Un componente del populismo es su falta de respeto por el pueblo. Lo engaña, lo utiliza, lo halaga, lo chulea, lo manipula. A veces el pueblo responde aplaudiendo y votando, con lo que el círculo se cierra: la falta de respeto inicial estaba justificada. Retrospectivamente, pues, el pueblo se merecía que lo trataran sin respeto...
La operación de maquillaje en que anda empeñada la coalición Unidos Podemos es asombrosa por su descaro: lo hace a la vista de todos, iluminada por los focos, en el prime time televisivo, con comunicados supuestamente internos que al segundo se filtran. Es un gran truco, pero sin prestidigitación: al contrario, con exhibición de las cartas marcadas. (En todo caso, interponiendo ese biombo para chirleros que viene siendo la apelación al franquismo).
Reconozco que tal exhibicionismo plantea la cuestión de hasta qué punto se le puede llamar engaño. Pasa como cuando Gil y Gil llegó a la alcaldía de Marbella declarando que, por supuesto, iba a hacer negocios. ¿En qué medida fueron engañados sus votantes marbellíes? En el caso de Unidos Podemos, ¿es engaño decir ahora lo contrario que hace dos semanas, como si “la gente” no se acordara de lo que se dijo hace dos semanas? ¿Lo es zafarse de pronto de Venezuela? ¿O esconder las banderas republicanas y comunistas?
En este gran timo de la estampita (o mejor: de la pegatinita), lo pasmoso es la alegría con que muchos parecen dispuestos a ser timados. Haberlo captado es el mérito, más sociológico que político, de Unidos Podemos, que se presenta como un Dioni colectivo y transparente. Declarando casi que va a timar al pueblo. Con un par.
La coalición juega con la simpatía que despiertan los pícaros. Al fin y al cabo, aunque conduzcan al desastre, es en ellos donde parece que está la vidilla. Hay también un relato, según los cánones: Pablo Iglesias, el pillo experto, llevando por el mal camino al amigo mojigato, en este caso Garzoncito. Ver a este hombre con la sonrisa forzada en el nuevo merchandising de los corazoncitos no tiene precio.
La película que, según las encuestas, va a comprar una buena porción de españoles, sale ahora en otra película: la que acaba de estrenar Fernando León de Riefenstahl (lean hoy a mi colega Rafael Latorre, que fue al cine y lo cuenta). No deja de ser maravillosa esta conjunción del cine supuestamente artístico y la televisión, que le está dando casi todas las horas a Pablo Iglesias, que es ya el Juan y Medio de la televisión nacional. La televisión basura y la política basura juntas de la mano: unidas pueden.