Tan claro lo tengo que, si Sánchez anunciara que ha aprovechado la jornada de reflexión para darse cuenta de lo que le conviene a España y, a nada que el resultado se ajuste a las previsiones de los sondeos, propondrá a PP y Ciudadanos formar un gobierno de gran coalición, yo votaría al PSOE.

Y, por supuesto, me resultaría mucho más fácil votar al PP, si Pablo Casado mostrara su disposición a formar parte de semejante ejecutivo. O no digamos el entusiasmo con que votaría a Ciudadanos, si Rivera se comprometiera a servir de puente, bisagra, gozne, o como quiera llamarle, entre los otros dos grandes partidos constitucionalistas.

Ilustración: Javier Muñoz

Como nada de esto ha sucedido, porque las campañas amplifican la confrontación y atrofian los consensos, seré uno de esos indecisos que sólo despejará sus dudas en el último momento, tratando de que mi voto sea lo más útil posible, de cara al fin que pretendo.

No puedo ocultar que nunca he comprado la mercancía averiada de la demonización del oportunismo de Sánchez y que me gustaría que su giro al centro, acreditado tanto en el gran debate, como en la propia entrevista que concedió a EL ESPAÑOL, tuviera su recompensa. Pero al mismo tiempo soy consciente de que, cuanto más se acerque el PP al PSOE, más fuerza tendrá Pablo Casado para seguir sus impulsos naturales hacia la moderación y el pacto. Y debo confesar que, al margen de los graves errores cometidos por Rivera, sería una auténtica tragedia que se hundiera el centro liberal y la manera de evitarlo es votando a Ciudadanos.

Total que casi, por instinto, sondearé a las personas de mi entorno, familiares, amigos y compañeros, y terminaré votando a aquella de estas tres formaciones a la que no vayan a votar ellos, para apuntalar la gran coalición por donde me parezca que más cojee.

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No creo que este proceso mental o esta forma de resolver el dilema hagan de mí un bicho raro. Más bien percibo que, por primera vez, la mayoría de los españoles desearía poder votar, además de por un partido, por una fórmula de desbloqueo de la situación. O, más exactamente, por una combinación que haga posible gobernar y proporcione estabilidad a nuestra atribulada nación.

"Percibo que la mayoría de los españoles desearía poder votar por una fórmula de desbloqueo de la situación"

Fantaseando un poco, yo sustituiría la urna del Senado por la de las fórmulas de gobierno. De forma que, cruzando luego los datos, no sólo sabríamos cómo se reparten los escaños del Congreso, sino también qué quieren los electores que cada partido haga con sus votos. Así habría evitado, por ejemplo, Rivera su loco camino hacia el abismo. Es evidente que esto ocurrirá el día no muy lejano en que todas las votaciones sean electrónicas.

En realidad, las opciones de desbloqueo mediante una mayoría son mucho menores que el número de partidos que se presentan. Descartando extravagancias tales como atribuir mayoría absoluta a alguien o incluir en una misma combinación a Vox, Podemos y los separatistas -por mucho que su talante los haga intercambiables en el plano de los efectos atmosféricos-, al final sólo habría que imprimir siete papeletas -o incluir siete casillas en una sola- para esa segunda o tercera urna. Enumerémoslas.

1) Un gobierno en minoría de Sánchez, con apoyo externo de Podemos y los separatistas. 2) Un gobierno de coalición de Sánchez y Podemos, con apoyo externo de los separatistas. 3) Un gobierno de coalición del PSOE y Ciudadanos. 4) Un gobierno en minoría de Sánchez, fruto de la abstención de PP y Ciudadanos. 5) Un gobierno de Casado, fruto de la suma de las tres derechas. 6) Un gobierno de Casado y Rivera, fruto de la abstención del PSOE. 7) Un gobierno de gran coalición entre el PSOE, el PP y Ciudadanos.

Si a alguien se le ocurre alguna otra combinación, que la diga. El problema es que, al margen de las preferencias personales, los sondeos y la evolución de la situación en Cataluña hacen muy verosímil que, tras el escrutinio de este domingo, haya que descartar, por razones aritméticas o políticas, la mayoría de estos caminos.

Con el agravante de que opciones que quedaron abiertas tras los comicios de abril, dejarán de estarlo ahora. Lo que implicará que Sánchez, Rivera e Iglesias habrán hecho un pan como unas tortas al forzar la repetición electoral. No hay que descartar que alguno de ellos tenga que abandonar la escena, pero fustigarles ya no resolverá el problema.

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El presumible retroceso del PSOE -sólo el CIS de Tezanos indica lo contrario- y el estancamiento a la baja de Podemos, considerando la resta de Errejón, hacen muy difícil que la izquierda llegue a los 176 escaños, incluso contando con el PNV y Esquerra. Pero, al margen de que eso supondría dar otro bandazo en materia económica, después de haber anunciado la vicepresidencia de Calviño, arrojaría a Sánchez a la hoguera de la dependencia del separatismo, que ha proclamado una y otra vez querer eludir.

Desgraciadamente, la suma de 180 escaños que hasta ahora tenían el PSOE y Ciudadanos va a evaporarse como el resplandor de una bengala, en cuanto comience el recuento. A mi latiguillo de estos últimos meses de que Rivera se arrepentirá mientras viva por no haber aprovechado esa ocasión única, sólo cabe añadir que a Sánchez le pasará lo mismo por no haber porfiado lo suficiente en el empeño y desdeñado el envite de última hora de los naranjas.

"La suma de 180 escaños que hasta ahora tenían el PSOE y Cs va a evaporarse como el resplandor de una bengala"

En cuanto a las opciones que parten de la hipótesis de que haya un vuelco y Casado supere en escaños a Sánchez, al margen de que ningún sondeo pronostique eso, cabría distinguir entre el sueño conservador que haga realidad lo que la izquierda presenta como el fantasma de la suma de las tres derechas y una especie de repetición del escenario de 2016, con la abstención del PSOE de Rubalcaba.

Lo primero es matemáticamente improbable y políticamente indeseable. Si el crecimiento rampante de Vox se consuma -yo ya empiezo a ver cuernos de rinoceronte por doquier-, no habría gobierno de derechas posible sin su presencia. Eso polarizaría la sociedad hasta el paroxismo, resucitaría los viejos resentimientos, transformaría la cuestión catalana en ámbito de choque frontal entre los dos bloques y convertiría a España en una anomalía europea.

Que Vargas Llosa se sume a las advertencias de Valls sobre la contaminación del discurso liberal que implican los pactos con Vox, debería hacer reflexionar a los votantes que se mueven como reacción a los sucesos de Cataluña o la exhumación de Franco. "En el fondo tan nacionalistas son Abascal y Ortega Smith como Torra y Urkullu", sostiene el Nobel. Cuidado con pensar que la diferencia estriba en que los primeros practican la "religión verdadera".

Y otro tanto cabe decir de su demagogia populista. Vox barrita que las autonomías y los inmigrantes "nos roban", con el mismo desparpajo con que los separatistas braman que España "nos roba" o con que Podemos aúlla que los bancos, las eléctricas y el Ibex en general "nos roba". Variantes del mismo elixir del odio que estos émulos de Dulcamara ofrecen a los más ansiosos por adaptar la realidad a sus delirios.

Mi pronóstico es que, por muy grande que sea esta vez la crecida, las aguas del río también volverán a su cauce y la inundación por la orilla de la extrema derecha será tan pasajera como la que hace tres y cuatro años -recuérdese que Podemos obtuvo dos veces 71 estériles escaños- vivimos por la de la extrema izquierda.

En cuanto a esa otra doble fantasía de que, primero, Casado tuviera un escaño más y, luego, Sánchez se abstuviera para que su investidura no dependiera necesariamente de Vox, basta decir que, aunque el papel lo aguanta todo, "los milagros, Sancho, son cosa que sucede rara vez". Un Sánchez noqueado tendría que dar paso antes a otro liderazgo en el PSOE y ese sería un proceso de consecuencias impredecibles.

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A lo que, hoy por hoy, se aferra lo que podríamos considerar el "conventional wisdom" u opinión dominante de los sectores moderados de la sociedad, es al escenario número 4 por el que Casado y Rivera otorgarían a Sánchez, por sentido de la responsabilidad, la abstención que le han venido negando hasta ahora. Ese sería el preludio de una serie de grandes pactos de Estado, Cataluña incluida, e incluso de un acuerdo de mínimos que permitiera aprobar al fin unos nuevos Presupuestos.

"Mi pronóstico es que la inundación de la extrema derecha será tan pasajera como la que vivimos con la extrema izquierda"

Todo muy bonito, excepto que, lo siento, puede que tampoco salgan los números. Ningún sondeo reciente da al PSOE más de 120 escaños, ni a la suma de PP y Ciudadanos más de 105. Eso significaría que, incluso en una segunda vuelta, habría más noes que síes, sumando el rechazo de Vox con el de Podemos y los separatistas. Es verdad que esto podría alterarse con un mejor resultado final de Sánchez o con el apoyo del PNV, Coalición Canaria y el partido de Revilla. Pero todo sería muy precario y al filo mismo de la navaja.

No voy a decir que me alegraría si, tras el escrutinio, la única mayoría aritmética que permitiera eludir una tercera convocatoria electoral fuera la gran coalición entre PP, PSOE y lo que quede de Ciudadanos. Entre otras cosas, porque eso significaría que más de un tercio de la cámara estaría en manos de fuerzas extremistas que dan la espalda, total o parcialmente, al pacto constitucional del 78. Pero el lado positivo de ese escenario es que convertiría en virtud la necesidad, pues ninguno de los dos grandes partidos podría cargar sobre sus espaldas la culpa de una tercera convocatoria de elecciones.

Escribo "necesidad" y escribo "virtud" porque estoy convencido de que sólo una respuesta extraordinaria puede servir para afrontar los problemas extraordinarios que embargan a España. Y de que esa respuesta extraordinaria debe ser de carácter político, volviendo a los orígenes de nuestra mejor hora y consumando la transversalidad del espíritu de la Transición en un gobierno de gran coalición que sirva de puente entre las otrora dos Españas.

Nada como esa transversalidad reforzaría tanto la legitimidad del Ejecutivo para recurrir a todas las medidas legales necesarias para garantizar el orden público y sofocar la sedición aún en marcha en Cataluña. Y para impulsar las reformas pendientes en pro de la competitividad que amortiguarían el impacto de la nueva crisis en nuestros bolsillos.

Alega Pablo Casado que eso fortalecería a Vox y Podemos como alternativas. Al margen de que dependerá de cómo lo hagan los coaligados, ojalá pudiéramos preocuparnos por el estado de la oposición. Queden esos lujos estratégicos para cuando recuperemos la estabilidad. Cataluña está en llamas y la UE acaba de recortar en casi medio punto nuestro crecimiento.

Ahora no hay otra prioridad que contar con un gobierno con suficiente autoridad y respaldo parlamentario para actuar con determinación. Por eso, que alguien apunte que, sea cual sea el resultado y sea quien sea el presidente, yo voto por la gran coalición.