Te compras una revista para sentarte en la playa y empiezas a meter tripa al mismo ritmo que pasas las páginas. Es un hecho. Miras de reojo la caña fresquita que hay sobre tu mesa junto a las patatas bravas que ha traído un generoso camarero y sientes la culpabilidad del hereje que se excita con lo diabólico. La revista avanza sobre tus piernas ofreciendo cuerpos prietos y magros que posan en bañador y tirantes. Algunos están enjutos, secos y lamidos como marcadores de página. Otros, macilentos y huesudos como escurridas serpentinas de cotillón. El cinturón de tus vaqueros quisiera vocalizar la palabra ENVIDIA con sus siete letras, pero lo aprisionas con la postura, cruzando piernas, y no le dejas que abra la boca. La cerveza se calienta frente a ti porque es una señal inequívoca de lo prohibido. Las patatas, al revés, se enfrían, y el sol derrite la salsa mayonesa. Piensas que cuando la acabe de sofocar sería un buen momento para fingir que no te interesa la tapa y salir disparado a pasear con paso ligero. Muy ligero. Militar. Sin embargo, sigues pasando páginas de la revista con una pelusa que empieza a ser punzante y entras en un universo matrix en el que nadie es como esos hombres que te muestran.
Pienso ahora en las mujeres que se alarman de sus tallas y que, justificadamente, se quejan de que las quieren siempre perfectas. ¿Habéis visto, compañeras de la tela prieta, cómo nos ponen a nosotros en las revistas masculinas? ¿Six-pack en una semana? ¿Bañadores minis? ¿Ejecutivo cool? ¿Creéis que esto sólo os pasa a vosotras? Venga ya. Paparruchas. La dictadura del físico está en ambos sexos y ambos nos vemos proyectados hacia la perfección inexistente. Esos Jon Kortajarenas, Juanes Betancourt y esos otros hombres de pecho amplio y sellado con pezones duros como tapones nos quiebran la hiel. “Nunca serás uno como nosotros”, te dicen entre dientes. Y se ríen de ti en la página siguiente. Jajajaja (léase esto con eco de ultratumba).
Con los ojos llenos de sangre paso otra página de la misma revista y veo a los eternos adolescentes saltando en las fotos con un descuidado perfecto y enseñando ombligo prieto como la piel de un tambor de Calanda. Lo miro y supongo que tuve uno similar en los setenta, cuando fui al colegio y tiraba de mochila de naranjito. En fin.
Llora como rollizo lo que no supiste defender como delgado.
El paseo con mi perra me relaja. No por ella, que me lame las heridas y me come la cara, sino porque cada vez que avanzo en el paisaje descubro la realidad. La democracia no está en esa revista de dos letras que me he comprado para entretenerme, está en la orilla del mar donde los primeros bañistas del año disfrutan de sus lorzas y de sus figuras verdaderas. La democracia transversal no son esas fotos de niñatos que fingen ser ejecutivos, es la gente real que usa el bañador del año anterior y se mete en el agua feliz. Que suenen los tambores de Calanda, por favor. Os dejo, que me voy a por una caña fría.