El anuncio de Miquel Iceta de que, llegado el caso, los socialistas catalanes votarán 'no' a la investidura de Rajoy supone un desafío al PSOE, ya que equivale a decir que no acatarán la disciplina de voto ni siquiera en el caso de que el Comité Federal se pronunciara a favor de la abstención.
Es verdad que tras su ya famoso mitin en Gavá, en el que hasta invocó a Dios para animar a Pedro Sánchez a cerrarle el paso a Rajoy, al líder del PSC le resultaría embarazoso explicar su cambio de posición. Pero también lo fácil, en este caso, es mantenerse firme a costa de dejar en evidencia al partido.
Son contadas las ocasiones en las que el PSOE se ha dividido a la hora de votar en el Parlamento, y de hecho ha sido tradición en el partido la apelación a "la mayoría de cemento" como expresión de solidez y de compromiso.
La última vez que se rompió la disciplina fue en 2013, cuando los diputados del PSC -entonces dirigidos por Pere Navarro- votaron 'sí' a una moción a favor del derecho a decidir. Pero ni siquiera en momentos muy complicados, como los años del crimen de Estado y la corrupción, hubo deserción de votos. Habría que remontarse a finales de los 80 para encontrar otra rebelión interna: entonces la protagonizaron Nicolás Redondo y Antón Sarazíbar, con su oposición al plan de empleo juvenil.
Las palabras de Iceta ponen en un compromiso al presidente de la gestora, Javier Fernández, quien días atrás aseguró que el PSOE es un partido serio y que, fuera cual fuera la decisión sobre la investidura, todos los diputados votarían lo mismo.
Iceta está en su derecho de intentar salvaguardar su coherencia, pero el PSOE también está en su derecho de hacer valer la suya. Por eso, si finalmente se diera la circunstancia de que los socialistas catalanes votaran de forma diferente al resto de sus compañeros, el PSOE debería de plantearse muy seriamente si ha llegado el momento de desmarcarse del PSC y presentarse con su propia marca en Cataluña. Lo mismo hasta Iceta les habría hecho un favor.