Los algoritmos son los nuevos dioses. La frase puede resultar efectista, sensacionalista incluso, lo admito. Pero cuando rascamos más allá de esa tentación,¿qué nos encontramos?
Un algoritmo, el de Google en un 97% de los casos en España, decide qué información nos muestra cuando buscamos algo en nuestros smartphones u ordenadores. ¿Qué hace que en esas búsquedas aparezcan unos resultados en lugar de otros? El algoritmo explora nuestros intereses, nuestras inclinaciones y nuestras preferencias, y trata invariablemente de servirnos aquello que nos interesa más. ¿Hemos caído en la cuenta, como dice Eli Pariser, que aquello que tendemos a desechar o a lo que prestamos menos atención termina desapareciendo de nuestra vista, convirtiendo nuestra experiencia web en una “cámara de los espejos”, en una burbuja que refuerza nuestros sesgos, nuestras percepciones y nuestras opiniones?
Instagram, desde hace algún tiempo propiedad de Facebook, se apunta a este culto y opta por que, a partir de ahora, sea un algoritmo el que decida qué fotos vemos y cuáles no. Según su fundador, Kevin Systrom, el cambio tiene mucho sentido, porque el usuario medio únicamente llega a ver el 30% de las fotos de sus contactos, lo que hace que sea interesante preocuparse porque ese escaso tercio de las fotos que acaba viendo sean las que tengan más posibilidades de interesarle más. Facebook lleva años haciendo lo mismo: lo que vemos no es lo más reciente ni lo que dicen todos nuestros amigos, sino lo que ese algoritmo convertido en dios juzga que nos va a gustar más. Twitter lo introdujo el pasado febrero, entre fuertes protestas de sus usuarios.
Los algoritmos intentan maximizar el número de veces que interactuamos con el contenido. Si vas a ver únicamente algunas fotos, algunas actualizaciones o algunos tweets porque las horas del día no dan para más, mejor que sean los que tengan más posibilidades de interesarte y de ser compartidos. Como en otras religiones, se busca abiertamente el proselitismo, la expansión, el crecimiento, el compromiso. Si tu dios reafirma tus convicciones, compartirás más, y atraerás a otros fieles.
Vivimos un cambio de era. De creer en dioses, a creer en algoritmos que nos dan lo que creíamos buscar, lo que nos gusta encontrar, lo que se supone que nos interesa. Algoritmo nuestro que estás en los cielos y me das lo que busco. Controlar un algoritmo implica ser capaz de generar, popularizar y modificar creencias, de dominar hasta el estado de ánimo de tus fieles. Si eso no es poder, pocas cosas lo son.