Cuando los cuatro de Alsasua entraron en la plaza, se hizo el silencio. Solo unos segundos antes, un individuo disfrazado de momotxorro —un personaje típico del carnaval de la zona, mitad hombre y mitad toro— había entrado por una boca calle y había empezado a danzar en torno al quiosco. Los varios centenares de personas que habían asistido a la concentración y que charlaban despreocupados dejaron sus conversaciones para estar atentos a los organizadores. A la vez, miraban al nutrido grupo de periodistas. En sus perfiles de redes sociales decían que eran muchos. Aún desconocían que no estaban allí por ellos.
Cuando los miembros del Colectivo de Víctimas del Terrorismo aparecieron en la plaza se hizo el silencio
Entonces, entraron. Los cuatro miembros del Colectivo de Víctimas del Terrorismo (COVITE) hicieron aparición con paso firme por una de las esquinas de la plaza. Por un instante, se hizo el silencio. Se mantuvo, tenso, el tiempo suficiente como para que los cuatro se colocaran en medio de la plaza y miraran a los concentrados a la cara y levantaran sus carteles y los enseñaran a la multitud. “Odio fuera”. “No os tenemos miedo”. “Sin pistolas no sois nada”. Y el silencio se rompió.
Un vocerío comenzó a abuchearles y a gritarles y a pitarles. Algunos se acercaban cada vez más. Otros vociferaban cada vez con más decibelios. Uno de los concentrados, que llevaba una niña en brazos, se acercó a Íñigo Pascual e intentó arrebatarle el cartel que él agarró con fuerza, quizá la misma con la que en 1980 cogió una carpeta del colegio y la puso como escudo delante de su padre, mientras un pistolero de ETA vaciaba sobre él su cargador.
Otro radical se fue hacia Conchi Fernández y le gritó "vete a tu pueblo”, obviando que nació en Alsasua
Otro de los radicales se fue hacia Conchi Fernández y le gritó a boca llena “vete a tu pueblo”, obviando que Conchi nació en Alsasua y que guarda en su memoria los recuerdos de años y años bailando en torno al quiosco de aquella plaza. “Saca la pistola”, le repetía otro a Fernando Altuna señalando el bolsillo abultado de su pantalón. Basilio Altuna no sacó su arma cuando ETA abrió fuego contra él porque era un sábado víspera de Navidad y él, fuera de servicio, estaba en las fiestas de Erenchun. El sábado su hijo tampoco metió la mano en el bolsillo, como pedían los radicales. De haberlo hecho, solo habría podido enseñarles su gorra mal doblada.
Consuelo Ordóñez también recibió su particular ración de improperios —“asquerosa”, “fascista” y hasta “terrorista”—, pero ella asegura que no recuerda ninguno. Que cuando te plantas delante de los radicales, de esos que no llevan pistolas, pero que están armados mentalmente, solo puede pensar en demostrarles que no se les tiene miedo. Que ella tiene el mejor ejemplo, el de su hermano, que les hizo frente en manifestaciones, en los platós de Etb y en Salón de Plenos del Ayuntamiento de San Sebastián, y al que solo le faltó entrar en el despacho de HB en el que se decidió su asesinato para preguntarles por qué.
Hay un miedo a pequeña escala aunque de alta intensidad, que no es noticia, pero que no deja de ser grave
Los radicales y sus medios satélites, con indisimulado enfado, comenzaron enseguida a atacar a los cuatro de Alsasua recordándoles precisamente eso, que eran solo cuatro. Los afines a los cuatro de Alsasua comenzaron enseguida a aplaudir su valentía y se dolieron precisamente de su soledad, de que fueran solo cuatro. Todos tiene algo en común: olvidan el factor miedo. Se trata de un miedo a pequeña escala, pero de alta intensidad. Un miedo que no es noticia por lo común, pero que no por ello deja de ser grave.
Es el miedo de los alumnos de un instituto público en el que se vota si están a favor o no de manifestarse por los presos de ETA y en el que investiga después quién ha sido el que ha votado en contra. O el miedo de un señor de Alsasua que ayer, justo antes de que las víctimas de COVITE irrumpieran en la plaza, se acercó a ellos y les dijo que él sí que les iba a hablar, que su pueblo no era así, que ni siquiera la mayoría de su pueblo era así, pero que los radicales lo están reventando.
La defensa de su causa no requiere de un pelotón de soldados, sino de un cargamento de valentía
Por suerte, hay quien está dispuesto a dar la cara y hasta a jugarse el tipo. No necesitan un ejército de seguidores porque la defensa de su causa no requiere de un pelotón de soldados, sino de un cargamento de valentía. Ellos se ponen en primera fila, pero saben que detrás, como tanques invisibles, aguarda una mayoría silenciosa que un día, como el anónimo vecino de Alsasua, les dará las gracias por haber estado allí.
***María Jiménez Ramos es investigadora de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra y miembro de COVITE.