La gran desgracia de Pablo Iglesias es que no ha podido casarse con quien él quería de verdad, el hombre al que ama locamenti: Pablo Iglesias. Él es su príncipe azul (¡o morado!), el que le hace tilín y por el que lo dejaría todo; todo menos esa fenomenal posesión que es ser Pablo Iglesias.
Billy Wilder decía que la luna de miel perfecta fue la de Hitler y Eva Braun, que nada más casarse se envenenaron con cianuro. Pero Iglesias lo podría superar. Menuda noche de bodas sería la suya consigo mismo: Pablo Iglesias descendiendo por su coleta hasta Pablo Iglesias, como Tarzán por la liana hasta Jane. “Yo, Pablo. Tú, Iglesias”. ¡Y a consumar! Y a la mañana siguiente, como dos tortolitos, desayunar tostadas con mermelada de mora...
La lástima es que los votantes no han estado por la labor. La fragmentación del voto ha impedido las pasiones unipersonales. Lo que les han dicho las urnas a los candidatos es que formen parejas, e incluso tríos y cuartetos. Y Pablo Iglesias, antes de que se le pasara el arroz (que Oltra se prestó –antifeministamente– a cocinar), llamó en matrimonio a Pedro Sánchez, al fin y al cabo el líder del partido que fundó Pablo Iglesias.
Digo “llamó en matrimonio” porque fue justo eso lo que hizo: exigirle su mano y la vicepresidencia del gobierno (con el servicio secreto, los tanques y un tricornio de ajuar). Del mismo modo que su ídolo Chávez decía “¡exprópiese!”, Iglesias le dijo a Sánchez “¡cásese conmigo!”.
Pero Sánchez se ha dado el gustazo de darle calabazas. Aunque, en vez de hacerlo de frente, lo ha hecho tras jugar un poquito con él, como recuperando el espíritu lúdico de la socialdemocracia de los ochenta. Mientras le daba esperanzas, se lo montaba con otro. Pensando ya en el matrimonio, lo cierto es que, si uno tiene como pretendientes a Joselito y a Pablito Calvo, a quien elige es a Pablito Calvo. Así Sánchez ha elegido a Albert Rivera, con quien proyecta una boda de primera comunión.
Ahora Pablo Iglesias se desespera en el altar. Conceptualmente, está donde él quería: vestido de novia y a solas consigo, sin ningún moscón que no se llame Pablo Iglesias. Pero hemos visto que eso no puede ser. No todo está perdido, sin embargo: aún hay un hombre que puede impedir que Sánchez y Rivera se casen. Con él sueña Pablo Iglesias en el altar: Mariano Rajoy, su última esperanza.