En la laminación del errejonismo Podemos viaja a la semilla comunista y revisita una larga historia de purgas y condenaciones. El partido del amor ha descubierto que la laminación del rival es el motor de la historia y avanza a zancadas en pos de su destino. A Pablo Iglesias se le aparece el espectro de Andreu Nin mientras criba la organización de enemigos internos y aúpa a su familia a las torres del partido.

Con el cisma entre pragmáticos y revolucionarios, Podemos abunda en su leyenda de formación heredera del marxismo y da una vuelta de tuerca a la dialéctica de los crímenes saturnales entre padres e hijos. El barniz ideológico no hace menos cruentas las guerras internas, así que Íñigo Errejón sueña con León Trotski mientras aguarda en el brazo de Iglesias el piolet que blandió Ramón Mercader.


La Guerra Civil se hubiera perdido igualmente, pero no hay que escatimarle a las reyertas entre comunistas y poumistas que pasmaron a Arthur Koestler una porción de la victoria de los moros y los legionarios. Los chicos de Podemos lo saben, pero no quieren ganar ninguna guerra. Tampoco el poder. Les basta con acariciar con la yemas la historia de sus abuelos. Esta querencia pretérita explica su pasión por la quijada de asno.

Puede que la guerra fratricida entre errejonistas y pablistas tenga un coste en votos: es un precio a pagar porque el cainismo nutre el imaginario del partido de una legitimidad romántica que no dan las urnas. Es cierto que Podemos vino a poner la guillotina que añora Pérez Reverte en la Puerta del Sol, pero sabe que antes de exterminar al enemigo ha de formar una pelotón de fusilamiento en el salón de la propia casa para hacerse creíble como verdadero partido de izquierdas. 

Pablo Manuel adquiere un aire necesario de patriarca bíblico al pasar a cuchillo a sus hijos amantísimos por el amor a Dios o a la revolución. Necesario sobre todo para que su ego voraz siga siendo el tótem de la nueva política. Cuentan que sus chicos ofrecen cafés con el gran Timonel a diputados de toda la vida como quien regala incienso, oro y mirra. La casta socialista se ríe de la adoración al líder porque hace años que emputeció su compromiso con la clase obrera a cambio de los escaños y, si es posible, del BOE. De ahí la socialdemocracia, primero, y la entrada de España en la OTAN y los GAL, después.

Pablo sabe que la tentación del poder es peligrosa y por eso ha decidido acelerar el curso de los acontecimientos ineludibles para todo partido marxista y eliminar de Podemos cualquier sesgo de pragmatismo antirrevolucionario. Errejón pactaría con el PSOE porque no quiere perder la oportunidad de para pasar de las musas al teatro y anotarse la jubilación de Rajoy. Pero Pablo Iglesias no va a permitir que el partido evolucione hacia un marco de responsabilidades incompatible con su propio liderazgo. Durante la campaña echó pestes del "típico izquierdista tristón preso de la lucidez del pesimismo". Ahora, sin embargo, alterna la cultura de la derrota con la cultura del piolet.