Carlos Solchaga (Tafalla, 1944) abre la puerta corredera de la sala de reuniones de su consultora. Es un poco Casa Blanca: techo ovalado y mesa redonda. Toma asiento y se coloca justo al lado de su libro recién publicado -Las cosas como son (Galaxia Gutenberg, 2017)-, diarios del que lo ha sido casi todo en política: ministro de Economía y Hacienda, de Industria y Energía, presidente del grupo parlamentario socialista, diputado a secas, consejero de Comercio de un Gobierno autonómico… Siempre con Felipe González, que lo quiso a su lado hasta casi el final, a pesar de la inquina que le tenían los guerristas.
Solchaga junto a la grabadora es una foto en sepia, la sintonía del telediario de los ochenta, las chaquetas de pana que nunca llevó, la dimisión que protagonizó por el caso Mariano Rubio “para dar margen de maniobra a Felipe”. También un hombre de traje marino, camisa a rayas y corbata azul. “En política las cosas no son como son, sino como parecen”, dice prendido del recuerdo, defendiéndose de los titulares de la época.
En sus diarios, que fueron escritos al pie del cañón, a tiempo real, intenta precisamente que las cosas sean como fueron y asegura no haberlas maquillado. En ese duermevela entre presente y pasado, afronta la conversación también abierto a aquello que no le tocó en primera persona. Solchaga habla de Cataluña, de riñas internas de partido, de los GAL, de las divergencias entre Pedro Sánchez y Susana Díaz…
Los diarios fueron escritos sobre la marcha. Habrá tenido que revisarlos en su conjunto… ¿No ha mutilado nada?
Algunas cosas, pero no eran importantes, no cambiaban la narrativa ni ocultaban algo que, habiéndolo vivido, fuera reseñable.
En este tipo de libros, el índice onomástico tiene mucho morbo. Que si Alfonso Guerra, que si Felipe González... ¿Tampoco se ha moderado respecto a algunos nombres?
Quizá en algún momento, y aconsejado por mi mujer, haya suavizado algún calificativo, pero no. Sinceramente, no. Incluso he dejado tal cual ciertas historias que ahora pienso de otra manera.
“Dios” es uno de los adjetivos empleados para referirse a Felipe González.
Pero no fue cosa mía. Lo dijo Txiki Benegas en una conversación que le captaron mientras iba en coche. Hablaba de “Dios” y del “número uno”. Se refería a Felipe. Yo nunca hubiera utilizado esa nomenclatura. Los aspectos teológicos o teocráticos no son mi fuerte.
¿González se sintió Dios en algún momento?
No. Siempre fue una persona muy consciente de los límites del poder. No tuvo la tentación despótica de despreciar al adversario o de utilizar abusivamente las mayorías absolutas de las que disfrutó. Es cierto que, a veces, no valoras el punto de vista de la oposición, está en la naturaleza de la política, pero nunca lo vi convertido en un déspota.
Ha mencionado “los límites del poder”. ¿Y los GAL? ¿Cree que Felipe González no supo nada?
Honestamente, creo que si él dice que no supo nada es porque nunca lo supo. Otra cosa es que pudiera sospechar que se hacían algunas cosas más allá de los procedimientos democráticos y jurídicos. En esa época, no era poco común… Servicios de espionaje e inteligencia de países europeos, democráticos desde hacía décadas, actuaban al margen de la ley. La televisión está llena de series que lo explican. La política antiterrorista de aquellos gobiernos estuvo dentro del marco legal. Se resistieron bien las presiones de Interior para ilegalizar Herri Batasuna. Y se resistieron bien porque el Gobierno nunca tuvo la tentación de caer en la ilegalidad.
¿Y la "X" en la cúspide del organigrama de los GAL? Usted conoció a los altos cargos de entonces. ¿No tiene alguna sospecha?
Tengo algunas ideas… Creo que en País Vasco y Navarra, algunos fueron más allá de sus límites de actuación: apoyaron el GAL y desarrollaron sus prácticas. Pero estaban a otro nivel, no tenían que ver con las altas esferas del poder en Madrid. En fin, hubo gente que creyó hacer un gran servicio utilizando los desagües y las cloacas policiales en materia de seguridad.
Volviendo a lo de antes… usted acabó hasta el gorro de los guerristas. ¿Prefiere a los errejonistas?
No sé quiénes son los errejonistas. Uno de los problemas de Podemos es haberse formado a través de una confluencia de movimientos espontáneos y genuinos crecidos durante la crisis económica, cuando las organizaciones tradicionales parecían incapaces de dar una respuesta. Las discusiones en el seno de Podemos casi nunca tienen que ver con la ideología, sino con tácticas y estrategias para alcanzar el poder. Aquello que se forma con poco cemento ideológico es difícil de mantener en pie. Por ejemplo, la posición en Cataluña les ha costado mucho en Andalucía o Castilla. Cada vez es más difícil decirle a la gente por qué tiene que luchar. Podemos ya ha alcanzado su punto culminante en la Historia de España y probablemente tenga, de ahora en adelante, un papel más subordinado.
¿Un suflé?
No sé si tanto. Respeto mucho lo que esta gente ha hecho y no trato de quitarle valor, pero cuando la crisis pierde tensión, como ahora, su caldo de cultivo desaparece.
Salvando el contexto, ¿Podemos tiene algo que ver con el PSOE de Suresnes? Dejar el marxismo fue un cataclismo para ustedes. Ellos también se han ido moderando.
Cualquier movimiento de izquierdas tiene un proceso de maduración. Al principio, parece que son compatibles todas las políticas de redistribución y progresismo, parece que todo es posible y que, además, no cuesta nada. Con el paso del tiempo, cuando la realidad a la que te enfrentas es mucho más testaruda de lo que creías y tu capacidad de actuación se ve restringida por la fuerza de los que no piensan como tú, suele tener lugar ese proceso de maduración. Hay una diferencia crucial entre Podemos y el PSOE: ellos han nacido en libertad. El siglo XXI no tiene nada que ver con la Transición y los años anteriores, cuando se corrían serios riesgos de ir a la cárcel. Cuando uno se da cuenta de la relación entre el coste y el beneficio político que se pretende alcanzar, templa sus posiciones. Nada es gratis.
Como Podemos, ustedes tampoco acudían a las recepciones reales. En el libro relata ese giro, que al parecer fue idea de Rosa Conde, entonces portavoz del Gobierno. ¿Su PSOE ideal debe ser monárquico o republicano?
Cualquier partido político debería ser republicano. La monarquía no es natural, sino antigua, basada en el reconocimiento de unos privilegios hereditarios y por tiempo ilimitado. Cuando nos planteamos esta cuestión en 1978, lo hicimos desde un punto de vista pragmático, igual que Santiago Carrillo al aceptar la bandera española en detrimento de la republicana. ¿Qué nos sale mejor? ¿Cargarnos al rey y empezar a cosechar inputs negativos en la opinión pública o hacer de él una figura parlamentaria? Fuimos muy prácticos. ¿Me permite que le cuente una anécdota?
Claro.
El primer gobierno preautonómico vasco nombró presidente a un socialista, Ramón Rubial. Cuando se presentó en Zarzuela, le preguntó el rey Juan Carlos: “¿Qué tal?”. Rubial le contestó: “Aquí, a ver si acabo con usted, bueno, con la monarquía”. El dilema monarquía o república no era sustancial, lo importante era lograr una democracia aceptada por todos.
Felipe González gobernó catorce años. Superados los ochenta, ¿estuvieron tentados de poner en práctica su sentimiento republicano?
En ningún momento nos vimos tentados. Sólo le importaba a un porcentaje muy reducido de españoles.
Antes hemos mencionado cómo el PSOE de Suresnes se despojó de su etiqueta marxista con mucha dificultad. ¿Debe desprenderse ahora su partido de la etiqueta “obrero”?
Probablemente, no. Lo digo en el sentido de que conviene aceptar la tradición histórica del partido. Por otro lado, si uno considera el porcentaje de población activa obrera, claro que sería un nombre limitado. El PSOE debe tener la conciencia clara. Dentro de veinte años, el 90% de lo que invertimos en términos físicos lo harán máquinas. Lo de obrero, evidentemente, es una cosa del pasado.
Pero, ¿le cambiaría el nombre al partido?
No, me ocurre como con la monarquía. Son aspectos relevantes, pero lo importante es cómo se utiliza el partido para lograr los objetivos realmente importantes. Que ni una cosa ni la otra nos hagan perder de vista la realidad.
Casa mal “Partido Socialista Obrero” con Felipe González, Pedro Sánchez o Susana Díaz.
Siempre ha sido así. También casaban mal los privilegios de Brézhnev con el comunismo. El desarrollo de un cargo representativo conlleva un protocolo y una liturgia, que sería bueno eliminar en la medida de lo posible. A los ciudadanos de ahora no les gusta, pero durante un tiempo les pareció necesario. De mi experiencia como ministro, esa liturgia era lo que menos me gustaba.
Se lo digo de otra manera. No queda nada de las chaquetas de pana. Se han convertido en trajes y restaurantes caros.
Eso se puede discutir, pero no desde el punto de vista de un partido, sino analizando cada caso. Es inevitable que la vida te cambie cuando estás en el poder. Hay mucha gente que te quiere ver. El poder atrae una barbaridad, quieren hacerte la vida más fácil, ser agradables contigo… Yo no quería ver a los banqueros en comidas o cenas, prefería que vinieran a mi despacho y que las relaciones fueran frías, calculadas.
Si Pablo Iglesias llegara a La Moncloa, ¿perdería la coleta y los vaqueros?
Pablo Iglesias nunca llegará a La Moncloa.
¿El PSOE es de derechas comparado con lo que fue?
El PSOE de hoy es mucho menos partido de clase de lo que fue.
¿Augura futuro a Pedro Sánchez?
Me abstengo.
Con todo lo que ha contado en los diarios, ¿no me va a contestar a esto?
Va a depender mucho de él. La situación requiere un gran líder porque la socialdemocracia nunca se ha visto tan atacada como ahora. Mire Francia, Inglaterra y Alemania. Veremos cómo aprende las lecciones y cómo se impone las tareas de un hombre de Estado. La misión es extremadamente complicada, mucho más difícil que hace diez o veinte años.
Permítame la interpretación: Pedro Sánchez no le convence. En política, cuando se cierran filas, se hace de forma mucho más explícita. Mire cuando le he preguntado por Felipe González…
Para qué nos vamos a engañar. Sánchez ha llegado a la cúspide no precisamente sobre las alas del consenso, sino imponiéndose a una parte muy amplia del PSOE que le miraba con desconfianza. Con el tema catalán se ha hecho mucho más complicado. Veremos si es el líder que necesitamos. No hay razón especial para pensar que lo sea, pero tampoco para pensar que no lo pueda ser.
¿Susana Díaz?
Estaba mucho más conectada con las viejas tradiciones y parecía tener más respeto por lo que éstas representaban. Al mismo tiempo, es evidente que sus limitaciones fuera de Andalucía como candidata a la presidencia del Gobierno eran mayores que las de Pedro Sánchez. Cada cual tenía sus dificultades. A mí me resulta más fácil entenderme con Susana porque sé cómo piensa, aunque no siempre coincidamos.
Hablemos de Cataluña. ¿Qué parte de culpa tienen los gobiernos de Felipe González de lo que ahora ocurre?
En dos ocasiones, tuve que reorganizar el sistema de financiación autonómica. En ambas, era evidente que la situación de partida de Cataluña era de perjuicio. Contribuía con más por ser más rica, pero si luego obtenía la misma cantidad por ciudadano que el resto, salía perjudicada. Tuve que apelar a la autoridad de Felipe para que nuestros compañeros en el resto de Comunidades reconocieran que había que tratar mejor a Cataluña. De ahí viene la idea de la ordinalidad: yo soy más rico y tengo que aportar más, pero una vez aportado, si era más rico que usted, que no termine siendo más pobre. Nuestros gobiernos mostraron desconfianza hacia el proceso descentralizador, que adquirió una gran velocidad cuando el PP llegó al poder.
¿Algo más?
Otro de los grandes errores fue la elaboración del Estatuto de 2006. No había un deseo mayoritario ni claramente manifestado de modificar en tanta profundidad el Estatuto. Se hizo con una enorme arrogancia por parte del PSOE, negociando vis a vis con Cataluña y dejando fuera al PP. Un gran error al que luego siguió otro: la política anticatalana del PP.
¿Cree que el PP es anticatalán?
Hizo esa política, en gran parte despechado por haber quedado fuera de la negociación. Empezó no comprando productos catalanes y terminó con el recurso de constitucionalidad. Todos hemos tenido una parte de culpa, pero durante nuestros gobiernos, creo que el error clave estuvo en el PSC. No supimos mantener un equilibrio entre el catalanismo y la socialdemocracia.
Ha sido duro con Zapatero.
Sí. Se equivocó profundamente y es uno de los culpables, junto a Maragall, de que hayamos llegado hasta aquí.
¿La reforma constitucional es parte de la solución? ¿Cuál es su idea?
Hay algo evidente. Si un 40% o un 45% de catalanes quiere una consulta sobre la independencia, habrá que habilitar un procedimiento para celebrarla. A día de hoy es ilegal. La Constitución dice que cualquier ruptura debe votarla el conjunto del país, y no sólo los afectados. Creo que tiene sentido ver cómo se puede modificar la Constitución para habilitar una consulta que no tenga como consecuencia inmediata la independencia, pero sí la apertura de una negociación. También debería garantizar que, en caso de perder, los secesionistas no volvieran a proponer lo mismo cada media hora. Algún día se podrá contemplar, pero sería bueno hacerlo cuando las emociones primen menos que ahora.
¿Le parece exagerado lo de "golpe de Estado"?
Algunos han comparado injustificadamente el 23-F con la DUI. Coinciden en las consecuencias. El golpe de Tejero fue una vacuna contra los pronunciamientos militares. Se demostró, con esa salida un poco bufa, igual que la de la independencia, que España era una democracia occidental. La experiencia de estos días denota que la vía unilateral dentro de Europa es inviable. La DUI vacunará a España y a los independentistas.
El PSOE se ha apuntado un tanto importante: haber proporcionado un referente moral a la Cataluña no independentista. ¿Debería dar Borrell un paso más?
A mí me gustaría que hubiera encabezado las listas. El problema es que allí, en muchas partes, es considerado un españolista. Pepe es un ciudadano consciente, podría haber jugado ese papel tan importante. Aunque imagino que le pasara lo que a mí: a estas alturas de la vida no apetece meterse en faena otra vez.
¿La aplicación del 155 ha sido justa, dura o blanda?
Ha sido inteligente. Al poner un límite temporal, se ha logrado que la gente no tenga temor a un traspaso de los poderes hacia el centro. Minimizados los cambios, se ha evitado la confrontación.
Cambio de tercio. ¿La corrupción supurada por el Gobierno del PP hasta ahora es motivo suficiente para dimitir?
En condiciones normales, sí. Ahora, con un grave problema de secesionismo de por medio, es posible que haya que esperar. Al margen de juicios personales, el PP ha estado financiándose mediante procedimientos antidemocráticos e ilegales.
¿Cree al presidente del Gobierno cuando dice que el “M.Rajoy” de los papeles de Bárcenas no es él?
Es difícil creerle. No voy a decir más.
¿Faltaron dimisiones por corrupción en los gobiernos de Felipe González?
Personalmente, creo que no. La única que se retrasó, por culpa de su complejidad política, fue la de Alfonso Guerra. Las de García Valverde, García Vargas y Narcís Serra, incluso la mía, fueron una exageración. No fue en los gobiernos de González donde faltaron este tipo de dimisiones. Se ha visto más después.