Un rasgo de la nueva política es que es menos previsible y, por tanto, muchísimo más divertida. Con la vieja sabíamos a qué atenernos. Sólo había dos grandes partidos y, a kilómetros de profundidad, el pecio del Partido Comunista, dos formaciones nacionalistas y la patulea proetarra. Ahí acababa España.
Ahora es distinto. En el Congreso hay cuatro partidos con pretensiones, y uno de ellos es, en realidad, un partido de partidos. Pero esos partidos se componen de otros, igual que en el juego de las muñecas rusas.
Lo acabamos de ver. Podemos tenía una tropa de 69 diputados, pero de la noche a la mañana se le ha dispersado un puñao, porque le han surgido de dentro, como a la niña de El exorcista, En Comú Podem, En Marea y Comprís-Podemos-És el Moment. Pablo Iglesias les había prometido grupo parlamentario a los tres. Lástima. No ha sido posible.
Para saber cómo ha caído la noticia en En Comú Podem tendremos que preguntar a los militantes de Podem Catalunya, a los de Iniciativa per Catalunya Verds, a los de Esquerra Unida i Alternativa, y a los de Equo y Barcelona en Comú. Claro que, para hacernos una idea aproximada de lo que opinan en En Marea, es preciso escuchar a los representantes de Esquerda Unida, a los de Anova, a los de Marea Atlántica, a los de Compostela Aberta y también a los de Ferrol en Común.
Donde están más molestos es en Compromís. Pero hete aquí que no es lo mismo el Bloc Nacionalista Valencià, que Iniciativa del Poble Valencià o que Els Verds-Esquerra Ecologista, aunque todos conviven bajo la misma nomenclatura. Realmente apasionante este tutti frutti.
En un intento por mantener la amalgama, Iglesias ha encontrado una solución: ya que no puede fundar cuatro grupos parlamentarios ha creado otras tantas "agrupaciones parlamentarias" con la misma soltura con la que Alejandro cortó de un tajo el nudo gordiano. Y sólo acaba de principiar la legislatura.
Este divertimento en el que se ha convertido la política no es exclusivo del Parlamento español. Cataluña lleva un tiempo sirviendo ejemplos abracadabrantes. Inolvidable la asamblea de la CUP en la que tenía que decantar el fiel de la Generalitat y que acabó en empate a tropecientos tras doce horas y tres votaciones. Maravillosa, igualmente, la explicación de su diputado Antonio Baños en la hora de la dimisión: no se sentía "capaz de defender" la decisión de las bases. Y eso en un partido asambleario cuyo primer mandamiento es ser la voz de lo que vota su gente.
¿Promete o no promete esta nueva política?