Cartel difundido por 'Podemos' para la vuelta de Pablo Iglesias.

Cartel difundido por 'Podemos' para la vuelta de Pablo Iglesias.

EL PASEÍLLO

Pablo 'feminista' Iglesias

10 marzo, 2019 01:44

El cartel de Pablo Iglesias no anunciaba su vuelta, sino una forma de hacer las cosas que ha calado hondo en Podemos, el reconocimiento explícito de algo que, más o menos, intuíamos. Sus miembros están siempre bordeando el ridículo, como en el juego infantil de las sillas, sustituyendo la música por sus intervenciones públicas.

La grandilocuencia de sus discursos es una tonada que acompaña a nuestra democracia desde hace unos años, esa de forma de mirar a los ojos al electorado, al que le rapean promesas. Si el soniquete se detiene se les ve haciendo justo lo contrario de lo que hablaban al principio: están todos sentaditos sobre sus compromisos, aplastándolos.

A Iglesias le faltó descorchar champán ante los medios, como si hubiera ganado el mundial de Fórmula 1, para celebrar la rentrée de padrazo. Quedó claro que no era eso lo que se festejaba. Subrayándose en el, Pablo Iglesias mandaba una indirecta a los ciudadanos y a la clase política y a toda la Unión Europea y, en definitiva, al mundo libre de que por fin se podía contar con él de nuevo.

El clareado en la palabra vuelve es una forma sutil de referirse a uno mismo en tercera persona, algo que sólo le sale bien a algunos toreros, a Belén Esteban o a los futbolistas. Pablo Iglesias ha tenido gemelos sólo para entrar en esa categoría especial de españoles capaces de verse a sí mismos desde fuera. Nos llevan varios años de ventaja porque han sido capaces de deconstruirse.

Es increíble el relato por el que no aprobó el fotomontaje antes de lanzarlo. Por lo tanto, supongo que sacarlo justo en la semana previa al día de la mujer, ese momento en el que se va calentando la olla de los medios y las redes sociales, respondía a una estrategia. Podría ser una prueba de su compromiso feminista. Pensaría que si lo hacía mal a propósito y eso le llevaba a pedir perdón, podría visibilizar los problemas reales de la mujer depositados en las pequeñas cosas: el machismo de las cosas; cómo la sociedad comete errores inconscientes, incluido él, un hombre definido por su adaptación a los vericuetos conceptuales de este siglo. Las disculpas suenan a joder, qué difícil es ser feminista si hasta la cago yo. La prueba del algodón del buen aliado, que expone muy serio sus errores para dar ejemplo ante las burlas del resto, que, claro, no ha entendido nada.

Eso es especular. Cualquier otra explicación abre un mundo desconocido de vergüenza ajena. Lo que está claro es que Podemos va a quedar para siempre como el partido feminista que rinde culto al hombre que lo dirige; el partido de la gente, los desheredados, los pisoteados por la casta que tiene su sede en un chalet situado en una de las zonas ricas de la capital de España; el partido antisistema cómodo con ser parte ya indisoluble del paisaje institucional que pretendía demoler. Al final, lo más exótico de su implantación es tener a una condenada por asesinato como candidata provincial y hasta eso suena a paternalismo apoyado en el género.

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