Guste o no, lo que ha conseguido Podemos en estos dos últimos años resulta extraordinario. Antes del 1 de abril de 2014, los morados no eran más que un grupo de indignados que defendía una revolución utópica. Aspiraban, también, a canalizar el enfado generalizado, el que derivó en el 15-M y que, después, tomó una forma más plausible, esa que le permitía posicionarse como una apuesta política real.
Los cinco escaños que logró el partido de Iglesias en Estrasburgo mostraron otro escenario al de las plazas y las calles llenas de gente: eran -son- mucho más que una banda de idealistas confusos y desorganizados e iban -y van-, como Sánchez en la investidura, como el Partido Popular en las últimas elecciones, “en serio”.
No han transcurrido aún dos años de esa fecha aunque, por todo lo que ha sucedido en la política española, parece que han pasado lustros. En este período, a Podemos le ha dado tiempo a obtener un resultado electoral inimaginable hace muy poco, a bloquear -junto, curiosamente, el PP-, la creación de un Gobierno y a sufrir, incluso, su primera gran crisis interna. Demasiado, posiblemente, para un partido que, como Diego, el hijo de Bescansa que lloró en el Congreso, aún lleva pañales.
Afirma la cofundadora de Podemos que en su partido no hay “divergencias ideológicas”, y que la purga del secretario de Organización, Sergio Pascual, así como las dimisiones de los otros nueve miembros de la formación en Madrid, responden a algo “natural” en política.
Sin embargo, los hechos, que suelen ser tercos y aclaratorios, parecen confirmar las existencia de dos tendencias enfrentadas en la formación morada. Y eso, lo de la división interna, sí que es natural en todos los grupos políticos salvo en el PP, en donde la sumisión al líder ha sido -casi siempre- absoluta. Solo ahora, con Pablo Casado señalando la puerta de salida a Rita Barberá, se ha visto -¡por fin!- en los populares algo de discrepancia interna.
Por un lado, los errejonistas, algo más cercanos al modelo socialdemócrata, y por tanto más cerca de las líneas esenciales del PSOE; por otro, los seguidores del secretario general, que le ríen todas las gracias, incluido el beso a Domènech, y que aplauden la cercanía de su corriente con las trincheras ideológicas que defienden los Gobiernos de países como Venezuela.
El verdadero choque entre unos y otros, tan alejados en el fondo, está aún por llegar. El período preelectoral que comenzará en breve ofrecerá un momento seguramente idóneo para que estallen las “divergencias tácticas” que separan a los dos máximos mandatarios de Podemos. Entonces se verá si la formación morada actúa como un partido al uso o si, de verdad, ha aprendido a enriquecerse con el margen de pluralidad adecuado, y deseable, en cualquier grupo político.