La decisión de IU Andalucía de pedir a sus bases que no exhiban banderas republicanas supone una quiebra en la historia y evolución de la izquierda comunista española. Esconder la tricolor, aun como peaje táctico por su pacto con Podemos, constituye una renuncia moral de IU y comporta cierto desengaño emocional para los hijos y nietos de los vencidos.
El PCE y sus variantes exóticas sobrevivieron a la apisonadora socialista y a los cascotes del Muro de Berlín porque Carrillo importó el eurocomunismo. El nuevo modo de vestir las orejeras que taparon los crímenes de Stalin durante generaciones barnizaron la hoz y el martillo. El eurocomunismo concedió décadas de vida extra a toda esa "salsa de estrellas" de la que se mofaba Pablo Iglesias: banderas rojas y republicanas, estampas de Guevara, escarapelas, el Subcomandante Marcos con su pipa y su pasamontañas... El estúpido orgullo del perdedor brillaba en la utillería del marxismo.
Murieron los niños de la guerra y la simbología comunista dio paso a una exaltación de la República, presentada como régimen exclusivo de la izquierda. La bandera republicana ha llegado a convertirse en un producto de éxito en el merchandising de las huelgas estudiantiles, pero tras esta impostación hay miles de historias vivas.
En el fondo del arcón familiar hubo una bandera republicana que mi abuelo convirtió en rosario a la hora de la siesta. Muy pronto fue objeto de culto para sus nietos. Los bombardeos del "Zapatones" -así llamaban al hidroavión que bombardeó Águilas durante la guerra-, la masacre en la estación, el presidio en Murcia, el aceite de ricino a las gemelas y el paso alegre de la paz estaban en aquella tela desvaída.
La letanía con la que los viejos, después de bajar las persianas de casa, izaban y arriaban el sufrimiento acumulado era la bandera republicana: la bandera de mi abuelo.
Los años y algunas lecturas, privadas del dolor del que no pudo escapar el padre de mi madre, despojaron de significado aquel emblema. Pero todas sus anécdotas, la intrahistoria, la jodida belle epoque de mi abuelo, revistieron aquel símbolo del aura de respeto que requiere la memoria transferida por quienes amamos.
No viví la guerra ni la posguerra -ni ganas-, pero más de 30 años después he visto a muchos jovencitos con banderas como aquella en huelgas de todo pelaje; estaban en las acampadas del 0,7 en los años 90, en los tenderetes antisistema del 15-M, e incluso en bares y en conciertos.
Saber que IU, el PCE y Podemos prestaban a todos aquellos pequeños ignorantes beodos una mitología tenía, por ridículo, un punto de ternura. Pero ver ahora como esa misma bandera, con su pequeña carga emocional íntima, se oculta en aras "de la transversalidad", del engaño electoral como seducción, debería avergonzar a Alberto Garzón, el político mejor valorado de España.
IU ha alegado que se trata de subrayar su "andalucismo" en la campaña. A ver si Pablo Iglesias se pone la roja en su próxima pachanga en lugar de su camiseta tricolor.