La radiografía que ofrecemos hoy de la evolución electoral del PSOE en los últimos años nos muestra a un partido menguante y malherido que, aun cuando no fuera desbancado por Unidos Podemos el día 26, como aventuran las encuestas, está pidiendo a gritos su refundación. Todo indica que Pedro Sánchez repetirá en el mejor de los casos un resultado en torno al 22% de los votos, que fue lo que consiguió el 20-D, pero esta vez podría quedar más cerca de los 80 escaños que de los 90.
En siete años, los que van de 2008 -con Zapatero al frente- a 2015, los socialistas han retrocedido en 7.900 municipios, es decir, en el 97% del total. Esa sangría resulta particularmente chocante si tenemos en cuenta que la sociedad española viene declarándose de forma mayoritaria como de centro izquierda, una posición ideológica que encaja con lo que, a priori, debería de representar el PSOE.
Grandes ciudades
Los datos del hundimiento se reflejan en toda su magnitud en Cataluña, tradicional granero socialista junto a Andalucía. En el caso de la ciudad de Barcelona, por ejemplo, el PSOE ha pasado de recabar el 43% de los votos al 13,5%. Este desplome debería haber hecho saltar todas las alarmas, pero que extrañamente no ha llevado a decisiones drásticas en el partido. Es, además, en las grandes ciudades, donde la formación que dirige Pedro Sánchez ha ido perdiendo terreno. En Madrid o en Valencia los socialistas ya son la cuarta fuerza.
El PSOE necesita hacer un diagnóstico cabal para descubrir por qué está en caída libre. No se entiende, por ejemplo, que se haya quemado tanto en la oposición cuando el PP ha incumplido todas sus promesas, ha incrementado la presión fiscal hasta extremos nunca vistos y se ha visto torpedeado continuamente por casos de corrupción. Pese a todo ello son los socialistas los que han perdido votos en 43 de las 52 circunscripciones, incluidas las ocho provincias andaluzas, su feudo por excelencia.
Tampoco se comprende bien que en las encuestas sea Pedro Sánchez el que aparezca como el candidato que más apoyos pierde, pese a que tras el 20-D fue, junto a Rivera, quien más hizo por evitar una repetición de las elecciones, lo que debería haber reforzado su imagen de político serio y comprometido.
Las causas
La indefinición en materia de cuestión territorial, las divisiones internas, los errores en comunicación, la falta de un liderazgo fuerte, la crisis en general de la socialdemocracia son algunas de las causas que pueden explicar por qué el partido por excelencia de la izquierda en España ya sólo es hegemónico en Andalucía y Extremadura, y sobre todo en las áreas rurales.
Pero todo lleva a pensar que el principal problema está en su ambigüedad en torno a la cuestión nacional: su indefinición no le ha servido para ganar el voto de los nacionalistas y ha perdido el de aquellos que tenían una idea clara de España. En ese sentido, el tiempo ha dado la razón a socialistas que incluso desde posiciones irreconciliables, como Alfonso Guerra y José Bono, han criticado la deriva hacia actitudes condescendientes -cuando no claudicantes- con el nacionalismo.
El PSOE tiene que refundarse para taponar su hemorragia e intentar volver a conquistar la confianza de los ciudadanos. Y tiene que empezar por recuperar la E de sus siglas. Si se confirma el sorpasso, esa operación se hará en medio de una grave crisis interna. Pero en cualquier caso lo que ha quedado claro es que no le van a funcionar las cataplasmas.