Quiero ser como Garci
Garci es el titán de lo nuestro. Cuando el respirar es delito, cuando el pensador es un antisistema, siempre aparece Garci. Yo he conocido la última época de Alcántara con Garci, en un enero pelón en el que se fueron a Frutos a comerse a Dios y al Diablo, y volvieron enteros, tranquilamente hablando de Mourinho. Y he tratado con dos épocas -Garci, Alcántara- que quizá fueran la misma y de la que la puñetera cronología me ha expulsado.
Garci tiene esa elegante ronquera por la que pasan Legrá o Casius Clay, pero también los partidos del Madrid o la cosa esta interina que se trae Pedro Sánchez. Con José Luis Garci ocurre una cosa, y es que se es de Garci como se es de la Prospe o de Argüelles. No hay término medio porque el niño que creció en una Gran Vía neoyorquina y creyó en extraterrestres está ahora y está en pantalla: El crack cero y por eso le dedicamos esta foto.
Después del Hablando que le hice el año pasado, le medio rogué un cameo, y creo que me lo dio por hecho por esas urgencias de quien quiere bañarse en su piscina de Guadalmina y corta sin cortar la entrevista.
Hubo un tiempo de Garci y hay un tiempo suyo por el que, en color o en b/n, Madrid se congela, y los taxis son negros, y hay un habilitado de clases pasivas que da una cabezada en una pensión de la calle de la Ballesta y que quizá venga de Mondoñedo.
La foto de hoy va de Garci, sí, y va también de un pasado mío en el que me lo cruzaba, corriendo yo, paseando él, en un Retiro en el que aún helaba y en un Madrid que ya no veo como entonces. Yo quise ser Garci, y quiero esa elegancia desgarbada de un hombre al que las americanas puestas de cualquier manera le quedan elegantes con cualquier vaquero. Yo quiero ser Garci por esas conversaciones en La Tortuga, esos cuchillos disueltos (dry martinis) que tan bien preparaba Alfredo Landa y que ahora ponen en los crepúsculos del Hotel Rinconsol. Hablar de todo y nada, con un cigarro, que es la base de Occidente.
Nos dijo en este periódico, en otro largo y cálido verano, que la gloria "era seguir saliendo en los crucigramas" y al tiempo aprendí que ese adagio era de quienes creaban en aquel país y con aquella libertad vigilada. Garci es el hombre con gabardina, la moral sin moralina. De cuando las rubias, rubias; y el chocolate, espeso.
Garci, con sus verdes praderas y sus detectives crepusculares, con sus novelones astures en technicolor y el humo en el metraje, viene a ser el de siempre. Los críticos mastuerzos le darán hasta en el bebe, y quizá le acusen de beber de la teta de Ford, de no eludir un puñetazo y de llamarle "Perro" a un perro, como hacía John Wayne. Ha seguido su senda fílmica y no va a dejarla cuando ya hay canas en salvas sean las partes.
A veces voy a la barbería de Princesa a soltar la chapa sobre boxeo como sé que hacen sus antihéroes, pero ya no quedan ni Marcianos, ni Carrascos y al resto de los púgiles nos lo mató el ictus o nos lo mató Vallecas, que viene siendo lo mismo. Ya no quedan tipos como Germán Areta, y los bajitos taciturnos no somos nadie en el imperio de los Javis. Pura infamia.
Yo sé que a Pepe Sacristán se le han calentado las narices y los mismísimos con lo que pasa en esta España de izquierda comatosa, y así se lo contó a Lorena G. Yo también sé, en esta precuela de El Crack, que nadie me traerá de nuevo a Alfredo Landa. Y sin embargo, con lo que tenemos, nos iremos apañando porque la sociedad ha matado a Areta y hay que resucitarlo.