El cobarde apaleamiento de los dos guardias civiles y de sus parejas a cargo de una turba de proetarras en Alsasua no ha merecido la condena de EH Bildu en el Parlamento navarro. Al contrario, en lo que supone una burla intolerable, su portavoz, Adolfo Araiz, ha asegurado que el suceso hay que enmarcarlo "en el contexto de la madrugada", como si estuviéramos ante una simple pelea de bar.
Para mayor escarnio, la estrategia de los violentos consiste en atribuir el incidente a los guardias, algo absolutamente inverosímil que desmiente el propio parte de lesiones de las víctimas, entre las que se incluye una fractura de tobillo que precisó de intervención quirúrgica.
Los dos agresores identificados hasta ahora, que han quedado en libertad con cargos, han negado su participación; uno de ellos con la estrambótica versión de que estaba en el lugar de los hechos pero que no se enteró de nada. Este lunes, a la salida del juzgado, los esperaban otros radicales con pancartas en las que se podían leer mensajes del tipo "no a los montajes policiales".
El linchamiento de Alsasua ha servido para mostrarnos la verdadera cara de de la izquierda abertzale y de su líder, Arnaldo Otegi. Dicen apostar por la paz y por la normalización de la situación en el País Vasco y Navarra, pero no pierden ocasión de hostigar y agredir a quienes siguen teniendo marcados como enemigos.
Como hoy denuncia en EL ESPAÑOL Consuelo Ordóñez, el odio permanece y sigue alimentándose, pero las instituciones prefieren ponerse de perfil, sólo porque ETA ha dejado de asesinar. Es un error. No combatir a los proetarras equivale a legitimarles y, en el caso de Alsasua, consentir que consumen su segunda agresión a las víctimas.