Cuando oí a José Luis Ábalos, un perfecto prototipo del PSOE de siempre, explicar en rueda de prensa que la sentencia de los ERE no tenía nada que ver con el Partido Socialista de Pedro Sánchez, me puse a escribir este artículo. Seguramente mi reacción tenga que ver con el comportamiento estudiado por Paulov como “reflejo condicionado”, pero no puedo ignorar que quienes mandan hoy en esa organización son un producto del PSOE más viejo.
Los que, sobre todo a partir de la situación crítica de 2010, intentaron abrir el camino a la formación de otro PSOE, a su regeneración, o están fuera, la mayoría, o están marginados y a cinco minutos de largarse. Quienes están al frente, o forman parte de la vieja guardia, como Tezanos y Narbona, o han hecho toda su carrera profesional y laboral en el PSOE, desde jovencitos. No conocen otras habilidades políticas que no sean las del viejo partido, no han tenido otra escuela.
Pedro Sánchez, hace más de veinte años, logró formar parte de un grupo de pretorianos a las órdenes, en Ferraz, de José Blanco, número dos del Partido Socialista entonces. Veo que la respuesta que repiten todos para distanciarle de los ERE es: “Entonces solo era concejal”. Sí, claro, del Ayuntamiento de Madrid, con dedicación exclusiva y completando como miembro de la Asamblea de Bankia. Teniendo en cuenta su edad, progresaba adecuadamente.
En su carrera de ascensos en el viejo partido, la dirección le encargó organizar con otros colegas la batalla de Trinidad Jiménez contra Tomás Gómez en Madrid. Perdieron, aunque emplearon todo tipo de artimañas, la mayoría muy poco respetables. Cuando, años después, se hizo con la dirección del partido, una de las primeras decisiones que tomó fue quitarse de en medio a Gómez sin mediar ninguna votación de los militantes, por el artículo 33. Viejas prácticas del viejo PSOE.
Este PSOE intenta confundir con metáforas tramposas, pero recurre a los trucos de siempre ante la corrupción
Cuando Rubalcaba se hace con la dirección, previo acuerdo con Blanco, se lleva a todo el equipo del que había sido número dos de Zapatero, incluido Sánchez. Formó parte de la candidatura de Madrid, pero el pésimo resultado de Rubalcaba provocó que no lograra entrar en el Congreso de los Diputados. Durante un tiempo breve formó parte de las tertulias de RTVE, como cupo bipartidista gestionado por Óscar López, otro del grupo Blanco, número dos de Rubalcaba. Al llegar al gobierno con la moción de censura, una de las primeras medidas de Sánchez sería compensar al camarada benefactor con la presidencia de Paradores. ¿Viejo o nuevo partido?
Estuvo poco tiempo fuera del Parlamento. Cristina Narbona dejó de ser diputada y la sustituyó nuestro hombre nuevo, nuestro Cicerón. Narbona había aceptado la propuesta de pasar a ocupar una plaza, cupo PSOE, del Consejo de Seguridad Nuclear. Sánchez, que nunca olvida los favores, ha convertido a su compañera en presidenta del partido. Viejas prácticas, como cuando, al llegar a Moncloa, pone a cientos de “queridos compañeros y compañeras” al frente de empresas públicas y órganos de control, de Correos a Mercasa, del CIS a la embajada en la OCDE, de Efe o el Instituto Cervantes a RTVE. No dejó ni una mamandurria por aprovechar, a pesar de la provisionalidad de un gobierno que sale de una moción de censura. De nuevo partido, nada, querido Ábalos. Iglesias, en sus mejores tiempos, habría hablado de casta.
Cuando en el Comité Federal de octubre de 2016 se enfrentaron dos grupos, a quienes conocen el PSOE por dentro les resultaría imposible distinguir, entre ellos, un partido viejo de uno nuevo. Allí se enfrentaban dos facciones del viejo partido, y con artes similares, aprendidas en la misma escuela. No hay spin doctor capaz de hacer pasar el sanchismo por regeneracionismo.
Creen, Ábalos y compañía, incluidas las ministras que han desarrollado gran parte de su carrera política en Andalucía, que todo se resuelve con el storyteller de Iván Redondo, que con invenciones narrativas para cada ocasión –“esto no es nuestro”–, con el descaro de manipuladores, de charlatanes profesionales (bullshitters), pueden reinventarse cada cinco minutos. Como cuando el mismo número dos del PSOE hizo el ridículo en respuesta al periodista de EL ESPAÑOL Daniel Basteiro –buen trabajo– sobre el crecimiento electoral de Vox. Este viejo PSOE intenta confundir con una sobredosis de metáforas tramposas, pero, en definitiva, recurre a los trucos de siempre ante la corrupción. Los del viejo bipartidismo, político y mediático.
Lo que pone de relieve el contenido de la sentencia de los ERE es una forma corrupta de entender el ejercicio del poder
Las reacciones a la sentencia de los ERE han sido poco originales. Los medios de comunicación se han dividido en los dos grupos habituales. Por un lado, están los que reaccionan con contundencia o con evasivas, según afecte al PSOE o al PP -los nuestros, los otros- y, por otro, los que, como EL ESPAÑOL, están denunciando con contundencia toda corrupción institucional, no importa de qué partido sea. En cuanto a las fuerzas políticas, se ha producido el espectáculo habitual que tanto irrita a los españoles. Hoy toca hacerse los despistados a los del PSOE –“no se llevaron dinero a casa”– y a los del PP, endurecer la respuesta. Ayer era al revés.
Hace unos días, pareció algo razonable a muchos que el PP acusara de deslealtad a Ciudadanos, su socio de gobierno, por haber votado a favor de la creación de una comisión de investigación en la Asamblea de Madrid sobre un caso de corrupción que afecta al partido que dirige Pablo Casado. ¿Deslealtad? Justo lo contrario, lealtad de Cs con los españoles en aquello que hoy más les preocupa, además del paro. Cuando también Iglesias se hace el despistado –la sombra del abrazo es alargada–, tiene un valor cívico insustituible que Inés Arrimadas extreme la posición de Cs contra la estela interminable de la corrupción.
Lo que pone de relieve el contenido terrorífico de la sentencia de los ERE es una forma corrupta de entender el ejercicio del poder. No es un asunto menor. La teoría sobre el desarrollo de las sociedades más universalmente aceptada hoy, la que proponen Daron Acemoglu y James Robinson en Por qué fracasan los países, hace depender que un país crezca o se estanque de su fortaleza institucional, de su capacidad para impedir que dirijan los gobiernos golfos extractivos.
Que crezca en España, en la política y en la creación de opinión pública, una insobornable actitud contra la corrupción y los corruptos es materia de primera necesidad, asunto de Estado. Y, de paso, quienes dicen estar preocupados por el crecimiento de Vox, deberían saber que este partido, gracias a la degradación política que soportamos, se está convirtiendo en “el Banco Central de todas las cóleras”, por emplear la expresión de Christian Salmon (La era del enfrentamiento). Aunque para el viejo PSOE de Sánchez son solo millones de nostálgicos del general con bigotito. Ni se enteran, ni se enterarán. El sanchismo vive en, y de, su parque temático. ¡Pobre país!
*** Jesús Cuadrado Bausela es geógrafo y ha sido diputado nacional del PSOE en tres legislaturas.