El siglo XXI está lleno de incertidumbres y ataques a la libertad. La libertad sólo puede florecer en el marco de estados seguros bajo el imperio de la ley. Las personas que padecen más sufrimientos son aquéllas que habitan en zonas geográficas que no tienen seguridad ni fronteras definidas y que son estados fallidos, “no estados”, en África o en la antigua Siria e Irak.
El estado (sobre todo si es el resultado de una prolongada convivencia como nación, como es el caso de España) es una obra de arte, porque es garantía de convivencia y libertad. Por eso hay que defenderlo frente a sus enemigos: los exclusivistas, los separatistas, los demagogos y los populistas. El estado, como obra de arte, es caro, delicado y frágil. Un gobierno democrático, controlado por un parlamento representativo, que garantice la seguridad, la propiedad, la libertad y no sea abusivo, es una carga ligera, imprescindible y valiosa.
Incluso en EEUU emergen casos de populismo que recogen un descontento con el stablishment
En este siglo, los superestados (grandes naciones o conjunto de naciones con cientos de millones de personas) tienen el reto de garantizar la propiedad y la seguridad. En ellos, la libertad, la representación y control político es muy deficiente. En la práctica, salvo para los Estados Unidos, es difícil conjugar todos esos objetivos por la complejidad que conlleva. Pero incluso en los Estados Unidos emergen casos de populismo del estilo de Berlusconi en la personalidad de Donald Trump, que recoge un descontento de muchos ciudadanos con el stablishment.
El caso de las naciones europeas agrupadas en la Unión Europea es representativo del intento de constituirse como un superestado. La calidad de la representación, de la democracia en el Parlamento Europeo, es muy baja y produce movimientos populistas y de euroescépticos cada vez más ampliamente representados.
El populismo en España es hijo de la tecnocracia de Rajoy y del infantilismo izquierdista de ZP
Francis Fukuyama, agudo analista que definió el Fin de la Historia por la supremacía mundial del sistema demo-liberal, sostiene que el populismo no es una amenaza de la democracia como lo fue, en los años veinte y treinta del pasado siglo, el comunismo o el fascismo. Creo que tiene razón. El populismo es una enfermedad derivada del deficiente funcionamiento de la democracia y florece en las crisis económicas y cuando las élites políticas se burocratizan y caen en la tecnocracia (Rajoy) o en el infantilismo izquierdista (Zapatero).
El PP y el PSOE, en lugar de desarrollar y habilitar la Monarquía parlamentaria, tal y como dispone la Constitución, han construido un Estado de partidos, que es el que está en crisis. Cuarenta años después del inicio de la democracia, en España se vuelve a plantear la disyuntiva entre los continuistas del régimen constitucional de 1978, los reformistas y los rupturistas. Los continuistas son inmovilistas, como Mariano Rajoy, para quienes lo mejor es seguir como siempre, es decir, no cambiar nada, rumbo al precipicio; para los reformistas, se trata de valorar los muchos aspectos positivos de casi cuarenta años de libertad, democracia y estabilidad, cambiando los elementos que permitan mejorar la calidad de nuestra democracia. Los rupturistas, agrupados por vez primera, y con amplio apoyo electoral (Podemos, CUP, Esquerra, mareas, IU, Bildu, etcétera), pretenden volver a 1975 y realizar la ruptura que la sociedad española desechó entonces en beneficio de la Transición.
El PP no ha renovado ni personas ni proyecto. Resultado: la tormenta perfecta, ni gobierno, ni líder, ni partido
¿Cómo hemos llegado, o vuelto, a esta situación? Desde 1982, los aciertos de los gobiernos españoles están en la base de un largo periodo de libertad, democracia y estabilidad. Ese es el activo. También hay un pasivo. Los cuatro últimos presidentes del gobierno, hasta 2016 (González, Aznar, Zapatero y Rajoy), han elegido, en el desarrollo político y constitucional, el camino de la perdición en lugar de la senda de la virtud. Estos cuatro presidentes, por acción o por omisión, han deteriorado la calidad de la democracia, anulado la división de poderes, depreciado el principio esencial de la representación, han limitado o anulado la democracia interna de los partidos, con el resultado de una corrupción sistémica que ha terminado por hartar a buena parte del electorado de todas las tendencias.
Además, los partidos mayoritarios no han actualizado sus proyectos políticos. El PSOE ha renovado personas, líderes, pero no ha elaborado un programa socialista para el siglo XXI. Resultado: cada vez están más fuera de la realidad. El caso del PP es aún peor: no ha renovado ni personas ni proyecto. Resultado: la tormenta perfecta, ni gobierno, ni líder, ni partido.
El PSOE ha despertado tensiones guerracivilistas en España con su revanchista Ley de Memoria Histórica
El partido socialista, ante la posibilidad de perder el poder en 1993, sacó a pasear al general Franco para neutralizar el viaje al centro del nuevo PP, en el que un mal informado José María Aznar tomaba referencias históricas y políticas de Manuel Azaña. En esa posición defensiva, el PSOE demostró el agotamiento del proyecto socialdemócrata de 1982, y González cayó en 1994 en un ensimismamiento y bloqueo del que el PSOE no se ha repuesto cuando perdieron las elecciones frente al PP en 1996.
Visto con perspectiva, Felipe González debió dar paso a un nuevo líder que renovara un programa político socialista en la línea de modernización del laborismo británico o de la socialdemocracia europea. El PSOE no lo ha hecho y se encuentra huérfano de propuestas o anclado en políticas keynesianas de los años sesenta del pasado siglo. Por si fuera poco, Zapatero ha despertado, imprudentemente, tensiones guerracivilistas en España con su revanchista Ley de Memoria Histórica, que un pasivo y acomplejado Rajoy ha sido incapaz de derogar o rectificar.
El PP tuvo un proyecto político desde 1990 gracias, en parte, al fuerte impulso thatcherista en Europa
El PP tuvo un proyecto político desde 1990 con renovación de personas y de ideas. El fuerte impulso thatcherista en toda Europa influyó en el PP, en un programa de privatizaciones, potenciación de la sociedad civil, recuperación de la división de poderes, reducción de impuestos y limitación del peso del estado en la sociedad. Aunque, sólo muy parcialmente, se cumplió este proyecto después de 1996, por lo menos, el impulso de sus propuestas políticas duró hasta 2004. A partir de entonces, el PP abandonó la renovación de sus líderes y programa político para limitarse a una crítica de los despropósitos infantiles e izquierdistas del presidente Zapatero. En 2011 la caída en picado de Zapatero posibilitó al centroderecha un triunfo electoral que cualquier candidato del PP hubiera ganado por amplia mayoría.
La libertad recuperada en 1975, de nuevo, se encuentra cuestionada por los populismos, la extrema izquierda y los separatistas. La reciente irrupción de descamisados en el Congreso de los Diputados, en una suerte de reivindicación de los sans-culottes de la Revolución francesa, es el resultado de los errores del PP y del PSOE ante la ausencia de autocrítica y rectificación de la deriva de la decadencia de la calidad de nuestra democracia.
De Podemos cabe esperar corrupción, peor democracia, libertad mediatizada y más gasto público
El nuevo partido Podemos no ha hecho más que poner el oído en la calle. ¿Y qué es lo que han escuchado en la calle, en la Puerta del Sol? Un enorme descontento de los españoles con la corrupción política, por la connivencia de los poderes económicos con los políticos y una hartura de sus privilegios. Lo malo es que Podemos, lo que va a producir, como su modelo chavista venezolano, es justamente lo contrario: más corrupción, peor democracia, libertad mediatizada y gasto público disparatado.
Los nuevos parlamentarios podemitas, beneficiados por una estrategia de comunicación de debilitamiento del PSOE, se sientan ahora en el Congreso de los Diputados al lado del atónito presidente del gobierno en funciones. Todo un éxito de la política de laboratorio. Lo inteligente hubiera sido escuchar el ruido ensordecedor de los ciudadanos y rectificar, reformar lo que se viene haciendo mal desde 1982: división de poderes, prevalencia de la representación sobre la gobernabilidad, democratización interna de los partidos, consolidar un modelo territorial que integre y no separe la nación, modificar y reducir la financiación pública de partidos mejorando la financiación de los candidatos. En otras palabras: menos poder y atribuciones de los aparatos del partido y mayor protagonismo y peso de los representantes de la ciudadanía.
La élite política va por detrás de las demandas de la sociedad y, al no recogerlas, genera frustración
Las reformas posibles y necesarias han sido analizadas en una amplia bibliografía desde 2012 en adelante. Los partidos mayoritarios conocen los problemas y eventuales soluciones. Reformas que sólo parecen posibles en medio de una gran crisis o cuando los dirigentes políticos se ven obligados a hacerlo. La élite política va por detrás de las demandas de la sociedad y, al no recogerlas, la frustración que genera favorece el populismo y también el nuevo reformismo de Ciudadanos.
Al igual que en 1975, hay una amplia mayoría de ciudadanos españoles más partidarios de la reforma que de la ruptura, más partidarios de aprovechar lo bueno realizado en cuarenta años antes que tirar por la borda lo obtenido: la integración europea y una Monarquía y Constitución garante de nuestras libertades y de nuestra tradición histórica como nación.
*** Guillermo Gortázar es historiador y abogado. Es militante del PP y fue diputado en la V, VI y VII legislatura.