Enric Ucelay-Da Cal (Nueva York, 1948), historiador y catedrático de Historia Contemporánea, es uno de los tres autores de El catalanismo frente al fascismo (1919-2018) –los otros dos son Arnau González i Vilalta y Xosé M. Núñez Seixas–. En la portada de ese libro, publicado por la editorial Gregal, aparece una de las fotos más interesantes de la España del siglo XX. Interesante y desconocida, sobre todo en Cataluña. Es esa en la que puede verse a las JEREC, las juventudes de la ERC de 1933, desfilando por las fuentes de Montjuïc.
La peculiaridad de la imagen, más allá de lo chocante de las columnas marcialmente delineadas de las JEREC, son sus uniformes de inspiración fascista. De hecho, nadie levantaría ni media ceja si se le engañara diciendo que esas son las juventudes de la Falange o las del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán.
Enric Ucelay-Da Cal me cita en la cafetería del Colegio de Aparejadores de Barcelona, el de las letras de colores en su fachada, donde responde sin problema a una de esas preguntas que jamás serán preguntadas por nadie, a nadie, en TV3. ¿Existe un fascismo catalanista? Un fascismo catalanista más allá de la acusación habitual de que "todos los nacionalismos son ultraderecha". Según Ucelay-Da Cal, ha habido catalanes fascistas pero no un fascismo catalanista. ¿El porqué? El nacionalismo se lo ha comido.
¿Existe un fascismo catalanista?
Han existido fascistas catalanes. Incluso muchos fascistas catalanes. Pero no un fascismo catalanista. Hay situaciones donde el marco político, en este caso el nacionalismo, domina. Son situaciones donde el radicalismo tiene dificultades para desbordar las aguas naturales de ese marco. En Cataluña hubo muchos intelectuales fascinados por la Italia fascista, pero muchos menos fascinados por Alemania. Hay algún germanófilo, pero son siempre figuras aisladas.
En Cataluña ha habido otros 'ismos'.
Yo siempre he pensado que lo determinante son las personas, y que las personas no se suelen comportar de una manera coherente con los ismos. Incluso aunque sean militantes de esos ismos. En este sentido, el nacionalismo catalán puede con el fascismo. No acaba de poder, sin embargo, con el comunismo.
El Front d'Esquerres.
En Cataluña hay, sí, un Frente Popular diferente al español, el Front d’Esquerres, que se mantiene vivo por debajo del franquismo y define intelectualmente la Transición y los años 80 y 90. En el 68 se produce el redescubrimiento de ese espíritu frentepopulista y ahí se decide que los nacionalistas son compañeros de viaje lícitos.
Pero la acusación está ahí.
Está ahí en buena medida por una foto, que es la portada del libro, y que resultó ofensiva incluso para los jonsistas y los falangistas. “¡Son fascistas!”, decían los jonsistas y los falangistas. Bueno, también lo eran ellos. Este es un debate que no se producirá jamás en España y en Cataluña porque o estás con estos o estás con aquellos, pero está claro que hay situaciones en las que existe fascismo en la sociedad, porque existen fascistas, pero no existe un partido fascista importante. En Cataluña, el nacionalismo se ha comido al fascismo.
¿A qué se refiere en concreto cuando habla de fascismo?
Cuando hablamos de fascismo hablamos de un movimiento que se sitúa fuera de las normas del resto de la política. Mólotov decía en el 32: “No hay presos políticos en la URSS, hay una legislación social nueva que los convierte en criminales y están cumpliendo con sus penas, que incluyen el trabajo, porque en la URSS todo el mundo trabaja”. Es decir, que el gulag no existe.
Pero lo significativo es que Mólotov siente la necesidad de justificarlo. Mólotov comparte con liberales, demócratas y conservadores un conjunto de valores que son la sociedad, el individuo, el derecho y los derechos humanos.
El fascismo no hace eso. El fascismo tiene una chulería única, diabólica. No hay otro movimiento político en el siglo XX que asuma sin rubor, como lo hace el fascismo, su propia demonización. Es más: si te encuentras con alguien que dice ser fascista, pero ese alguien se ruboriza frente al mal, es que no es un fascista sino un conservador disfrazado. Lo que marca el fascismo es el desacomplejamiento, para utilizar una palabra de moda.
La idea de que en Cataluña el nacionalismo se ha comido al fascismo me recuerda a esa otra idea que decía que en el País Vasco no hay ultraderecha porque ETA ha absorbido a los radicales que en otras circunstancias militarían sin problemas en el fascismo.
Lo que ocurre es que en el País Vasco también había una derecha franquista o posfranquista. En Bilbao, por ejemplo. La sociología nos lleva sólo hasta cierto punto.
Además, una de las cosas que marca al neofascismo es la nostalgia. Y en España se han resuelto muchas cosas con los impuestos. En España ha habido dinero suficiente para pagar a los franquistas y a los progres peludos. Y eso derivó en que todo el mundo se quedara contento durante la Transición. También en ese fenómeno que es la plaza de Oriente llena y la plaza de Oriente vacía en un plazo de sólo tres años. En el momento en que se supo que el Movimiento iba a cobrar su pensión, se acabó el tema. Otro asunto diferente son los que han durado demasiado y se han quedado pillados porque por aquel entonces eran demasiado jóvenes. Hay que saber desaparecer a tiempo.
Entonces, ¿está inmunizado el catalanismo contra el fascismo?
No. Nada lo está. Yo nací en el exilio y la vida me llevó al más radical escepticismo. Lo que ocurre es que estamos reviviendo el panorama de los años treinta. Abrimos el diario cada día y decimos: “No, no, no podrá ser, hemos llegado hasta aquí pero no se llegará más allá”. Y pumba. Vemos al grupo de Visegrado y pensamos: “Está lejos, son polacos, son checos”. Pero ahora Kurz es el canciller de Austria. Y luego están los italianos. Y los bávaros, que parece que van directamente a por Merkel. ¿Habrá una UE dentro de cinco años?
¿La habrá?
La primera función de la UE no es la del bienestar. Esa es la segunda función de la UE, la que consiste en copiar el plan Marshall. La primera función es la de evitar una nueva guerra francoalemana. Puedo decir con ostentación de vanidad que fui de las primeras personas -y estoy hablando de los años ochenta- que dijo que Europa era un imperio.
La guerra no está tan lejos. Ha habido guerras civiles brutales.
La de Siria ha sido mucho más brutal que las guerras civiles que siguen a la revolución rusa. Tú vas ahora a Alepo y no hay nada, sólo ruinas. Mis padres huyeron de la Guerra Civil española, pero la Guerra Civil española fue una fiesta comparada con la de Siria. Yo ahora mismo estoy acojonado. Teóricamente, llegas a los setenta y es una etapa de cambio porque tu etapa universitaria se acaba. Pero mi vida se está acelerando de una manera brutal. Pero no la mía personal, sino el mundo en general.
Hace años, eso se atribuía a la tecnología.
Había mucha promesa irresponsable de inteligencia artificial. No me fío mucho de los Musk. Representan algo muy hueco, pero también algo muy real. En cualquier caso, ahora estamos pagando el precio de ese cambio. Y ese cambio representa cientos de miles de personas sin trabajo, niveles de pobreza muy elevados, clases medias empobrecidas…
Pero las cifras macroeconómicas son buenas.
Los gobiernos citan esas cifras macroeconómicas y la tendencia global de la economía va muy bien. Pero a nivel de calle va mal. La universidad española está por los suelos. Los jóvenes doctores no tienen futuro si no están en el campo correcto y ganan sueldos de miseria.
Yo nací en los Estados Unidos, en el 48, y el choque que supuso para mí llegar a España y a Francia en el 53 fue enorme. Todo estaba lleno de agujeros y no había agua caliente. Ese mundo, que parecía superado, ha vuelto con una ferocidad tremenda y con centenares de miles de pobres asaltando los espacios ricos. En el mismo momento, además, en el que una gran parte de la población de esos espacios supuestamente ricos se siente empobrecida. Y el fenómeno de reacción que se produce es extraño, difícil y peligroso. Da miedo.
Los cambios se están produciendo ya.
Y no les damos importancia. Que llegue la derecha de Kurz o la Liga Norte al poder implica que están colocando a su gente, que están controlando la policía, que están controlando los servicios secretos, y que están quitando a los otros. Son dinámicas muy extrañas. Es algo muy extraño para alguien como yo, que nació en el siglo XX, en Nueva York, una ciudad judía, y que se encuentra a sus setenta años con todas las pesadillas de sus padres que se creían felizmente superadas.
En España no estamos todavía, sin embargo, en ese punto.
Yo en España me encuentro -y cuando digo esto me dicen que estoy loco- con una ruptura social preguerracivilista. Recuerda los felices años veinte españoles, a pesar de Primo de Rivera. Los salarios estaban bien, el problema del terrorismo estaba aplastado y la guerra de Marruecos estaba pacificada. En el 31 todavía había un recuerdo de buen rollo. Pero los meses pasan muy rápidamente y se genera una mala leche soberana. La religiosidad se acentúa, el anticatolicismo se acentúa. La obra de Lorca en el 31 ya decía “de aquí a cinco años todos al hoyo”. Y en cinco años, efectivamente, todos se fueron al hoyo.
Y yo ahora noto, sutilmente, elementos de ruptura. Las mismas cosas que hace cinco o diez años hacían que este ambiente no tuviera trascendencia -estamos en la OTAN, el ejército está civilizado, formamos parte de Europa, el mundo es pacífico- no representan hoy un freno.
Estamos condenados a repetir la historia.
Yo hace unos años di con una ley histórica y me quedé horrorizado. Desde 1808 hasta hoy, no ha habido régimen español que haya durado más de cincuenta años. La Restauración alfonsina cumplió los cuarenta y ocho, pero no más. Son tonterías de historiador. No tiene más significado. Pero nadie dice que el régimen actual vaya a aguantar. Y eso me inspira respeto.
De hecho, las circunstancias del golpe a la democracia de Carles Puigdemont, que otros llaman “proceso”, son muy similares a las del 34.
Sí y no. El 34 está la Generalidad con el apoyo de una parte del obrerismo, y están también los socialistas. Y fallan los dos. En Madrid y en toda España. El único lugar donde no falla es en Asturias, y ya vemos qué desgracia. Las diferencias son por tanto muy grandes. Companys proclama lo mismo que proclamó el 14 de abril, que es la República Federal española. Porque en ese momento no se ha hecho el sistema federal y él piensa que eso es una solución. Companys quería provocar un desafío constituyente, pero un desafío constituyente español.
¿Companys no era independentista?
La trayectoria de Companys no fue la de un independentista, salvo en el gesto de su propio martirio, cuando se quita los zapatos para tocar la tierra de Cataluña en el momento de su fusilamiento. Companys es lo contrario de Macià. Macià es un separatista que se convierte en republicano y que dice que ha sido separatista de la monarquía, pero que no lo será de la república. Y Companys es un republicano que quiere morir como mártir separatista.
¿Llamaría golpe de Estado a lo ocurrido en Cataluña durante los últimos meses?
No. Ha sido una revolución.
¿Una revolución?
Los golpes de Estado no son fáciles hoy en España. Y eso se lo debemos a Felipe González y a Narcís Serra. Ellos cambiaron la legislación sobre gobiernos militares. Los golpes de Estado en la España del siglo XIX o el XX eran relativamente fáciles porque existían los mecanismos legales para ello. Mecanismos muy sólidos. Y eso no existe hoy. Ni siquiera en el 34 hubo un alzamiento militar catalán porque, sencillamente, no había fuerzas militares. Podía existir un control de la policía, pero no existía una fuerza armada digna de tal nombre que no fuera el ejército de la República.
Las analogías son fáciles.
Fáciles y frívolas. Lo que se produjo en Cataluña los días 6 y 7 de septiembre fue una revolución jurídica. ¡Los españoles le damos tanta importancia a la ley y tan poca a la realidad! Y parece que les estoy dando la razón a los independentistas, pero no es así. Lo que dijo el Parlamento catalán fue “aquí la legislación española no rige para según qué temas, y tenemos una legislación propia que vamos a desarrollar”. Esto es una revolución. La negación de la base legal previa.
Yo no creo que sea un golpe de Estado porque difícilmente una separación logra ser un golpe de Estado. Será una rebelión con separación que se constituye en Gobierno y tiene capacidad de defender sus fronteras, pero incluso eso es bastante más de lo que ha ocurrido. En Cataluña todavía no ha pasado lo que pasó en el País Vasco en el 61 y el 62, cuando de repente algunos decidieron empezar a pegar tiros.
Algunos dicen que todo ha sido un teatro.
Sí. En Cataluña todo lo que ocurre tiene, de momento, mucho de teatro político. Y dentro del teatro hay mucho de juego. Lo dijo la Ponsatí, que por cierto es experta en teoría de juegos. “Estamos jugando al póquer y hemos tirado de farol”. Y tras las críticas añadió: “Y seguimos haciéndolo”.
¿Pero a qué están jugando en concreto?
Es difícil decirlo. El PP jugó, muy explícitamente, y lo dijo Cospedal, a no meter al ejército. El 1 de octubre usaron la policía y la usaron mal. La policía es un instrumento muy romo y en un mundo de smartphones la actuación policial siempre es fea. Tenían otros métodos. La ridiculización, por ejemplo.
¿Qué alternativas tenemos en Cataluña?
Es un juego con pocos jugadores, pero siempre se puede añadir un nuevo jugador a la apuesta y entonces ahí todo se descontrolará. Si se usa la policía, la policía revierte a los tribunales. Y entonces se inicia una dinámica que ya no está bajo control gubernamental.
Aquí en Barcelona se pasaron todo el invierno diciendo que no había separación de poderes en España. Y entonces la judicatura montó una huelga contra el Gobierno de Rajoy y a todos los efectos se cargó ese Gobierno. Que era un Gobierno débil, sí. Eso es una separación de poderes considerable. Ahora… ¿qué pasa a partir de ahí? Los jueces no pueden gobernar. Pero a un Gobierno aún más débil que el de Rajoy se le pueden hacer muchas cosas. A un Gobierno aún más débil que el de Puigdemont, también. Es un juego de desgaste, que es lo que dijo Ponsatí.
¿Y cómo acabará esto?
Me temo que bien, no. Porque la tradición española no es una tradición de equilibrio. En estos momentos, y cito la prensa de ayer, una de cada cuatro personas que viven en Barcelona no nació en Cataluña. Este país hace cincuenta años era católico, apostólico y romano. Y punto. Que se llegara a debatir dónde se ponía una mezquita era impensable en el 72, cuando yo hice mi tesis doctoral. Si lo llego a predecir por aquel entonces, habría acabado en el frenopático de Barcelona con una dosis de Thorazine suficiente para curar mi esquizofrenia. Pero la realidad es más loca de lo que dicen los locos.
Este ahora es un país muy poco católico, muy descreído, con importantes diferencias campo-ciudad, pero de una manera muy confusa, y muy visibles en Cataluña, donde la montaña del siglo XIX se enfrenta a Tabarnia. Pero con un pero: esas zonas rurales han quedado fuertemente suburbanizadas por la emigración de principios del siglo XXI. Si yo voy a Vic, lo que veo por la calle son mujeres marroquíes. ¡Vic! ¡La capital del obispo Torras! A quien se atribuye -falsamente- la frase de “Cataluña será católica o no será”.
¿Se hará realidad su profecía de los cincuenta años?
Puede no ocurrir. Hay muchos cambios. Pero también es un país en el que hay muchos locos.
Para cambios, el de Inés Arrimadas, una no-nacionalista, ganando por primera vez unas elecciones en Cataluña.
Estoy de acuerdo. Es un cambio. Y un cambio muy extraño. Yo me pateé en octubre y en noviembre todas las manifestaciones. Las de los unos y las de los otros. También estuve en Madrid. Y me encontré la capital convertida en una parodia de Barcelona.
Hay una historia de Primo de Rivera y Alfonso XIII que, probablemente, como toda buena historia, es falsa. Dice que, en el año 24, el Rey dio una vuelta en coche por Barcelona. Alfonso XIII, que cuando quería era muy guasón, le preguntó a Primo de Rivera si se había fijado en la gran cantidad de banderas catalanas que había en las ventanas. Primo de Rivera le respondió que no veía ni una sola, y el Rey le contestó que cada ventana cerrada era una bandera catalana.
Ni me creo la historia ni me creo la moral de la historia, pero lo que sí creo es que en las manifestaciones constitucionalistas había un intento de responder con la retórica catalanista al fenómeno independentista. Y eso dio esos resultados electorales que me comentas.
¿Y en el futuro?
Aquí hay un pastel dividido en tres trozos. Hay un tercio, quizá más, que es tozudo pero al que le cuesta mucho crecer: el independentista. Hay otro trozo que sí ha crecido mucho, que es el españolista. Y luego queda otro tercio, muy difícil de definir pero también muy importante, en el que está incluida la inmigración, que no sabe-no contesta. Es gente que está haciendo su vida, está trabajando, está en su barrio y no le importa.
Como historiador, ¿qué opina de la polémica acerca del Valle de los Caídos?
Pues yo creo que se deberían tirar abajo todos los castillos de España. Piedra por piedra. Porque representan el feudalismo. Se deberían tirar abajo también todas las ruinas romanas porque representan la exaltación de la esclavitud. Y también deberíamos tener una buena guerra civil y dejar todas las ciudades planas, como han hecho en Siria. Y así de paso también se curarían los males del capitalismo.