Pablo fue a ver al Rey en vaqueros, arremangado y calzando deportivas. En verano, cuando (vice)presida el Gobierno de Pedro Sánchez, igual hace Consejos de Ministros en bañador. O, si es nudista, como la falsa Teresa Rodríguez, que este detalle no viene en la web de Podemos, igual los dirige sin nada: con la coleta al aire.
No sería tan raro. Si Iglesias quiere un ministerio de la Plurinacionalidad en este país que se rompe; si quiere levantar barricadas como las de aquel mayo o reinventar el comunismo ya fracasado de la vieja Europa; si quiere ser el Guevara del nuevo siglo, pues no, no sería tan raro.
Tampoco pensábamos que una presidenta de un parlamento autonómico gritaría, tras ser investida, un "Viva la República (catalana)". Ni que el Partido Popular tendría a su tesorero de 20 años en la cárcel. Ni que el presidente le enviaría mensajes de ánimo (y no pasaría nada). Ni que una hermana del Rey se sentaría en un penoso banquillo, en la hermosa isla en la que solía veranear, acusada de corrupción, con la imagen de su hermano presidiendo la sala.
Y tampoco sospechábamos que un partido que cosecha el peor resultado de su historia pudiera, aun así, gobernar como si hubiera arrasado en las elecciones, como está a punto de ocurrir. Pero esto es España, y aquí, ya ven, pasan cosas raras.
En el fondo, que Pablo acuda a la Zarzuela en vaqueros no es tan importante. Más trascendente es su jugada maestra delante de la Corona. En una sola acción noqueó a todos sus rivales. Incluido el Rey, al que ese cercano y sonriente "¿cómo estás?" le debió sonar, como mínimo, extraño y perturbador.
No menos singular debió parecerle a Felipe VI la propuesta de Gobierno que planteaba Iglesias que, lejos de resultar puramente formal, recogía una potentísima batería de argumentos y decisiones que acababan, como los cuentos felices, con él de vicepresidente de un Ejecutivo en el que, quien firmaría como nuevo presidente del Gobierno tendría, forzosamente, que sonreír a un destino preparado, hasta el último detalle, por el propio Iglesias.
Tendría gracia Pablo si no fuera porque, como hace la quimioterapia, destruirá las células malas, pero también las buenas, y nos dejará en la UCI. Seguro que para entonces ya ha pensado Rajoy qué hacer.