Asegura César Aira, el gran escritor argentino, que leyendo novelas “no se aprende nada”. Que la literatura solo es un placer, el mismo que se puede experimentar observando Las meninas, pero que ese deleite no aporta conocimiento.
Puede que tenga razón, pero a mi hija de 11 años, al entregarle las notas que señalan el comienzo real del verano, le han dado una única instrucción: “lo más importante que debes hacer estas vacaciones es leer”.
Ante semejante contradicción, está claro: o la tutora de Valeria está equivocada o lo está el autor de Los fantasmas explicándose ante Javier Rodríguez Marcos en El País.
O puede que, mirado desde una perspectiva exigente y literal, lo estén los dos. Porque lo más trascendente que deben hacer las preadolescentes en este periodo estival al que han de sobrevivir no es otra cosa que ser felices y alejarse cuanto puedan, sin dejarse arrastrar hasta que resulte imposible seguir haciéndolo, del mundo cruel e insípido -en el mejor de los casos- que hemos forjado los mayores.
Aira también puede estar desatinado en su afirmación porque ¿quién puede negar el conocimiento que se conquista leyendo, por ejemplo, a Amélie Nothomb? Resulta tan elevado como el placer, y este sin duda vence al obtenido en cualquier otra actividad intelectual conocida.
Quizá la literatura de la belga, tan fresca e infantil a veces, aunque tan intensa siempre, y la mayoría de las mentes preadolescentes compartan esa insolente sensación de pretender distanciarse de lo que significa la madurez de los adultos, esa que deviene solo por el puro zarandearse de los tiempos. Una supuesta lucidez, la de la responsabilidad o el compromiso, que va generando el hecho de hacerse mayor, y que auxilia bien poco en el transcurso incierto de los más desafiantes eventos de la vida.
Sí, indudablemente ese período plácido habría que saltárselo. Como señalaba Jaques Brel en Les vieux: hay que tener mucho talento para llegar a viejo sin ser adulto.
Y a Aira talento no le falta. A Nothomb tampoco. Aunque, como dice Elvis Costello, el brillante e inclasificable músico londinense, “la inspiración no existe: solo hay trabajo con un propósito creativo”. Pablo Picasso estaría de acuerdo, aunque no del todo: “La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”, afirmaba el creador del cubismo.
Sí, parece claro: sin talento no se puede llegar muy lejos; sin trabajo, no se puede ir a ningún sitio. Pero para que ese trabajo tenga sentido resulta imprescindible manejar las herramientas intelectuales que brotan, precisamente, de la lectura. Las que Aira, y también la tutora de Valeria, conocen tan bien.