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Ignacio Gil Lázaro (1957, Valencia) es eso que en el mundo de la política suele llamarse "un histórico". En este caso, del PP. El partido en el que ha militado durante 38 de su vida; 33 de ellos entre diputado y senador. ¿Y qué otra opción le quedaba si Manuel Fraga confió en él, cuando apenas contaba 22 años, para la implantación del partido en Valencia, convirtiéndolo de facto en uno de los padres de la formación en la comunidad?
Pero todo el peso de esa historia no pudo evitar que Gil Lázaro solicitara hace un mes la baja de su partido. La gota que colmó el vaso de su paciencia, bastante exigida durante los últimos años, fueron unas palabras del exministro de Justicia, Rafael Catalá, en las que el exdiputado, exsenador, Gran Cruz del Mérito Civil y Gran Cruz de Isabel la Católica apreció "vulneración de la separación de poderes".
Gil Lázaro pasará a la historia de la democracia española como el azote (ahora lo llamarían "la mosca cojonera") de Alfredo Pérez Rubalcaba por el caso Faisán. Tanto azotó Gil Lázaro a Rubalcaba, de hecho, que en mayo de 2011 el por aquel entonces vicepresidente del Gobierno y ministro del Interior, cansado de sus preguntas, le respondió: "Leyendo anoche su pregunta, recordé la famosa canción infantil de Bartolo y la flauta con el agujero solo". Ese día, Rubalcaba llegó a acusar a Gil Lázaro de tener una "obsesión psicopatológica" con el famoso chivatazo al propietario del bar Faisán de Irún.
Pero el bar Faisán es historia y, en cambio, la moción de censura a Mariano Rajoy, el nuevo gobierno de Pedro Sánchez y su futura relación con los nacionalismos catalán y vasco son actualidad. La primera pregunta es, por lo tanto, obvia.
¿Cómo valora lo sucedido durante los últimos días?
Es una tragedia para España y una vergüenza para la política. La estabilidad y el porvenir nacional han quedado subordinados a las ambiciones de unos grupos dispuestos a ejecutar una venganza partidista sin importarles lo más mínimo el coste para España. El Congreso ha sido escenario de un mercadeo de alianzas contra natura que abochornan a cualquiera que tenga un mínimo sentido ético de la responsabilidad. Se han pisoteado las más elementales reglas de la ejemplaridad y la coherencia, que es lo que nunca puede extraviar un político para ser creíble.
¿Será gobernable España en estas circunstancias?
La gobernabilidad de España va a resultar imposible porque con ochenta y cuatro diputados propios no se va a ningún sitio y, por tanto, ver a Sánchez prisionero del independentismo, de los herederos de Batasuna y del populismo antisistema no aventura nada bueno. Echar a Rajoy no es un programa de gobierno. Sólo un ajuste de cuentas.
La izquierda ha montado una maniobra para asaltar el poder sustrayéndole a los españoles su derecho a decidir de inmediato en las urnas, que es lo que correspondía. Y aquí no valen medias tintas. La realidad es que, a partir de lo sucedido, Susana Díaz, Bono, Fernández Vara y tantos otros que siempre se han opuesto a tratos con independentistas no han chistado ahora ante lo hecho por Sánchez, y por tanto comparten ya la mesa del poder con Puigdemont, Torra, Rufián, Tardà, Otegui y compañía. Son sus aliados. Que no nos vengan con monsergas.
¿El PSOE ha sido desleal o ha jugado bien sus cartas?
La actitud del PSOE ha sido manifiestamente desleal con el interés superior de España, que no pasa por dejarla dependiente de aquellos que pretenden dinamitarla. Ha sido también desleal consigo mismo. Basta acudir a las hemerotecas para recordar lo que hace muy poco afirmaba Ábalos respecto a la imposibilidad de que el PSOE presentará una moción de censura con el respaldo de los independentistas o lo que el nuevo presidente del Gobierno decía anteayer de Podemos o del que hoy es su socio, el xenófobo Torra.
Ahora bien, si Sánchez cree que todo vale aun a costa de dejar en evidencia su palabra y comprometer el futuro de España, pues entonces sí: ha jugado bien sus bazas. Pero esa es una concepción de la política ruin, miserable y muy poco digna. Una concepción oportunista y trilera. Desde luego, no es la mía. No se le puede hacer trampas a la democracia tergiversando y prostituyendo el sentido constructivo de una previsión constitucional como es la moción de censura. No se le puede hacer trampas a la democracia forzando una operación bochornosa para llegar al poder por la puerta de atrás. No se le puede hacer trampas a la democracia tratando de hacer creer a los españoles que lo sucedido forma parte de la más estricta normalidad.
¿Debería haber dimitido Rajoy antes de dejar el Gobierno en manos de nacionalistas y populistas?
Rajoy debería haberse anticipado a los acontecimientos siendo consciente del tremendo efecto político que iba a acarrear la sentencia del caso Gürtel y haberles tomado a todos la delantera. Sabiendo que esa sentencia se iba a hacer pública el jueves, tenía en sus manos la posibilidad de dirigirse a la nación el miércoles, inmediatamente después de aprobados los Presupuestos Generales del Estado en el Congreso, para anunciar que una vez aprobados estos en el Senado disolvería las Cámaras y convocaría elecciones argumentando que los Presupuestos daban a España un margen suficiente de estabilidad económica y que por tanto era hora de buscar también esa estabilidad política que en realidad no ha existido durante los dos últimos años con un gobierno bloqueado en la práctica por falta de respaldo parlamentario suficiente.
A partir de ahí, todo lo que ha venido después no se hubiera producido. Supongo que un exceso de confianza al contar con el apoyo del PNV, creer lo dicho por Sánchez respecto a que nunca presentaría una moción de censura respaldado por los independentistas y el temor a la caída electoral que le señalaban las encuestas le impidieron comprender el terremoto que se avecinaba.
Sea como fuere, una vez desencadenados los hechos, sí creo que debería haber agotado la única posibilidad ya en sus manos, la dimisión, para intentar evitar la catástrofe que supone este nuevo Gobierno. Aunque al final no lo hubiera logrado porque en un subsiguiente proceso de investidura Sánchez hubiese forjado la misma mayoría que ahora, una gran parte de la sociedad española hubiera interpretado esa dimisión de Rajoy como un acto valiente, generoso y responsable de servicio a España y la misma hubiera obrado seguro en beneficio de su imagen y de su figura histórica.
¿Qué le parece la desaparición de Mariano Rajoy durante la tarde del jueves?
Con un enorme respeto, debo decir que me pareció un error. Su sitio estaba en el Congreso junto a sus diputados en un momento de tremendo desfonde emocional para estos, y haciéndose visible para los miles de militantes y votantes del Partido Popular a los que había que transmitir tranquilidad, confianza, liderazgo y presencia de ánimo en unas horas profundamente amargas para ellos.
Comprendo que para Rajoy también lo eran –seguramente más que para nadie– pero en momentos así es cuando se ha de primar ante todo la exigencia de lo que uno representa. Ocho horas encerrado en un restaurante no se corresponde con la gravedad de lo que a España y al PP le estaba ocurriendo esa tarde y por eso sólo le ha acarreado chanzas y chascarrillos. Una lástima y lo siento. No sé para qué sirve tener tanto asesor y tanto entorno si nadie fue capaz de decirle con el máximo afecto y claridad que su sitio estaba en el Congreso.
¿Qué cree que se nos avecina?
Me temo que la tormenta perfecta. Una enorme incertidumbre. La política del absurdo elevada a la enésima potencia. Revanchismo, demagogia, despilfarro y ocurrencias a espuertas. Cómo encaje todo eso la economía nacional y su efecto en la creación de empleo puede ser catastrófico. Las bases fundamentales del ordenamiento constitucional sometidas a subasta con independentistas y populistas. La idea de España como nación a expensas de los compañeros de viaje del señor Sánchez y de las concesiones que va a hacerles para intentar por todos los medios agotar la legislatura. Dos años que pueden ser demoledores.
Advertir esto no es hacer tremendismo. Por desgracia, es encarar con realismo el panorama previsible a tenor de la insólita amalgama gubernamental que a España le ha caído encima.
¿Se fía usted de Pedro Sánchez?
Sánchez no es fiable. Y si Sánchez enmudece al PSOE, entonces este tampoco. Falta por ver si ante lo que vaya sucediendo con el Gobierno el partido se somete al cesarismo de su secretario general o si levantan la voz esos dirigentes que tantas veces han exhibido una concepción de España asentada en la lealtad al modelo constitucional.
Pero, desde luego, que Sánchez bordeará los límites de la Constitución en su relación de necesidad con los independentistas y los nacionalistas no ofrece ninguna duda. Ya lo dejó entrever en el debate de la moción. Si sus socios no lo tuvieran muy claro de antemano, no le hubieran hecho presidente. Veremos cosas que una gran parte de la sociedad española no va a estar dispuesta a digerir.
Si dependiera de usted, ¿cómo afrontaría el futuro del PP?
Ahora, el PP debe realizar un diagnóstico sincero y a fondo de su situación para ser capaz de establecer la terapia adecuada. Es imprescindible. No aceptar que hoy se encuentra difuminado ideológicamente, desvertebrado orgánicamente y desprestigiado socialmente sería una equivocación, porque equivaldría a no encarar su realidad.
Sin embargo, la pérdida del poder supone una oportunidad, por paradójico que resulte decir esto. La presión diaria sobre él va a disminuir. La posibilidad de llevar a cabo una tarea de oposición eficaz está al alcance de su mano visto el tipo de gobierno que va a tener delante. También es muy posible que el nuevo escenario político con la izquierda gobernante vuelva a fidelizar a una parte de su electorado que le había abandonado o estaba dispuesto a hacerlo.
Se trata, pues, de saber encajar todas las piezas resituándose en un espacio doctrinal claro, reconstruyendo la dinámica interna de un partido paralizado y muy endogámico desde hace tiempo y, finalmente, recuperando su permeabilidad con la calle. Luego, su militancia deberá decidir con libertad y cuando corresponda en manos de quién confía el rumbo, sin dejarse llevar por dedazos ni juegos de camarilla.
¿Qué cree que ocurrirá este martes?
No sé que va a pasar el próximo martes en la reunión del Comité Ejecutivo, pero desde luego en este tiempo que ha de transcurrir hasta que se convoquen elecciones su mejor activo sigue siendo Rajoy porque dialécticamente, como jefe de la oposición, es imbatible. Y así se vio durante la sesión matinal del debate de la moción de censura en el cara a cara con Sánchez.
¿Cree posible la sustitución del PP como partido hegemónico de la derecha y el centro-derecha por parte de Ciudadanos?
Hasta hace unos días, todas las encuestas recogían un ascenso vertiginoso de Ciudadanos, una caída en picado del Partido Popular y el estancamiento de la izquierda o un ligero retroceso de alguna de sus marcas. Sin embargo, la inesperada aparición de este nuevo Gobierno cambia las expectativas del mapa político y obliga a los partidos a resituarse.
La izquierda pasa a gobernar y eso es un plus de cara a dinamizar a su propio electorado y atraer nuevo, tanto en lo que concierne a los sectores de carácter más moderado vinculados al PSOE como, en menor medida, quizá, a los ámbitos más radicales afectos a Podemos. Como dije antes, el PP en la oposición va a tener a su favor menos presión mediática y política sobre él, y además puede mantener y recuperar a una parte descontenta de sus electores ante el efecto de rechazo que les supone el gobierno de la izquierda. Es decir, algo similar a lo que ocurrió en junio de 2016 con el miedo a Pablo Iglesias.
Por su parte, a Ciudadanos es a quien en principio menos beneficia lo que ha ocurrido. Hasta ahora, su estrategia transversal le servía muy bien para crecer a derecha e izquierda. Sin embargo, a partir de este momento esa transversalidad ya no es operativa en términos electorales con la misma intensidad que antes porque Sánchez tratará de convertirse en el referente de una nueva izquierda menos ideológica, más pactista y más útil. Desde el poder se tienen resortes suficientes para construir esa imagen.
Por tanto, Ciudadanos tiene que tratar de copar necesariamente el espacio hegemónico del centro-derecha y la derecha como objetivo primordial. Esa es su veta de crecimiento y ello supone reordenar mensajes y estrategia. Sigue jugando a su favor que una inmensa mayoría de ese amplio espectro sociológico que no vota izquierda ansía disponer de un proyecto nacional que diga las cosas claras, defienda principios nítidos, supere viejos estereotipos y obre siempre en consecuencia. Es decir lo que no ha hecho el PP en los últimos años. Y así le ha ido.
Pero, además, Ciudadanos ha de seguir superando carencias, construyéndose como una sólida alternativa de gobierno, reforzando su oferta con personalidades de experiencia y prestigio en la vida política, extendiendo sus estructuras orgánicas por todos los rincones de España y perdiendo ese cierto tono de amateurismo que aún mantienen sus cuadros territoriales.
¿Cómo ve las próximas elecciones?
Las siguientes elecciones generales se van a ventilar sobre una dialéctica de bloques derecha-izquierda. Es inevitable. Por eso, aun compitiendo en el mismo espacio electoral, Ciudadanos y PP deberían asimilar ya que, sea quien sea el que resulte triunfante, la realidad es que todos los estudios demoscópicos apuntan la existencia –por el momento– de una mayoría de centro-derecha, de modo que sería inteligente olvidar reproches mutuos y empezar a reconstruir relaciones pensando en ello.
Los sistemáticos ataques recientes del PP a Rivera no conducen a nada positivo para ninguna de ambas partes. Por último, lo que ocurrió con la UCD fue un caso muy singular, aunque algo parecido ha ocurrido hace poco con la fuerza representativa tradicional de la derecha francesa. Es lógico pensar que la evolución natural de la política española dé brío a Ciudadanos y reduzca el peso que el PP ha tenido hasta ahora porque no tenía competencia en su espacio, pero no es imaginable suponer que el Partido Popular pueda desaparecer.
¿Por qué dejó usted el PP?
Dejé el PP después de treinta y ocho años de militancia y un largo proceso de reflexión. No ha sido algo repentino. Dije que emocional e intelectualmente ya no me sentía participe de un proyecto que contribuí a fundar porque su realidad, en mi opinión, es hoy muy distinta a la que fue. No se parece en nada. No lo es emocionalmente porque ya no aprecio aquella limpia convivencia interior palpable en su momento fundacional, cuando primaba el servicio a unos ideales y el afecto y el respeto entre todos los que compartíamos un mismo empeño. Digamos que eso es la voz del corazón.
No lo es intelectualmente porque el PP se ha difuminado ideológicamente aparcando unos valores y principios que son los de su base social, y eso ha afectado a sus políticas de gobierno. Por ejemplo, no todo es únicamente economía, y esta no son sólo los grandes indicadores macroeconómicos. La economía no es un fin en sí misma, sino un instrumento para mejorar la vida de las personas, corregir desequilibrios estructurales, reforzar la cohesión social y garantizar de verdad el principio de igualdad de oportunidades para todos. La economía es la herramienta para intentar hacer una sociedad más justa.
De poco sirve manejar las estadísticas de empleo si este no es estable en su duración ni suficiente en su montante salarial para que cada hombre y cada mujer puedan desarrollar con dignidad su proyecto de vida. Lo dicho y más forma parte de la voz de la razón. Cuando el corazón y la razón ya no se sienten identificados con el lugar en el que están, lo mas coherente es marcharse.
Usted conoce muy bien Valencia. ¿Corre peligro de caer en la misma dinámica en la que ha caído Cataluña?
En Valencia, la principal fuerza que integra la coalición Compromís –el Bloc– se ha movido siempre en la órbita del independentismo catalán y es un firme partidario de la teoría de los Países Catalanes. De hecho, en sus propios estatutos lo dice claramente, aunque sin citar esa expresión. Su llegada al Consell de la Generalitat ha supuesto la puesta en práctica de una serie de políticas con el mismo sesgo que aquellas que en su momento se aplicaron en Cataluña con los resultados que hoy se han visto.
Compromís tiene la conselleria de Educación, cuyo titular –un independentista declarado antes de ser conseller– ha intentado forzar una inmersión lingüística absoluta pretendiendo desterrar el castellano de la escuela. No lo ha conseguido de momento gracias a los varapalos que ha recibido de los tribunales. Además, Compromís se ha hecho con el control de la nueva televisión autonómica, situando a su frente a un equipo directivo igualmente vinculado a posiciones muy próximas al independentismo en unos casos y abiertamente independentistas, en otros.
Tanto el Consell de la Generalitat como el alcalde de Valencia, Joan Ribó, también de Compromís, vienen además subvencionando generosamente a grupos y entidades declaradamente propaíses catalanes, como Acció Cultural del País Valencià, Escola, El Micalet o Ca Revolta, por citar sólo algunos. Frente a eso, el presidente Puig deja hacer.
Y no sólo eso, sino que además, en plena eclosión del conflicto secesionista, se le ocurrió organizar en Valencia una gran cumbre con el entonces presidente Puigdemont. Esta misma semana se ha reunido en Barcelona con el presidente Torra para proclamar a los cuatro vientos que la comunidad valenciana y Cataluña deben ir de la mano en sus reivindicaciones financieras y de infraestructuras. Un despropósito.
En conclusión, la voluntad de Compromís y sus entornos por situar a Valencia a rebufo del proceso catalán no tiene vuelta de hoja. Por eso muchos no vamos a cejar en denunciarlo y combatirlo democrática y firmemente. Valencia se siente orgullosa de su identidad y de ser profundamente española. Eso nadie va conseguir alterarlo por mucho que se empeñen.
¿Ha leído Un buen tío, de Arcadi Espada?
No lo he leído. Creo que Francisco Camps es un hombre honrado que se equivocó al escoger sus entornos y al no vigilarlos adecuadamente.
¿Tiene remedio la dependencia de los grandes partidos nacionales de las minorías regionales?
Creo que esa dependencia irá paulatinamente a menos al no existir ya el bipartidismo exclusivo, pero de alguna manera aún va a subsistir, como se ha visto estos días. PSOE y PP perdieron en su momento la oportunidad de corregirla de común acuerdo. La ley Electoral vigente se inscribe en los fundamentos básicos de la Transición: crear un régimen de partidos nacionales fuertes y dar una presencia primada en las cámaras estatales al nacionalismo vasco y catalán a fin de integrarlos. Eso pudo ser necesario en una etapa inicial, aun cuando llegó a entrañar injusticias manifiestas como que Izquierda Unida, con más votos que el PNV o CiU, tuviera sin embargo menos diputados.
Ahora bien, a finales de los ochenta y principios de los noventa debió abordarse una reforma que, por ejemplo, desbloqueara listas y, sobre todo, ajustara mejor la distribución del voto y de los escaños con objeto de facilitar la aparición de una tercera fuerza política nacional que pudiera jugar el papel de bisagra a izquierda y derecha para evitar a los sucesivos gobiernos su dependencia nacionalista. No se hizo por las urgencias que en cada caso tuvieron socialistas y populares para configurar mayorías y se perdió una ocasión de perfeccionar nuestra democracia haciéndola más estable y mas auténticamente representativa. Esa reforma sigue siendo una asignatura pendiente.
¿Qué opina de Quim Torra y del nuevo gobierno catalán?
Lo que está ocurriendo en Cataluña es consecuencia de muchos años en los que el Estado desistió de ejercer su presencia y su legítimo papel en ella. Torra es la sublimación patética de la degradación de las instituciones catalanas provocada por el independentismo. Desde luego, la cesión no es una solución. Sería una rendición y, con ella, el abandono inaceptable de una gran parte de la sociedad catalana que se siente y quiere seguir siendo España.
Lo que corresponde en Cataluña es dar soporte efectivo a ese sector social, hacer cumplir la ley sin complejos y dialogar con todo aquel que, piense como piense, acomode sus actos a la ley y respete sin reservas a quienes no piensan como él. Yo confío que esa lección se aprenda desde Madrid y desde Barcelona, porque afecta en mucho al porvenir de España. No va a ser rápido ni fácil, pero se ha de conseguir.
¿Por qué cree que España no está contando con la colaboración de Alemania y de otros países europeos para la extradición de los líderes del golpe separatista huidos?
Supongo que ha faltado una acción diplomática ágil, eficaz y firme para anticiparse al relato victimista. De todas formas, es inaceptable que esa falta de colaboración se produzca, porque pone en evidencia los fundamentos mismos de la Unión.
Ese rechazo, ¿le hace replantearse la relación de España con la UE?
No. Pero sí es obvio que España debe reforzar su posición y sus exigencias en el seno de la Unión teniendo en cuenta que los tribunales españoles son especialmente respetuosos y diligentes con las peticiones que reciben de órganos judiciales de otros países miembros. Crear un espacio de justicia y seguridad común es principio fundamental del europeísmo, y eso no puede dejarse al albur de los acontecimientos. Ha de ser una constante sin baches.
¿Cree que debería haberse alargado la aplicación del 155 o haberse aplicado más duramente?
La aplicación del artículo 155 llegó tarde. Debió ponerse en marcha el procedimiento el día 8 de septiembre, tras las sesiones del día 6 y 7 celebradas en el Parlament de Cataluña que aprobaron las llamadas leyes de desconexión. Un auténtico golpe contra la legalidad constitucional. Si así se hubiera hecho, no se hubiera producido ni el referéndum del 1 de octubre, ni la declaración de independencia, ni todo lo que vino después.
Las fuerzas políticas nacionales pecaron de miedo a un procedimiento inexplorado hasta la fecha. Y cuando no tuvieron más remedio que aplicarlo, la situación se había ya complicado en extremo. Ese miedo determinó que trataran de salirse del lío cuanto antes mediante una convocatoria electoral precipitada que sólo garantizaba la casi segura repetición práctica del escenario parlamentario de predominio independentista anterior, aunque la victoria de Ciudadanos fue muy importante.
No atreverse a intervenir el principal elemento de agitación independentista, es decir, el sistema de medios públicos de comunicación, tampoco contribuyó a arreglar las cosas. La aplicación no ha sido, pues, plenamente ejecutiva, sino casi contemplativa. Todo ha seguido igual y a peor. Torra es la muestra.
Ayer murió el 155.
Citar la literalidad del acuerdo del Senado para sostener que el 155 decae en cuanto tome posesión el nuevo Gobierno me parece discutible. Las normas y acuerdos jurídicos se interpretan conforme a su espíritu y a la voluntad del legislador. Es evidente que la previsión de caducidad del 155 no puede ser entendida de manera automática en cuanto tome posesión cualquier Gobierno, sino cuando lo haga uno que acate expresamente la legalidad. Si no es así, estamos en las mismas y la propia aplicación del 155 habría carecido de sentido.
Por tanto, mientras el Gobierno de Torra no acreditara con sus actos la asunción de esa legalidad, yo hubiera sido partidario de la continuidad, teniendo en cuenta que es constitucionalmente compatible la existencia de ese Gobierno autonómico con la recepción de instrucciones expresas por parte del Gobierno de España. Esa hubiera sido la prueba del algodón.
¿Es usted partidario de una reforma de la Constitución? ¿En qué sentido?
No soy partidario de una reforma constitucional en este momento. Sería una irresponsabilidad, visto cómo andan las cosas. Una reforma exige un amplio acuerdo básico sobre qué se va a reformar, por qué se va a reformar y para qué se va a reformar. Eso, hoy, no existe. No cabe frivolizar con este asunto, aunque hacerlo sea lo habitual. El nuevo presidente del Gobierno viene destacando en eso.
Existe un movimiento de revisionismo de la Transición, que muchos califican ahora poco más o menos que de componenda de bajo nivel democrático con la que se traicionó a los ciudadanos españoles. ¿Está usted de acuerdo con esa visión?
En absoluto. La Transición fue una obra ejemplar del conjunto del pueblo español que decidió cambiar la política conforme había cambiado ya la sociedad y lograr la reconciliación nacional. Eso lo hicieron los hijos de la guerra civil. Juntos los dos bandos. Suena a guasa que ahora los nietos de la paz vengan a poner en solfa el legado de sus mayores. Una componenda de bajo nivel democrático con la que se traiciona a los ciudadanos españoles es por ejemplo haberles prometido vivir como la gente y a las primeras de cambio terminar comprándose un chalet de 600.000 euros.
¿Qué le parece la sentencia de Alsasua?
No comento nunca sentencias. Al margen de ella, sí digo que el intento de linchamiento de los guardias civiles se produjo por serlo y que en él participaron algunos sobradamente conocidos por su vinculación a ciertos entornos y por haber destacado en el impulso de campañas contra la permanencia de la Guardia Civil en Navarra. Eso no tiene vuelta de hoja. La kale borroka era terrorismo. Supongo que apalizar a guardias civiles porque son guardias civiles no puede ser menos grave que quemar un autobús.
¿Ha finalizado la época de los grandes liderazgos, los de Felipe González o José María Aznar? ¿Estamos condenados a líderes de bajo nivel y a gobiernos inestables con fuerzas no ya radicales, sino abiertamente desleales al Estado de derecho y a la Constitución?
Toda nación necesita siempre grandes líderes que la impulsen. La historia lo demuestra. En el caso de España, y por ceñirme sólo a los emergentes, Rivera tiene condiciones para llegar a serlo a medida que avance en recorrido y gane experiencia. Con estilo distinto, también Pablo Iglesias pudo haberlo sido. Sin embargo, las expectativas que despertó han terminado siendo defraudadas por su demagogia, su petulancia, su cinismo, su prepotencia, su sentido estaliniano del liderazgo y sus contradicciones personales recientes.
Por otra parte, espero que la sociedad española haya entendido que un Parlamento archifragmentado sólo genera inestabilidad, ingobernabilidad y conflictos. Confío en que la etapa reciente sirva para que, tras las futuras elecciones generales, España disponga de una mayoría integrada por dos fuerzas políticas –Ciudadanos y el Partido Popular– acompañadas por algunas otras de carácter regional, y que juntas puedan componer una alternativa de gobierno coherente que atienda con eficacia las necesidades del pueblo español impulsando las reformas precisas, perfeccionando nuestra democracia y regenerando la política desde la defensa inequívoca de la convivencia entre los españoles y el modelo constitucional. Otra cosa sería letal.
¿Cuál cree que es el principal problema de España a día de hoy?
Desde luego, y con carácter inmediato, el principal problema es el nuevo Gobierno, por las alianzas que lo sostienen. Un barullo peligroso que no augura nada bueno. Amén de esto, y como cuestiones más de fondo, España precisa retomar aquello que Ortega y Gasset llamaba "un proyecto sugestivo de vida en común" que nos identifique y fortalezca como la gran nación que somos. Y hacerlo sin aspavientos ni imposturas, entendiendo su diversidad natural como un auténtico elemento enriquecedor de la identidad española de la que debemos sentirnos orgullosos.
También, reintegrar a la vida pública principios y valores más allá del mero tacticismo electoral, la frivolidad, la falta de altura de miras y el exacerbado cainismo oportunista que la invade. Por último, hacen falta dirigentes con valentía intelectual en todos los ámbitos para ejercer la función didáctica imprescindible que les corresponde por su influencia ante el conjunto de la sociedad a fin de alumbrar nuevas ideas de libertad, humanismo y reflexión crítica frente a las querencias alienadoras de la individualidad que impone la llamada "civilización consumista del espectáculo", la manipulación de las redes sociales y el imperio de la aldea global. No es sólo una cuestión de política.