La pregunta de hasta dónde llegará la serie Cuéntame ya tiene respuesta: llega hasta hoy mismo. Ya ha llegado. Ha saltado de la pantalla del televisor a los periódicos; de los guionistas que trabajaban con el pasado a los periodistas que trabajan con el presente. Para una serie que pretendía reflejar las últimas décadas de la historia de España no podía haber un final más preciso; aunque justo por ello infeliz. La acusaron de edulcorada y ha confluido en la amargura general. Así ha trazado de paso el arco de nuestra percepción.
Yo no era asiduo de Cuéntame, pero la noticia de su renovación año tras año me causaba melancolía. Por un motivo personal. En 2001 formé parte del equipo de guionistas de otra serie que se estaba preparando. Nuestro productor quería como director al de Cuéntame y decía: “Para cuando empecemos a rodar ya estará libre, porque esa serie tiene los días contados”. La nuestra no salió al final, y durante estos quince años Cuéntame me ha recordado el fracaso. (Ha sido a su vez una manera insidiosa de mantenerme en la cabeza aquel 2001, mientras se alejaba).
En otras series que sí se llegaron a rodar tuve ocasión de tratar con los actores (uno fue, por cierto, Ángel de Andrés López, que nos dejó tristemente la semana pasada). Siempre me llamó la atención en ellos cómo, conociendo los trucos del ego de primera mano, tenían tan gordo el suyo, que exhibían como si no perteneciera también al ámbito de la interpretación. Sin duda trataban de compensar la incómoda sensación de ser muchos, o de no ser nadie. Pero el resultado daba pena, porque repudiaban la sabiduría que les brindaba su oficio. En vez de ser taoístas, digamos, tendían a ser napoleones.
Ahora veo una actuación fabulosa de Imanol Arias, haciendo no de señor Alcántara sino de Imanol Arias: la del vídeo en el que pedía hace dos años que se marcara la casilla solidaria en la declaración de la renta. Está cálido, seductor, convincente. Realmente profesional: deberían darle un Goya honorífico, o un Oscar. ¡Gran actor, cuyo arte hemos podido degustar como nunca!
Y caigo en que, después de todo, nos ha salido el homenaje perfecto a Cervantes. Los españoles le hemos visto en estos años el cartón al juego de las apariencias. Nos hemos adiestrado en desconfiar de lo que se nos presenta, como en el Quijote, porque puede ser una ficción. Pero después de este conocimiento áspero nos tenemos que relajar, taoístamente. Sin renunciar a él. No podemos replegarnos en falsas autenticidades, como las que proclaman esos napoleones de ahora que pretenden colarnos su actuación.