Lo principal de un debate es no defraudar las expectativas. Como sobre Mariano Rajoy no eran muy altas, hubo lances en que se diría que desprendía destellos. Como sobre Pedro Sánchez eran elevadísimas, porque se jugaba el ser o no ser, porque estaba el precedente del debate-a-dos, el líder del PSOE pareció fundirse por momentos con el gris del escenario. Son percepciones subjetivas, pero que ayudan a consolidar estados de opinión.
A Rajoy le bastaba con no perder; a Sánchez sólo le valía la victoria. Pero esta vez el candidato socialista no utilizó la bomba atómica. Le faltó un "usted no es decente". Es más, le faltó un "usted es un farsante" -pongamos por caso- para arrojárselo a Pablo Iglesias, porque esta vez el reto era noquear a dos adversarios.
A Sánchez no le acompañaron ni el formato, excesivamente rígido, ni la realización, que parecía diseñada por su peor enemigo. ¿Por qué su micrófono era el único que no funcionaba cuando replicaba a Rajoy? ¿Por qué cada vez que sacudía a Iglesias, las imágenes mostraban los aspavientos de éste en primer plano? Yo, del PSOE, pedía daños y perjuicios. Hoy está un paso más cerca del precipicio.
Lo mejor que hizo Pablo Iglesias fue precisamente interpretar a la perfección el papel de mártir. Hay que ver cómo, cada vez que Sánchez lo agarraba por las solapas, se echaba las manos a la cara, casi lacrimoso, como si lo estuvieran llevando al paredón, mientras lanzaba un lastimero "usted se equivoca de adversario". Pero con la misma habilidad supo trasladar también la sensación de que la alternativa real al modelo del PP en la izquierda es el suyo.
Rivera fue de menos a más y, cuando ya nadie lo esperaba, de un sopapo sacó de sus casillas al hasta ese instante impertérrito Rajoy y al hasta ese momento corderito Iglesias; al primero con Bárcenas, al segundo con Venezuela. El "¿Cómo vamos a aguantarle que venga a dar lecciones [sobre corrupción], señor Iglesias? Usted debería estar calladito", todavía parece que resuena en el plató.
Ahora bien, apostaría a que la noche apenas modificó la intención de voto de los españoles. En los tiempos del bipartidismo ese milagro podía obrarlo un cara a cara, pero es mucho más complicado que un debate a cuatro pueda voltear unas elecciones. Sin un buen "indecente", ya ni te digo.