El 2 de mayo de 1808, el pueblo de Madrid se levantó en armas contra las tropas imperiales de Napoleón. Aquella insurrección desembocó en la Guerra de la Independencia y la restitución de la dinastía borbónica. La Constitución de 1812, una de las más liberales de su tiempo, sentaba las bases de un nuevo tiempo que no llegó a cuajar. El reinado de Fernando VII decantó una involución política hacia el absolutismo.
A propósito de la efeméride, EL ESPAÑOL conversa con el catedrático de la Universidad de Alicante Emilio La Parra, que ha merecido el XXX Premio Comillas por Fernando VII. Un rey deseado y detestado (Tusquets, 2018). En esta obra, alabada por la crítica como biografía definitiva de Fernando VII, La Parra disecciona un reinado y una época cruciales para comprender cómo y por qué España perdió el tren de la modernidad.
En Manuel Godoy. La aventura del poder (Tusquets, 2002) rescató al Príncipe de la paz de su leyenda negra, pero en Fernando VII. Un rey deseado y detestado (XXX Premio Comillas) confirma que el primer monarca de nuestra historia contemporánea fue singularmente ladino y cruel. ¿Ha sido el peor rey de España?
La peor de toda las monarquías españolas es mucho decir, porque desde la Edad Media hasta ahora ha corrido mucho tiempo. Pero desde el XVIII acá a mí me parece que ha sido el peor de los monarcas. Por su personalidad, por su manera de gobernar y por la represión, que marcó la historia española. Él pensaba que gobernar era imponer su autoridad reprimiendo a quienes consideraba malos; porque Fernando VII no consideraba enemigos a quienes se oponían o contrariaban su voluntad, los consideraba malos, hacía juicios de carácter moral. Un gobernante no puede gobernar por juicios morales.
Ya entonces se hablaba de buenos y malos españoles. ¿Esa división cainita, que nos ha perseguido hasta la Transición y más acá, es una característica típica de nuestro país?
Esa división entre buenos y malos españoles viene tal vez de la Inquisición, no nace con Fernando VII. Pero él la acentúa por razones ideológicas y políticas. Entonces los buenos españoles eran quienes obedecían al rey; y esto significaba absolutismo. Y los malos españoles eran quienes no le obedecían; y esto significaba liberalismo o ultraabsolutismo.
¿Qué es lo que más le llamó la atención del estudio de los papeles reservados de Fernando VII?
Lo que me llamó la atención fue su falta de escrúpulos hacia sus padres, lo que implicaba en su caso una falta de respeto al rey por parte del príncipe heredero. Esto es muy grave, eso lo descalifica totalmente, y es una de las cosas que Napoleón no aguantó de Fernando VII. Napoleón, que accedió al Imperio por una vía diferente a la hereditaria, sí se hizo una idea de lo que significaba ser rey. Y en una famosa carta reprochó a Fernando VII que un aspirante al trono como él traicionara al monarca, su padre el rey Carlos IV. Esto demuestra la inquina de Fernando VII.
Sin embargo su tercera mujer dijo de él que era “excelente como hombre particular”. ¿A qué virtud se refería María Josefa Amalia de Sajonia?
.-Eso lo escribió ella en una famosa novela: Cartas de la reina Vitinia. Aunque parezca mentira, María Josefa Amalia de Sajonia, que era una mujer de una gran cultura, que no era ninguna ñoña como habitualmente la presentan, estaba enamorada de él. Ella pensaba que Fernando VII era buena persona, pero que como rey tenía defectos.
Y eso que Fernando VII era, además de malo, tirando a feo.
Pero era el rey, y eso lo explica todo. Además, era un hombre muy simpático y trató siempre muy bien a sus cuatro mujeres, pese a que siempre tuvo muchas aventuras amorosas. Tenía un concepto muy elevado de sí mismo. La única que le presentó alguna objeción fue la portuguesa, su segunda mujer [María Isabel de Braganza], que no aguantaba sus salidas nocturnas por Madrid y sus engaños.
Traicionó a sus padres, Carlos IV y María Luisa de Parma; traicionó a sus mentores y amigos cada vez que se descubrían sus conspiraciones; engañó a sus mujeres con numerosas amantes; utilizó a su hermano, Carlos María Isidro; embaucó a liberales y realistas continuamente; y consiguió sin embargo la consideración del pueblo español, que lo vio como un monarca inocente y virtuoso. ¿Cómo pudo mentir a todo el mundo todo el tiempo?
Esa es una de las grandes preguntas que me hice a medida que me adentraba en su vida. En mi opinión, esto sucede por la Guerra de la Independencia. Fernando VII tuvo la suerte de que se produjeran las abdicaciones de Bayona. Los españoles se levantaron en armas contra Napoleón y necesitaban un elemento de cohesión, algo que los uniese para hacer frente al enemigo militar más poderoso de la época. Se construyó una imagen totalmente irreal y positiva de Fernando VII porque interesaba. Se trataba de propaganda política. Los españoles lucharon contra Napoleón para establecer al rey. En 1808 nadie pensaba en la libertad de España, sino en su rey. Además se decía que José I iba a imponer el francés, que iba a prohibir el catolicismo y que iba a obligar a los españoles a luchar en el extranjero con las tropas imperiales.
¿Por qué caló esa imagen positiva?
Esa imagen positiva del rey caló porque las condiciones eran trágicas: seis años de guerra. Esa imagen va desapareciendo paulatinamente entre los liberales, una minoría consciente de los problemas que creaba el monarca, y de que por ahí no salíamos de la miseria; pero no entre la masa popular. La masa seguirá viendo a Fernando VII como ese rey deseado, ese príncipe inocente y virtuoso que no tuvo culpa ni de las abdicaciones de Bayona, de las que culparon a Godoy, ni de la guerra, de la que culparon a Napoleón.
Se construyó una imagen de Franco muy positiva durante la Guerra Civil y su masa de fieles la mantuvo hasta el final
De esa adhesión acrítica se han beneficiado muchos tiranos hasta ahora.
Sí, sí, es un fenómeno recurrente. ¡Ojo, pasó lo mismo con Franco! Se construyó una imagen de Franco tremendamente positiva durante la Guerra Civil y la masa del pueblo fiel al franquismo la mantuvo hasta el final. Se vió aquí el día de su entierro.
O sea, que lo de la posverdad no es una cosa de ahora.
Es un fenómeno intrínseco a la política.
¿La Guerra de Independencia se representa como una guerra de liberación frente al francés, pero no fue también la primera de un siglo casi y medio de guerras civiles?
Inicialmente fue una guerra de defensa de la dinastía española. Luego fue una guerra civil porque había españoles que consideraban que merecía la pena tener en cuenta a José I. En Bayona se siguió la lógica del antiguo régimen, cuando los reyes negociaban entre sí y se dividían y repartían los reinos a conveniencia. José I se estableció en España siguiendo esa lógica: no se trataba de algo irregular: cien años antes, mediante una guerra, los borbones sustituyeron a los habsburgo. La guerra civil se produce por la lucha entre los afrancesados y los llamados patriotas. Luego fue la guerra del trienio, que se saldó con la entrada de un ejército extranjero, la de los Cien mil hijos de San Luis; las tres guerras carlistas; el cantonalismo y ya en el XX, la Guerra Civil española.
¿No produce un poco de bochorno retrospectivo que aquel levantamiento contra el francés surgiera al grito de “¡Vivan las cadenas!”?
Eso se ha dicho mucho, pero no es verdad. El levantamiento contra Napoleón fue al grito de viva el Rey, viva la Religión, y viva la Patria, entendida como la patria chica, la comarca... y la Monarquía. El ¡Vivan las cadenas! llega a partir de 1822, en el trienio.
¿No parecen un poco ingenuos los liberales con su insistencia en exonerar al rey de sus complots?
Los liberales, hasta avanzados los años 20 del siglo XIX, pensaban que la solución pasaba por Fernando VII a pesar de los pesares. Y están confiados en que puede seguir siendo rey, pero un rey constitucional. Confían en la posibilidad de que Fernando VII aceptase la Constitución porque existía la convicción de que la culpa la tenía la camarilla. Los liberales creyeron que si eran ellos quienes le aconsejaban, el Rey daría juego. En 1814 se produce la represión, en 1820 no aceptó la Constitución pese a jurarla… todo eso hace que se separen de él. Los que se van al exilio, a partir de 1814, vieron lo que pasa en Inglaterra y Francia, y se dieron cuenta de que el absolutismo ya estaba fuera lugar en Europa. Luego hubo algunos liberales que pensaron en recuperar a Carlos IV, ¡otro rey!
A don Juan Carlos también le han afeado sus amistades peligrosas. Y Felipe VI y la Reina Letizia tuvieron que dejar de lado al compiyogui, Javier López Madrid, por su implicación en corruptelas y otros escándalos. ¿Lo de la camarilla es propio de reinar o es una cualidad singularmente borbónica?
(Risas) Los amigos y sectores de influencia sobre los reyes actuales no tienen nada que ver con lo que fue la camarilla de Fernando VII e Isabel II. La camarilla con Fernando VII era un grupo de individuos sin cargo y sin ningún papel en la sociedad civil. Son individuos que están a disposición del Rey, a los cuales recurre solicitando consejo. A Fernando VII, que no era tonto, le interesaba mucho conocer la opinión de la gente corriente, que era donde tenía su apoyo, y estos individuos se la proporcionan y van adquiriendo confianza y capacidad de influencia, incluso en el nombramiento de ministros. Felipe VI no hace nada de eso.
Lo de borbonear, entendido como mangonear con ventajismo manipulando a unos y otros, se acuñó con Alfonso XIII y se ha utilizado también con el Rey Emérito. ¿Se puede decir que Fernando VII fue el primer Borbón en borbonear?
Él fue un individuo que impuso clara y tajantemente su voluntad. Alfonso XIII empezó a borbonear precisamente porque no podía imponer su voluntad: de ahí las famosas crisis orientales [se hacía política en el Palacio de Oriente], que le reprochaban.
¿Y la campechanía como carácter y como herramienta para ganarse el favor de los súbditos, también es un rasgo de Fernando VII que heredaron sus descendientes?
(Risas) Bueno, no es un elemento negativo. Fernando VII era populachero, le gustaba el pueblo, se mezclaba con el pueblo en las corridas de toros, buscaba el contacto, que le besaran la mano. Pero porque sabía que el pueblo llano era su mayor fuerza.
¿Queda algún poso de toda aquella época en la España actual?
Aquella época fue determinante porque introdujo una serie de vicios en la política española que se prolongaron en los siglos XIX y XX. El cainismo, que a veces dio lugar a guerras civiles; la arbitrariedad en el uso de la Jefatura del Estado o del Gobierno; el espíritu dictatorial seguido por el pueblo lo hemos tenido hasta Franco… Muchos elementos negativos se mantienen de la época de Fernando VII.
En el libro se percibe una pugna constante entre modernidad y reacción. En el Congreso de Verona los representantes de la Santa Alianza hablaban del peligro que suponía la “revolución en España” de los liberales. ¿Perdió España el tren de la modernidad, las luces, en el XIX?
Lamentablemente, España sufrió una pérdida extraordinaria en capital humano. El exilio de los liberales y de los afrancesados fue un mazazo, justo cuando España tenía que recuperarse de la larga, larguísima y destructiva, Guerra de Independencia. Después de seis años seguidos de guerra en el territorio, España se encontró con que los mejores hombres estaban en el exilio. Además, esos individuos tenían un pensamiento moderno y progresista, que se pierde.
Por otro lado, España perdió la participación política, perdió un sistema constitucional de participación política. Es verdad que era un sistema de carácter conservador, como lo eran la Carta Otorgada francesa y el régimen político de Reino Unido. España perdió todas esas cosas por la represión y porque Fernando VII no transigió. Luis XVIII o Fernando I de Nápoles y Sicilia transigieron y aceptaron algunas ideas del tiempo de la Revolución; estaban dispuestos a defender los logros económicos conseguidos y a apoyar a esa clase media, o burguesía, que se había ido enriqueciendo por las desamortizaciones y por las medidas de libertad económica. Fernando VII negó toda transacción con el tiempo anterior. No quiso asumir ningún elemento de modernidad y le dió mucho juego a la Iglesia Católica. Los obispos de la época eran bastante burros, tenían escasa preparación intelectual y sólo pensaban en el esplendor del culto, en los mantos de las vírgenes y en las coronas… diría que eran en realidad poco católicos.
En España sobró absolutismo por parte del rey y poder por parte de la Iglesia
Pérez Reverte decía en uno de sus libros que a España le faltó una guillotina en la Puerta del Sol, que por culpa de eso España no se desprendió nunca del lastre de las clases dominantes y que aún hoy arrastramos ese problema. Podemos también ha dicho lo mismo ¿Qué le parece esa reflexión?
No estoy de acuerdo. Lo que sobró fue absolutismo por parte del rey y poder por parte de la Iglesia. Si ambas cosas se hubieran atenuado, todo sería distinto. El jacobino español Juan Romero Alpuente también decía que si matábamos algunos frailes y algunos nobles se resolverían los problemas con estos estamentos. Como Robespierre. Pues no porque en Francia, después de eso, hubo una reacción en sentido contrario, luego llegó Napoleón y también fue en sentido contrario. La solución hubiera pasado por una transacción entre el sistema del antiguo régimen y las nuevas conquistas de la modernidad.
La Pepa fue una Constitución liberal muy moderna para la época e influyó, por inspirar o por oponerse a ella, las cartas constituyentes posteriores. ¿Cómo es posible que un país con una masa ciudadana tan reaccionaria diera lugar a un documento tan ambicioso?
Eso fue posible porque la alumbró una minoría española, los liberales, de formación ilustrada. En el XVIII en España se formó un grupo de ilustrados en cuanto a cultura, pensamiento y actitudes no desmerecen en absoluto a los ilustrados del resto de Europa. Son personas que saben lo que hacen los franceses, lo que hacen los ingleses, lo que hacen los italianos… Cuando en 1808 llega el momento de descalabro de lo anterior, porque nos habíamos quedado sin reyes y sin instituciones, los liberales reunidos en Cádiz empiezan a reflexionar y, poco a poco, elaboran un sistema político que es el precipìtado de un conjunto de ideas que ya existían y que se podían poner en marcha. Fue exactamente igual que con los revolucionarios franceses.
Esa Constitución para el pueblo llano era artificiosa y rara. Sin embargo, por los textos de felicitación que llegaban de distintas alcaldías de España a Cádiz, queda patente que se percibían los logros: pensaban que gracias a la Constitución desaparecería el feudalismo y la gente podría trabajar en lo que quisiera, y esa gente no eran intelectuales. Percibieron que era una Constitución liberadora y que suponía una apertura a un tiempo nuevo. No sabían cuál era ese tiempo nuevo, pero lo intuían. El problema de la Constitución de 1812 es que no tuvo vigencia porque la derogó Fernando VII en 1814.
FVII la consideraba una Constitución republicana, sin serlo. ¿Alentó el republicanismo o sirvió de germen al republicanismo español de algún modo o esa crítica del Monarca y los realistas era gratuita?
El germen del republicanismo está en unas ideas, también una práctica, que se plantea en el mundo en ese momento.. Ya desde finales del XVIII tenemos el ejemplo de la independencia de Estados Unidos y el establecimiento de una República, luego en 1793 tenemos el jacobinismo y la República en Francia. Todo eso se conoce en España y, ya en 1811, en Cádiz, un médico edita El Robespierre español. En 1822, otros periódicos en Barcelona también plantean ideas republicanas, pero no el establecimiento de una República. En España se teme la república por el caso francés; se identificaba la república con el terror y la guilllotina. “Los franceses recitificaron”, dicen ellos. Además pensaban que la república podía ser un buen sistema para países pequeños como los Estados Unidos de las 13 colonias, o como Suiza, pero que en países grandes fracasaba, y España era un imperio todavía. Eso no pasará hasta los años 30 y 40 del XVIII. La cultura era monárquica incluso entre los liberales más ilustrados.
Con la Constitución de 1812 se reconoce por primera vez que el poder del Estado pertenecía a la nación, entendida como el conjunto de los españoles, y esa concepción de la soberanía se ha mantenido invariable en todos los periodos constituyentes, salvo ahora, donde hay muchos catalanes y no catalanes que admiten como plausible el derecho a decidir. ¿Qué ha pasado para que esto suceda?
La nación tenía el derecho a establecer el sistema por el que regirse porque en ella residía la soberanía originaria y exclusivamente. La nación es el conjunto de todos los españoles. Una vez que la nación establece el sistema por el que debe regirse, la nación es soberana. Eso es lo que planteó la Constitución de 1812. Ahora, por lo que refiere al derecho a decidir de los catalanes, aunque yo no soy especialista, habría que decirles que un grupo de la nación que quiere decidir sólo puede decidir poniéndose de acuerdo con el resto. Tendrán que negociar con el resto y ver si se puede o no se puede. Pero el derecho a decidir de un grupo que unilateralmente decide, pues eso no tiene nada que ver con la soberanía nacional, eso es un acto de rebelión. Yo no entiendo que tenga fundamento el derecho a decidir de los catalanes, aunque repito que no soy especialista. Yo no niego que los catalanes o un grupo de catalanes decidan, pero no por su cuenta y riesgo, como hicieron en septiembre pasado, que hicieron sus leyes como les parecía. En un Estado democrático esa legislación no es legal. La democracia es ante todo negociación.
El tatarabuelo de Fernando VII, Felipe V, derogó los decretos de Nueva Planta y por eso en su reinado sitúan los separatistas catalanes el inicio de la dominación española. Sin embargo los catalanes se levantaron contra el francés y la Seu de Urgel llegó a ser bastión fernandino. ¿Qué ha pasado para que el problema de separatista sea ahora más acuciante y grave que entonces?
En el reinado de Fernando VII hubo un conflicto bastante grave, el de los agraviats o malcontents, que por cierto todos los historiadores calificaron de rebelión, en el que lo que se pedía era más reacción. Cataluña se manifiesta en aquella época como un territorio reaccionario y ultra absolutista: de ahí lo de la regencia de Urgel, la rebelión de 1822 contra el régimen constitucional, y en 1827 los agraviados. Se rebelaron contra Fernando VII porque querían más absolutismo, porque querían el establecimiento de un sistema casi teocrático. Es verdad que defendían las costumbres catalanas y tal pero desde una perspectiva ultrareaccionaria. Barcelona y Tarragona eran distintas, pero Cataluña era muy reaccionaria.
Lo de la colonización española de Cataluña es una teoría sin base que utilizan para justificar la rebelión
¿Y se puede sostener lo de la colonización española?
En modo alguno. Esa es una teoría artificiosa que, también algunos historiadores, han planteado para justificar la rebelión contra España. No tiene fundamento alguno.
¿Historiadores como Oriol Junqueras?
(Risas) Bueno, Junqueras es historiador sui géneris.
El separatismo se remonta a la supresión de los fueros para justificar la teoría de la dominación española.
En cuanto a la supresión de los fueros catalanes, valencianos, mallorquines y aragoneses, es una cuestión asunto muy debatida por los historiadores. Ahí habría que remitirse a los trabajos de historiadores modernistas como Roberto Fernández, Enrique Giménez, Jesús Pradells para ver como ellos puntualizan las cosas. Suprimir los fueros no fue un acto de colonización, sino la decisión de un rey [Felipe V] en virtud del derecho de conquista porque ha habido una guerra y él ha ganado, y porque así era el antiguo régimen. Lo que no se puede hacer es juzgar el pasado con criterios y planteamientos de ahora.
Pues a Felipe V lo ponen boca abajo por aquello.
Eso me parece una solemne tontería, una chorrada.
Llamar facha al almirante Cervera es una desfachatez y desprestigia a Ada Colau como política
Fernando VII, elevado a estatua y a calles en muchas ciudades de España, fue una de las primeras víctimas del revisionismo histórico. Hace poco Colau rebautizó la Calle Almirante Cervera, un “facha”, según la alcaldesa, como Calle Pepe Rubianes. ¿Cómo asiste un historiador como usted a los cambios en el callejero por motivaciones políticas o electorales?
Hay que ser rigurosos. A personajes que han sido negativos para la patria y que se han distinguido en su acción por ser fascistas y autoritarios y represores no hay que dedicarles homenajes, como dedicarles calles. Ahora bien, hay políticos que consideran que cualquiera es susceptible de ser calificado de fascista. El almirante Cervera no tuvo nada que ver con el fascismo, entre otras cosas, porque murió antes de que se creara el primer partido fascista, el italiano. Él muere en 1909 y el partido fascista italiano se fundó en 1921. Llamar facha al almirante Cervera es una desfachatez y desprestigia a Ada Colau como política. Quitemos pues los homenajes a los fascistas, a los opresores y a los autoritarios que no han aportado nada positivo a España, pero seamos rigurosos con cada persona. Los cambios de calles hay que estudiarlos y no lanzar chorradas como las de Ada Colau.