En los colegios públicos de la Transición, hediondos hervideros de niños traviesos, viejos maestros nacionales y jóvenes profesores del 68, el tuteo prendió las aulas de un ingenuo revuelo.
Junto a don Antonio, más conocido como doctor Galleta por su tendencia a la bata blanca y la colleja; doña Joaquina y su pedagogía de palmetazos y mordazas; y don Mariano el de 5º, tan empeñado en enseñar ajedrez como en enmendar zurdos a base de pescozones, apareció una hornada de maestros novicios que pedían el tuteo.
Guiados por el espíritu mayista de quienes ansiaban expulsar de los colegios de pueblo su atmósfera de cuartelillo, los maestros en vaqueros convivieron con los defensores de la letra con sangre entra sabedores de que la biología y las jubilaciones desterrarían para siempre la verticalidad de los protocolos.
Ahora comprobamos que la desaparición del don, del usted y del su mermaron el respeto hacia la figura del profesor, y que la educación -sobre todo la pública- sigue siendo deficitaria en medios, idiomas y formación; ineficaz e ineficiente según todos los estudios comparados.
Aquella revolución en los usos ha tomado ahora Zarzuela. La Casa del Rey está encantada con la falta de modales de los delfines de la nueva política. Al Rey padre había que entrarle con leve inclinación de barbilla, seguido de Su Majestad y en adelante señor, advertían los edecanes antes de una audiencia.
Para ver a Felipe VI, sin embargo, uno puede dejarse la tercera persona en casa y llevarle una serie, un libro, o el último número de El Jueves; y a Zarzuela le parecerá bien porque "ésta es la casa de todos", según han explicado a mi compañera Ana Romero.
Ahora se entiende que Pablo Iglesias fuera a ver al rey indie en mangas de camisa; que Alberto Garzón le negara la condición de jefe de Estado y se refiriera a él como al "ciudadano Felipe Borbón" -el "de" nobiliario es una reminiscencia del ancien regime-; o que los representantes de En Comú Podem y En Marea tutearan a Felipe "porque todos somos iguales". El más atrevido fue Joan Baldoví (Compromís), que le regaló los Fueros de Valencia "abolidos por justo derecho de conquista por su antecesor Felipe V".
Felipe VI, que en su día hizo de chófer de Artur Mas, como bien recordó en estas páginas el repúblico García-Trevijano, pretende acercar la Monarquía al pueblo; una incongruencia inducida por el complejo que quizá le produce la apabullante campechanía de su padre.
Uno entiende que las formas son contenido, que la revolución empieza con el lenguaje, y que los adjetivos y atributos llevan implícito su antónimo, de tal modo que sólo puede considerarse llano a quien se presupone ceremonioso o estirado.
Al guillotinar su protocolo, la Corona ha dejado de ser un elemento decorativo más o menos oneroso para convertirse en una institución que implora su reconocimiento y que, por tanto, tiende irremediablemente hacia su ocaso.