Moro o el político

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La tribuna

Moro o el político

El autor reflexiona sobre la personalidad del humanista inglés y hace un repaso de sus virtudes, entre las que destaca su coherencia, algo que le ha convertido en referencia permanente de los políticos.

16 enero, 2016 02:04

Cabría preguntarse si hay en la vida de Tomás Moro otras circunstancias, al margen de su martirio, que le hagan merecedor del patronazgo que ejerce sobre los políticos.

¿Cómo era este hombre para merecer un lugar en la eternidad, consecuencia de haber sido aquí un hombre para todas las circunstancias? John Bouge que le conocía  muy bien, afirmaba: "Era un caballero de grandes conocimientos jurídicos, artísticos y divinos y no tenía igual entre los hombres de su tiempo".

Y Erasmo de Rotterdam, su gran amigo, escribía en el Prefacio de su Elogio de la locura: "[…] me di muchas veces a pensar en los estudios que había compartido contigo y a complacerme con el recuerdo de amigos entrañables que se aparecían con su aureola de ciencia y de bondad. Entre ellos tí, mi querido Moro, eras el primero en acudir siempre a mi memoria: encontraba de nuevo en tu ausencia el mismo deleite, o más vivo aún, que encontraba antes en tu compañía, durante las horas que pasamos juntos y que considero como las más felices de mi vida". Después añadía: "[…] debido a la increíble suavidad y dulzura de tu corazón, con todos los hombres tratas, con todos te avienes y con todos te diviertes".

Nada mejor que la carta que envió a su editor para hacerse una idea del encanto personal de Tomás Moro

Pero quizás nada mejor que la carta enviada por Moro a su editor Peter Gilles explicándole su tardanza en escribir Utopía para hacerse una idea de su encanto personal, de su personalidad enteriza, de su coherencia de vida. Decía Moro unas palabras que bien podrían inspirar, salvando las circunstancias de tiempo y condición personales, lo que debería ser la vida de un político o de un jurista de hoy: "Ora dedico mi tiempo a los asuntos legales, en unos como defensor, en otros como auditor, en otros como árbitro que decide la reparación, en otros como perito o sentenciando un caso como juez; ora voy a ver y visitar a mis amigos, o bien me ocupo de mis asuntos privados; ora paso todo el día fuera con los otros, y el resto en casa con los míos y así no me queda para mí, es decir para mi libro, nada de tiempo. Porque cuando llego a casa debo reunirme con mi mujer, charlar con mis hijos y hablar con mis criados. Cosas todas ellas que considero y cuento como trabajo por cuanto se han de hacer necesariamente y es preciso que se hagan a menos que uno quiera ser un extraño en su propia casa. Y cualquier hombre prudente debe acomodar y ordenar sus circunstancias y comprometerse y disponerse de manera que se muestre alegre, feliz y agradable con aquellos a quienes la naturaleza ha designado o el azar ha convertido o él mismo ha elegido para ser miembros y compañeros de su vida […] Entre tales cosas aquí repasadas transcurren los días, los meses los años”.

La vida de Moro se presenta en ese texto coherente, no esquizofrénica; equilibrada, abierta a la necesidad de responder a las obligaciones nacidas de los múltiples vínculos en que la convivencia consiste. Este ejemplo de hombre cabal, de carne y hueso,  resulta bien distinto de los modelos intelectuales elaborados por la teoría económica clásica -el homo oeconomicus-, o por el análisis sistémico de la política -political person-, que reducen a la persona solo al haz de comportamientos relevantes para la economía o la política. Uno y otro modelo renuncian a la consideración de la persona como sujeto moral.

El uso de criterios de conducta distintos en el ámbito público y en el privado causa esquizofrenia moral

Este considerar dimensiones específicas y aisladas de la conducta en orden a facilitar un conocimiento analítico mas acabado y libre de contaminaciones no científicas tiene también un reflejo existencial si se puede hablar así. Una inconsciente trasposición de la teoría en la práctica social visible en muchos lugares.

El establecimiento de criterios de conducta distintos en el ámbito público y en el propio de la vida privada lleva de manera inevitable a una situación de esquizofrenia moral, siendo así que la unidad profunda de la persona reclama una coherencia en la conducta sin la que es imposible mantener a la larga un estilo de vida humana digna.

Esa necesidad de tener en cuenta siempre al hombre entero, tan presente en la conducta de Moro, se hace especialmente necesario en el campo del derecho y de la política. En este ámbito, el Canciller de Inglaterra supo introducir siempre el momento del perdón como modo de recuperar la dignidad de la persona, aunque algunas antropologías promuevan lo contrario.

La dignidad del hombre es siempre recuperable en el perdón, y eso es algo que Moro sabía bien 

La figura de Hugo, por ejemplo, el protagonista sartriano de Las manos sucias, resulta dolorosa. Sin esperanza de un después que dé sentido a su vida, se encuentra, además, sin la esperanza del ahora mismo, angustiado en su conciencia y rechazado por su Partido para quien es ya inútil. El telón cae, en esta obra teatral, con las palabras del protagonista que proclaman su situación de no recuperable, mientras espera que sus antiguos camaradas le asesinen. Desde la perspectiva de Sartre no es posible entender que la dignidad del hombre es siempre recuperable en el perdón.

Moro lo sabía bien. Por eso, desde la Torre de Londres en la que esperaba la muerte -una muerte que le llegaría por la fidelidad a sus convicciones-, cercado por la humedad y por las ratas, con el consuelo de Dios y el apoyo humano de unas pocas visitas de su hija Meg escribía -no sin cierto humor-, sobre lo que constituía la razón de su fuerza. Lo que le había conducido a llevar con naturalidad sus compromisos en el campo político, en el familiar, en el del trabajo o en el de la amistad: "No tengas mala voluntad hacia ningún hombre. Pues una de dos: o es bueno o es malvado. Si es bueno y le odio, entonces yo soy el malvado. Si es un hombre malvado, bien se arrepentirá y tendrá un buen morir y se irá con Dios, o se quedará en su maldad y se irá al Diablo. Déjame recordar que, si se salva, no dejará de amarme de todo corazón -si yo también me salvo como espero- y entonces le amaré de la misma manera. Por lo tanto, ¿por qué odiar durante algún tiempo a alguien que después me amará siempre? ¿Por qué ser ahora enemigo de quién estará un día unido conmigo en amistad eterna? […] No dudo en dar este consejo a todos mis amigos: a no ser que por razón de un cargo público caiga bajo la responsabilidad de alguien castigar a un hombre malvado, abandone esa persona el deseo de castigar […] Nosotros, que no somos mejores que los hombres mediocres, recemos siempre para que los demás alcancen el arrepentimiento misericordioso que nosotros también necesitamos según el testimonio de nuestra propia conciencia".

*** Juan Andrés Muñoz Arnau es profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de La Rioja.

*** Ilustración: PEPO&CO

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