Si duermes acompañado este artículo no te interesa. Yo duermo solo. Y hoy, al levantarme, me he dado cuenta de que llevo años con una parte del colchón por conquistar. Es una cama de 150cm, de esas que nuestros padres llamaban “de matrimonio”. Lo normal (si la normalidad existe) sería tumbarse en el medio y disfrutar de la geografía de sábanas en propiedad. Que para eso es mía. Y más yo, que mido 185 y tengo problemas de sueño. En el cerebelo de algunos solteros recalcitrantes debe habitar un gen que nos lleva a acomodarnos en un lado de la cama, como si durmiéramos acompañados de la nada. Es la mayor gilipollez del mundo. El barbecho del sueño. Mitad cosecha, mitad en espera. Absurdo, sí. O, puestos a hurgar en el dolor, puede parecer la costumbre más triste relacionada con los sueños y las camas: parece que duermo esperando a que ese vacío se llene. Como si dejara una plaza de parking con triángulos reflectantes para avisar que “ese hueco está reservado”. ¿A quién?
Mi cama amanece ordenada de un lado y enfurecida del otro, el mío. Y resulta, confieso, grotescamente amargo. El imposible vacío. La vacante en espera. El ocioso espacio. El desierto vano. La Siberia del amor. Freno, que me acelero y me salen títulos de novela. Tanto territorio para acabar durmiendo cada noche en posición fetal en el lado derecho, o izquierdo, según se mire.
No quiero entrar en política, que últimamente alguna gente está con la piel muy fina y el gatillo fácil. De hecho, ésta es una excusa para girar la vista y pasar olímpicamente de la matraca y el “cansinismo” de los mismos argumentos políticos edulcorados con la nueva urgencia electoral. No queríamos bipartidismo, bien, conseguido, votamos, los muchachos no saben pactar, se lió la marimonera y ahora debemos volver a votar para sacar nota. En sueños imagino que todos votamos igual y que se dan de bruces con el mismo sainete. En fin, son sueños. O pesadillas de unas elecciones eternas en las que nadie pacta y los españoles nos pasamos la vida votando y votando hasta que acaba el paro. ¡Dónde quedó la urgencia social! ¿Dónde quedó la urgencia social? Nótese que he cambiado los signos y el tono es distinto.
Mi cama. A lo que iba. A estas alturas del artículo puedo ya confesar que, además de dormir solo y no alterar la mitad de mi mapa, doy la vuelta a la cama para ir al baño, que está al otro lado. Todo por no molestar a ese espacio vacío. Supongo que los psicólogos tendrán respuesta, no pienso preguntarles. De manera sentimental diré que el día que conquiste el centro de mi hemiciclo habré acabado con las posibilidades de una pareja continuada. Conmovedor, ¿verdad? Habrá sido rendirse al espacio de las sábanas. Dar por perdida la expectativa, la esperanza o el acecho. De momento ese espacio vacío se revuelve en contadas ocasiones. Entro en campaña, pido el voto y lleno voluntariamente mi hemiciclo. Pero, por ahora sigue así: como un páramo.
Las vueltas que he dado para no hablar de política. Por Dios.