¿Y si Franco no ha muerto, es Zeus y nos envía una víbora?
SÍ. Se pregunta Andrea Camilleri en su carta a su bisnieta Matilda qué podía haber hecho él ante el desastre de la política italiana en la era Berlusconi. De qué manera un simple escritor podía enfrentarse y combatir al rey zafio de la manipulación en Italia, con tantos millonarios resortes como pocos escrúpulos. Qué podía hacer él salvo entregarse al fatalismo de lo inevitable, como el suicida que se quita la vida para ser feliz.
¿Acaso no es esta la pregunta que nos hacemos hoy millones de españoles antes de ir, si vamos, al colegio electoral? ¿Qué podemos hacer para no salir de Málaga y meternos en Malagón con tal de soltar un voto que nos quema como si fuera de hierro incandescente y no de papel?
Camilleri cuenta en sus pequeñas memorias dedicadas a Matilda, tituladas “Háblame de ti”, que sólo encontró una respuesta aceptable en un cuento senegalés como antídoto al paralizante bloqueo que provocan personajes políticos como Berlusconi:
En la selva se declaró un incendio enorme. Los animales, al comprender que las llamas iban a aniquilar la selva entera, escaparon desesperadamente. El último, el león. Cuando el rey de la selva estaba a punto de salir del infierno, vio cómo un colibrí volaba para adentrase en el bosque ardiente con una minúscula gota de agua escondida en su pecho.
-Pero por qué vas hacia el incendio, preguntó el león.
-Voy a cumplir con mi parte, contestó el colibrí, enseñándole la gota.
Pues lo que el colibrí es lo que tenemos que hacer todos: no resignarnos y no dejar que el incendio arrase el sistema político, democrático, liberal, tolerante, constructivo, antifanático, a prueba -hasta ahora- de banales y simplistas populismos, nacido en España tras la muerte demasiado dulce de Franco.
Esto que estamos viviendo hoy en España parece un cuento, y no precisamente senegalés. Un cuento de semiterror muy español. Leyendo, leyendo, para encontrar una solución a mi voto indeciso, he hallado dos fuentes de inspiración para resolver el acertijo. Una en la antigua Grecia, otra en el NO-DO: en la fábula 33 de Esopo titulada “La ranas pidiendo rey”, y en el discurso navideño de Franco del 30 de diciembre de 1969. Lo uno y lo otro tienen que ver más de lo que parece.
-“Cansadas las ranas del propio desorden y anarquía en que vivían, mandaron una delegación a Zeus para que les enviara un rey. Zeus, atendiendo su petición, les envió un grueso leño a su charca. Espantadas las ranas por el ruido que hizo el leño al caer, se escondieron donde mejor pudieron. Por fin, viendo que el leño no se movía más, fueron saliendo a la superficie y dada la quietud que predominaba, empezaron a sentir tan grande desprecio por el nuevo rey, que brincaban sobre él y se sentaban encima burlándose sin descanso”.
“Y así, sintiéndose humilladas por tener de monarca a un simple madero, volvieron donde Zeus, pidiéndole que les cambiara al rey, pues éste era demasiado tranquilo. Indignado Zeus, les mando una activa serpiente de agua que, una a una, las atrapó y devoró a todas sin compasión”.
¿Quién sería el leño en el charco político español de estos años recientes? ¿Rajoy, Zapatero, Pedro Sánchez?
No sabemos qué serpiente devoradora puede enviarnos Zeus a partir de mañana, 11 de noviembre, después de todos estos leños. Puede que Godot no se presente, y eso será peor aún. Quizás la respuesta a tan maléfica cuestión esté en el discurso navideño que Franco pronunció el 30 de diciembre de 1969.
¿Y si Franco lo clavó cuando pronunció aquel enigmático “todo ha quedado atado y bien atado”, previendo el desprestigio de los partidos y de los políticos? Se refería el dictador a la preparación de su sucesión a la Jefatura del Estado, “sobre la que tantas maliciosas especulaciones hicieron quienes dudaron de la continuidad de nuestro Movimiento”. El Movimiento entonces era el partido único, en una España de un solo color, una, grande y libre (esto último, claro, para quienes comulgaran con el credo). Un solo nacionalismo asfixiante en toda España que, 50 años después, parece haber degenerado en pequeños nacionalismos no menos asfixiantes en lugares como Cataluña o el propio País Vasco.
Desatado y bien desatado es el panorama con el que podemos encontrarnos este lunes sin un partido ganador, ni tan siquiera con mayorías suficientes en la derecha o en la izquierda. Con una razonable amenaza de desgobierno, de repetición de elecciones, bajo el síndrome de la España unamuniana de los hunos y de los hotros.
Todo indica que sólo un acuerdo entre el PSOE y el PP salvará a España de unas nuevas elecciones. O sea, del caos. Del desprestigio definitivo del sistema, que nos dejaría en puertas de un cambio de régimen desconocido.
¿Y si Franco no ha muerto, no está en Mingorrubio, es Zeus y va a vengarse enviándonos una víbora devoradora de la democracia bien entendida o de España tal y como la entendemos la mayoría de los españoles?
En aquel discurso navideño, Franco se ufanaba de haber asegurado la perpetuidad del Movimiento “con la aprobación por las Cortes de la designación como sucesor a título de Rey del Príncipe don Juan Carlos de Borbón”. “Nuestros descendientes comprobarán que la nueva Monarquía española ha sido instaurada”, añadía.
En eso, el taimado gallego llevaba razón. La Monarquía, en este reino de levedad política en el que vivimos y padecemos, goza de mejor salud que la partitocracia. Si Felipe VI se presentara hoy a las elecciones, en un ticket con su hija Leonor, las ganaría. A tal punto hemos llegado.