuerzos de las comisarías de ciudades próximas pese a que los agentes que trataron de repeler las agresiones han admitido haberse sentido "desbordados". Aunque Angela Merkel ha forzado la jubilación anticipada de este comisario está por ver si este cese por sí solo sirve para frenar el miedo creciente a que sucesos así puedan volver a repetirse. El hecho de que el mismo tipo de asaltos se haya producido en varias ciudades fomenta la sensación de que pueda producirse un efecto imitación de índole delictiva.
Una trampa para decenas de mujeres
La ciudadanía está lógicamente indignada. Es incomprensible que una noche de celebración en pleno centro de grandes ciudades europeas se convierta en una trampa para decenas de mujeres indefensas sin que la policía pueda controlar la situación. La sociedad alemana no puede aceptar que una concentración implique peligro.
Alemania es un país muy sensible al racismo, por lo que se puede entender la cautela del Gobierno a la hora de afrontar este fenómeno. Pero la información sobre el número de victimas, la gravedad de los ataques y las pesquisas policiales se ha caracterizado más por la imprecisión que por la transparencia, lo que ha desatado rumores y todo tipo de comentarios xenófobos en las redes sociales. Es inadmisible que la policía hable de "ataques coordinados" sin aclarar qué pruebas tiene para mantener esta tesis.
Por si esto fuera poco, en plena crisis, un ministro llegó a aconsejar a las mujeres que mantengan una "distancia de un brazo" ante "personas extrañas", trasladando a las víctimas potenciales la responsabilidad de impedir el delito.
Los refugiados no son culpables
De ningún modo se puede acusar a los inmigrantes y sus descendientes, ni a los refugiados, ni a ningún colectivo étnico o religioso determinado de las fechorías cometidas por individuos, por muy organizados que estén y sea cual sea su lugar de origen. Pero si los investigadores creen que lo sucedido en Alemania responde a un nuevo tipo de criminalidad, la gestión del fenómeno debe ajustarse a la gravedad del fenómeno.
En un asunto tan delicado como éste la diligencia policial a la hora de detener a los culpables, la depuración de responsabilidades políticas y una información institucional detallada y puntual sobre los hechos son el mejor antídoto contra el miedo infundado y los prejuicios.