Mi madre se muere. Lo hará hoy. Quizá mañana. Me dicen que en cualquier momento. Pero quién sabe. Ningún miembro del equipo médico ha sido capaz de arriesgarse a emitir un veredicto. Aquí todo son camas repletas de gente que ya no madrugará más. Creo ver pasar a su ángel de la guarda, pero es el jefe de planta. Cáncer . Un demoledor y voraz carcinoma, del tamaño de cinco arruinadas Groelandias, ha decidido dinamitar sus entrañas. El mismo cáncer que ha dejado de ser aquel crustáceo displicente que ilustraba los horóscopos de mi infancia para convertirse en un enemigo. Nuestro adversario. Vandálico e imperecedero.
El mundo entero se diluye en un océano de plástico. Mientras tanto, cabecea la pajita entre aplausos de Lexatin y Diazepam. Todas las habitaciones de hospital son iguales. O quizás ocurra con ellas lo mismo que con Nueva York o que cuando uno se ve inmerso en un accidente de tráfico. Siempre tienes la impresión de que te ha sucedido o lo has visto muchas veces mientras ocurre ante ti. Morir debe de ser algo parecido a eso. Aunque parezca algo sencillo y no haga falta, en principio, nada más que un diagnóstico adecuado.
“Ay, ay, ay, ay, ay, nunca pensé que morirse era tan difícil”, me dice ella, despedazada, aunque sus ojos aún sonrían. Y yo pienso que, durante estos últimos días, no es más que una niña con las manos traslúcidas que huye acosada por un gentío de lamentos.
Ella se está muriendo y lo que a mí me gustaría es poder abrazarla con el mismo desapego que aquel Mersault de Camus exhibía ante su madre ausente. Y al igual que él, yo también quisiera acabar en una playa casi desierta, cegado por los rayos de un picajoso soleil. Con una pistola humeante en cada mano. Con una cadena perpetua tiritando sobre las cicatrices del horizonte. Estar allí. Solo. Frente al mar. En la cola de embarque de un Airbus sin overbookings. En vez de en esta unidad de cuidados paliativos.
A mí, como al Míster Iscariote del Free Trade Hall del Manchester sesentero, también me gustaría sentarme junto a mi madremuerta muertamadre para descubrir qué precio hay que pagar para evitar tener que pasar por todo esto otra vez. Oh, Mamá, ¿puede ser esto el fin? Supongo que sí. Esto debe de ser el fin. Estoy atascado en Mobile. Con el blues de Memphis. Sin poder salir. Y aquí sí que no hay operaciones retorno de mierda que valgan.