Mi relación con la Semana Santa se reduce a un par de procesiones en el Paseo de Almería más un montón de veces tumbada en una playa de Roquetas de Mar. No tengo ninguna cultura al respecto, aunque vería cualquiera que me cruzara. No siento fervor ni pasión por ningún Jesucristo ni ninguna Dolorosa, lo cual me ha eximido de más de un directo pero vivo en el centro de una ciudad en la que se procesiona mucho y en la que montamos un dos de mayo a la mínima de cambio.
Mientras no me intenten convencer, me da exactamente lo mismo en lo que crean. La parafernalia lúdico-festiva de nuestra vida familiar es bien sencilla: El Carnaval es sagrado, a ser posible en Cádiz; la Noche de San Juan tenemos hoguera aun sin playa. Ponemos árbol de Navidad, nos hacemos regalos y nos agotamos en reuniones familiares. Todo muy normal. Si hablamos de Semana Santa, esta familia pone un pie en la calle y pilla procesión, fijo. Se da la circunstancia de que también soy madre. De uno. Siete años. Sin bautizar y educado todo lo ateamente que podemos. Dios no existe pero eso no significa que no haya quien sí lo crea.
Y empieza la Semana Santa.
La visión de una de estas actuaciones callejeras en un niño de esa edad que no tiene ni idea de quién era Judas, tiene tela. Con una escenografía, dibujos y sanguinolencia propia de cualquier videojuego al que por supuesto no le dejaría jugar, semejante exhibición de dolor, envuelta en esa orgía de sangre de la que resucita es difícil de explicar a un niño para el que lo más parecido a un drama son las restas de tres cifras (llevándose una).
Me parece bien, no se asusten. Tengo imaginación. Podré salir del apuro cuando me pregunte horrorizado por qué esas señoras que acompañan al cristo andan descalzas y encadenadas cuando nos las crucemos por la Calle de Jesús, justo a la espalda del Hotel Palace. Mi vástago está incapacitado para entender esa clase de “penitencia”. Ya me he encargado yo de criarlo sin el sentimiento de culpa. Para él, el concepto del que hablamos se reduce a la pena que deben cumplir los que cometen un delito una vez que son juzgados y viendo la fauna de estafadores, delincuentes y corruptos que no están en la cárcel, también aprende que siempre hubo clases...
Ojalá lo más difícil que tenga que explicarle sea una procesión de Semana Santa. Lo prefiero a encender el televisor y explicarle que otro hombre ha matado a otra mujer o que los niños a los que les rapan el pelo, no tendrán el amparo que merecen.
Gracias a Dios ya he encontrado un motivo para no perderme ni una procesión esta Semana Santa.