El transcurrir de la semana nos ha permitido ir conociendo más y mejor a la gente que había o hay detrás del llamado Banc Expropiat del barrio barcelonés de Gràcia. Esa gente para la que la alcaldesa Colau pedía, como para sus comandos de apoyo, responsables de varias noches de vandalismo consecutivas al desalojo de los okupas, una actuación proporcional de los Mossos d’Esquadra. Por cierto, qué fino ha estado el máximo responsable de ese cuerpo policial, el comisario Trapero, al preguntarle a la excelentísima munícipe si lo que deberían haber hecho sus agentes, en llegando al barrio donde crepitaban las llamas (literalmente), era sacar la guitarra y sentarse alrededor.
Hemos podido conocer a estos chicos a través de un comunicado escrito, en el que se atribuían el gran mérito de haber intentado negociar con la propiedad la compra o alquiler del inmueble, al cabo de meses de usurpárselo por la fuerza. Una intención tampoco muy entusiasta, porque a renglón seguido calificaban de inasequible el precio que el dueño les pedía (quizá no entendió que debía ser un precio apenas simbólico, porque ellos lo valen, y fue y les pidió, tonto él, su valor de mercado). Pero sobre todo, hemos podido verlos ante las cámaras, haciendo declaraciones y dejando ver sus caras. Unas caras que hay razones para envidiarles, por su dureza próxima a la del diamante.
Sobre todo impresiona ver la de un tal Gorka, veinteañero enfundado en una camiseta con una gran estrella roja en su pechera y aspecto de no haber roto (ni lavado) nunca un plato. Lo entrevistó, en un excelente trabajo periodístico, el reportero Fernando González Gonzo, de El Intermedio de La Sexta. Para empezar, el noble Gorka quiso hacernos ver el inmenso favor que nos hacía a todos, y por el que seguramente confiaba en obtener alguna condecoración al civismo, al mantener una sentada pacífica ante el edificio desalojado. Como la única alternativa a una manifestación pacífica es una algarada violenta, alguien debería contarle a esta criatura que simplemente se está absteniendo de cometer un delito, por el que podría recibir una merecida y legítima sanción penal. Algo que, lamentándolo mucho, no podemos aceptarle como argumento meritorio en su currículum.
Pero el culmen de la entrevista vino cuando el reportero, por dos veces, le pidió que valorara la violencia ejercida sobre los bienes y la tranquilidad (que es tanto como decir las personas) de los vecinos del barrio, a los que ese centro prestaba supuestamente servicio social y cultural. Por dos veces, con gesto altivo, la segunda casi con una sonrisita sardónica, Gorka, ciudadano ejemplar, repuso: “Paso palabra”. Todo un hallazgo verbal, porque es evidente que Gorka y los suyos, de las palabras, y de las fruslerías que contienen, como las ideas y los derechos ajenos, pasan mazo. Que la alcaldesa siga dando hilo a su cometa. Para cualquier ciudad que se precie, Gorka es una calamidad.