Sólo hay una razón por la que pueda darse el caso de que unos profesionales que representen intereses contrapuestos no lleguen a un acuerdo: que no tengan voluntad de negociar. No es algo que afirme a la ligera o de manera voluntarista. Por gajes de un oficio me tocó en otra época sentarme muchas veces delante de otros que defendían posiciones contrarias a las que a mí me tocaba defender, y que sólo podían ganar en la medida en que yo cediera algo, así como yo sólo podía ganar en la medida en que fueran ellos los que aceptaran ceder. Viví negociaciones en las que las posturas no podían estar más alejadas, en las que la cuantía de la discrepancia era fabulosa, en las que se perdieron las maneras, la paciencia y hasta la más elemental cortesía. No fueron sin embargo las más abruptas las que se saldaron con un fracaso; de hecho recuerdo alguna verdaderamente feroz, con anglosajones o alemanes que a la dureza negociadora sumaban la arrogancia, y que se concluyeron en plazo, con los enemigos convertidos en amigos sinceros y un papel firmado y, lo que es más importante, cumplido luego a satisfacción de todos.
Las que fallaron fueron aquellas en las que la otra parte sostenía un simulacro de negociación, porque de entrada no aspiraba a acordar nada. A éstas hay que sumar las que por una u otra razón te toca mantener con malos profesionales o, ya en el colmo de males, de todo hay, con deplorables aficionados.
Ahora que ha fenecido la legislatura, debido a la incapacidad de nuestros diputados de negociar y concluir acuerdos que pudieran propiciar la investidura de un gobierno, no puedo no acordarme de aquella experiencia. Examinando el comportamiento de unos y otros, surge la sospecha razonable de si algunos de ellos tuvieron alguna vez la voluntad de negociar, esto es, de encontrar un punto de encuentro común necesariamente hecho de dolorosas cesiones recíprocas, dada la insuficiencia clamorosa de apoyos propios con que cada uno contaba. Nada de esto me ha parecido observar en Podemos o el PP, que desde muy pronto calcularon que el acuerdo les exigía cesiones para ellos intolerables y lo fiaron todo a la repetición electoral. Pero tampoco está claro que PSOE y Ciudadanos hayan exhibido, más allá de sí mismos, el afán que la ocasión requería.
La cuestión que queda abierta, y que afecta a todos por igual, es si aparte de este déficit de voluntad, en el estrepitoso fracaso del sistema que han protagonizado nuestras nuevas y viejas fuerzas políticas no ha intervenido también una alarmante falta de profesionalidad. Y digo alarmante habida cuenta de que después del 26-J el asunto volverá a ventilarse, con proporciones levemente distintas, entre los mismos interlocutores. Si así fuera, que alguien les dé un cursillo acelerado, por favor.