Miles de ciudadanos han participado en las manifestaciones del 8-M a lo ancho y largo del país. Más allá de incidentes puntuales protagonizados por pequeños grupos de exaltados y radicales, la normalidad fue la tónica general.
Aun cuando esos sucesos puntuales no empañan lo que ya podemos afirmar que ha sido otra jornada histórica para el feminismo, sí prueban el modo en que desde ciertos sectores se quiere usar la causa de la defensa de las mujeres como arma arrojadiza. Podría entenderse un discurso así en elementos extremistas, pero no en quienes tienen responsabilidad de gobierno.
Propaganda
De ahí la sorpresa de que la vicepresidenta Carmen Calvo intentara monopolizar el 8-M decretando la expulsión de cualquier fuerza que no sea de izquierdas. "Este no es el lugar de las derechas", dijo, alentando así un absurdo cordón sanitario. Ni la proximidad de las elecciones justifica tal actitud.
La mejora de la situación de las mujeres requiere de más políticas efectivas y de menos propaganda, siquiera sea para combatir con la mayor eficacia posible la violencia de género, que este mismo 8-M se cobró otra vida en Madrid.
Transversalidad
En cualquier caso, la mejor demostración de que el 8-M gana cada año en transversalidad es que se ha consolidado como una fecha marcada en rojo por miles de personas en el calendario, muy por encima, por ejemplo, del Primero de Mayo. Pero hace falta que los partidos lo interioricen para que el Día Internacional de la Mujer no dé cobijo a discursos excluyentes. Ese será el reflejo más nítido de la normalidad.