Es que hay muy poca gente en mi vida…”. Eso me dijo un amigo que buscaba, sin suerte, amigos para disfrutar juntos de la Final de la Champions League. “Fíjate: juega el Real Madrid contra el Atlético, los dos equipos de mi ciudad y, sin embargo, no consigo que nadie quiera ver el partido conmigo. Por eso, porque hay muy poca gente en mi vida…”, se lamentaba Javier.
Resulta abrumadora la necesidad de contacto que precisamos, y sorprendente lo poco que la satisfacemos. Mi amigo, el típico bonachón de clase que siempre encontraba motivos para reírse, el que nunca dejaría tirado a nadie, ni entonces ni ahora, es un tipo excepcional, y lo sabe mucha gente. De hecho, tiene centenares de amigos, tanto en la capital española como en el resto del mundo; pero la mayoría de ellos está en Facebook y nunca, o casi nunca, salen de la pantalla para sostener encuentros reales. Ninguno quiso ver el famoso partido con él.
¿Es ése el tipo de relaciones que prima ahora en nuestra sociedad? Encuentros negados; seguidores, contados por miles, de tan solo 140 caracteres y de ningún aperitivo; fans que observan tu vida en Instagram, que la califican e incluso puntúan, pero que te niegan un viernes por la tarde frente a una cerveza, aunque intuyan que lo que quieres contar para ti es importante; o bien, si se les insiste lo suficiente, en ocasiones pueden surgir algunos encuentros vacuos que apenas permiten abordar las dificultades verdaderas de la vida; el postureo, en fin, de una amistad que solo es tal cuando hay un teclado y una pantalla. La ternura efímera, el apoyo vano, la relación frívola que ni siquiera lo es.
Será por miedo a enfrentar la realidad; será por una extraña necesidad de no abandonar nunca el mundo híper conectado –donde muchos se sienten seguros- que en realidad no lo está más allá de las apariencias, más allá de las pantallas.
La Red nos está volviendo más ignorantes y narcisistas, mantiene Andrew Keen, periodista y autor de Internet no es la respuesta. También nos hace más solitarios, porque ese mundo en el que tenemos tantos seguidores y amigos no son, en realidad, ni una ni otra cosa. Mi amigo Javier lo sabe bien.
En una escena de la trilogía Before… de Richard Linklater, un personaje dice que, cuando eres joven, crees que encontrarás muchas personas afines a lo largo de tu vida; que si tu pareja actual no funciona del todo, ya aparecerá otra; luego resulta que esto no es así en absoluto: apenas percibes a los afines, casi ni te rozan; con el tiempo, se difumina esa sensación de complementariedad con alguien, y se anhela esa energía.
El mundo de las pantallas ha llegado para sustituir al de verdad, aunque no esté del todo claro cuál es el real. Aún así, por un breve espacio de tiempo, funciona. Hasta que llega la Final de la Champions y no encuentras a personas de carne y de huesos, de algunas victorias y diversos fracasos, que te acompañen.
Menos mal que, para llenar un vacío lleno de pensamientos sombríos y deprimentes con algo más emocionante que jamón serrano cortado a cuchillo y queso de Gruyère, siempre puedes tuitear que pobre Juanfran, vaya tiro al palo tan angustiosamente doloroso. Decenas de receptores tendrán su propia opinión, y estarán encantados de compartirla contigo. Quizá ellos también necesiten a alguien para ver la próxima Final de la Champions.