¿Cómo se informa? ¿Qué parte del tiempo que dedica a informarse tiene que ver con su desarrollo profesional y cuál utiliza para alimentar su ocio o su consciencia de lo que pasa a su alrededor?
Mantener un equilibrio y una cierta eficiencia en nuestras fuentes de información es una tarea que habitualmente no planificamos, pero que resulta cada vez más importante. En un entorno de hiperabundancia de información, leer, por ejemplo, un periódico en papel, es una inversión escasamente justificable. Por arraigada que tengamos la costumbre, una noticia en papel pasa por delante de nuestros ojos, la procesamos brevemente en nuestro cerebro antes de pasar página con escasa dedicación, y se queda ahí. No va a ningún sitio más.
El papel, como otros medios de comunicación tecnológicamente desfasados, es un sumidero analógico: la información está “fosilizada”, no puede circular ni almacenarse de manera cómoda. Los que antiguamente coleccionaban recortes de prensa sobre temas que les interesaban saben a qué me refiero: imagínese la tarea de intentar recuperar una noticia que necesita, en una pila de papeles de medio metro de altura... no, lo siento, ¡aún no se ha inventado un Google Paper!
Revisar críticamente nuestros procedimientos de entrada de información es una tarea importante que puede multiplicar nuestra productividad y nuestro aprovechamiento del tiempo... y nuestra felicidad. Leer una novela en un libro de papel porque nos gusta más el paso de las páginas puede ser justificable -nostálgico, pero justificable- hasta que encontremos en el libro un pasaje o una cita que queramos guardar o compartir. En ese momento, el papel, ese producto obtenido del cadáver de un árbol, se interpone entre la información y nosotros, y para utilizarla, debemos teclearla, digitalizarla de nuevo, “volverla a la vida” para que pueda volver a circular.
Cada día más, leer y absorber información de todo tipo -profesional o de ocio- se convierte en la tarea que diferencia a las personas que mantienen una relación productiva con un entorno que cambia a una velocidad vertiginosa. Estar y sentirse bien informado es cada vez más importante. Y eso implica que la información que procesemos no se escape como agua por entre las rendijas de un cesto, sino que se almacene en soportes de los que podamos recuperarla fácilmente en cualquier momento, para reutilizarla, para revivirla, para comentarla, para reenviarla.
Leamos por ocio, por negocio, o por el mero placer de leer, planteémonos que, en pleno siglo XXI y con infinidad de herramientas a nuestra disposición, deberíamos ir aprendiendo a evitar esos sumideros analógicos, esos agujeros en los que solo perdemos información.