A Pablo Iglesias se le ha puesto cara de presidente. No lo digo yo, lo dice su madre. Y ya saben que, lo que dice una madre, sobre todo la de un socialista radical va, por supuesto, a misa.
Debe de ser de lo peor que le puede ocurrir a un político, sobre todo a uno de la nueva política –tan parecida a la anterior–, a uno a quien desborda la impaciencia y que aún no ha logrado lo que busca: que se crea tanto su personaje que acabe por hacerlo presidente. Sin necesidad de urnas ni de pactos: simplemente, te lo configuras tú mismo en casa.
Iglesias probablemente no será nunca presidente de España. Entre otras cosas, porque si lo fuera, o cuando lo fuera, España sería otra cosa o, al menos, fácilmente podría acabar siendo diferente. Pero, durante mucho tiempo, su posición va a tener trascendencia, así que hay que aprender a convivir con ella.
Con sus maneras inflexibles –Sergio Pascual–; sus insinuaciones atormentadas –González y la cal viva–; su áspero pulso a Errejón o esa atrevida puesta en escena con la que, casi siempre, toma la iniciativa. También con sus vicepresidencias y sus dimisiones imaginarias y, ahora, adicionalmente, con su fisonomía presidencial.
La España que aún no preside el personaje de Iglesias se halla en un momento de extrema complejidad: los cuatro líderes de los grandes partidos continúan encerrados en su propia mazmorra intelectual, incapaces de avanzar, mientras el país se dirige a una nueva y tortuosa campaña electoral. Nada ha cambiado, ni los líderes ni sus programas; ni sus ideas ni sus modos; nadie se ha movido más que para emerger en el papel asignado en esta gran comedia política. Por eso, ante el inmovilismo programático y de liderazgo, ¿por qué habrían de cambiar el sentido de sus votos los ciudadanos?
Por mucho que digan algunas encuestas –la mayoría cada vez menos acertadas y fiables– que en junio podría haber un Gobierno del PP apoyado por Ciudadanos, no parece nada difícil que regresemos a la casilla de salida, la misma con la que terminó el 20-D.
En ese caso, si los ciudadanos insisten en que los partidos dialoguen y pacten como única manera de forjar la gobernabilidad suficiente, la gran cuestión es si, esta vez, los políticos aceptarán el encargo y si, efectivamente, dejarán al margen sus dotes interpretativas para negociar, verdaderamente, un Gobierno.
Hoy la economía mundial se encuentra -el FMI acaba de corroborarlo-, ante un posible nuevo parón; la española, cercada por la incertidumbre, aprieta su desaceleración mientras los ciudadanos observan atónitos los fastos rebeldes de Colau -Tenim Republica- y la desprotección con la que un país sin Gobierno afronta todas estas acometidas contra la unidad.
Iglesias, con su cara de presidente, sonríe ante la adversidad general preguntándose si será por eso por lo que su mamá habrá tenido una premonición o un sueño; o si será, solo, amor de madre.