Mi madre, que pasó hambre en la posguerra, se quedó con la boca abierta hace un año al ver por la tele a uno de su edad que decía: "Nunca hemos estado peor". Esa simple frase delataba la posición social privilegiada del caballero: en efecto, si no pasó hambre en la posguerra es porque su familia estaría bien surtidita. A lo mejor era franquista y todo. El hombre, por lo visto, tampoco se enteró de que otros españoles de su edad sí pasaban hambre. Saberlo pudo haberle evitado soltar muchos años después esa frase de apariencia radical pero en el fondo pijísima, que en oídos como el de mi madre sonó como un insulto.
El pijerío ideológico se ha propagado de manera insidiosa. No solo entre los privilegiados: también entre los que no lo son. El factor común es la proyección en la política de un sentido; incluso, en los casos más extremos, de 'todo' el sentido. Uno observa en sus amigos podemitas cómo han trasladado a la política su frustración existencial. O, si carecen de esa frustración, su ilusión existencial. Han trasladado a la política, en suma, algo que la política no podrá darles. Con ellos nos queda un recorrido por el que sentimos una pereza anticipada: además de soportar su ilusión de ahora, tendremos que soportar su desilusión de después.
Este pronóstico no viene de mis virtudes adivinatorias, sino del conocimiento del pasado. Un conocimiento al alcance de todo el mundo. Lo que está ocurriendo con nuestro populismo de izquierdas con ínfulas revolucionarias ya ha ocurrido muchas veces en la historia. Da hasta vergüenza que nos encontremos en esta situación, perdiendo tiempo en pedagogías.
Mi madre ha votado siempre al PSOE, y en el 26-J también lo ha hecho. ¿Acabará su voto propiciando un gobierno con los del “nunca hemos estado peor”, o impidiendo uno del PP? La trampa de la izquierda, en la que viene picando el PSOE, es concederle demasiada importancia a la palabra “izquierda”. En dar por hecho que se es de izquierda solo por decirse de izquierda. Tiene su lógica, porque al fin y al cabo ha utilizado “derecha” (o “facha”) como palabra demonizadora del contrario. Pero las etiquetas no son nada sin su contenido.
Al PSOE le queda ser la izquierda realista. Los resultados electorales le brindan una nueva oportunidad (¿la última?) para desenmascarar a Unidos Podemos con un rotundo “vaya si se puede estar peor”. Debería guardar de una vez el dóberman y ser la izquierda del verdadero progresismo: el que está más pendiente de la realidad (del progreso real) que de las etiquetas.