Es probable que hasta a aquellos con un escaso interés por el mundo del diseño gráfico les suenen los nombres de tipografías como la Helvetica, la Times o la Comic Sans, aunque en el caso de esta última sea sólo por las bromas que se hacen a costa de su oceánica fealdad. En un segundo nivel estarían aquellos a los que les suenan campanas cuando oyen nombres como Bodoni, Garamond, Baskerville o Futura.
Los más atentos al tema es posible que conozcan incluso la Gotham, aunque sólo sea porque fue la tipografía utilizada en la campaña electoral de Barack Obama en 2008. Lo que quizá no sepan es que la Gotham es también la tipografía de los logos de Podemos y del PP. Pero ese es otro tema. Un tema interesante, por cierto: Podemos dice que el PP les copió la idea, aunque sería más justo decir que ellos se la copiaron a Obama y el PP, a los dos.
El caso es que ninguna de esas tipografías señeras ha sido diseñada por un español. Algo que sería relativamente comprensible en el caso de las tipografías más modernas –¿qué diseñador español podría competir en igualdad de condiciones con el impacto publicitario de una campaña electoral de Barack Obama?–, pero no en el de las tipografías clásicas, diseñadas la mayoría de ellas cuando España era un imperio no sólo militar y comercial, sino también cultural. ¿Es que acaso no había tipógrafos españoles de nivel en los siglos XV, XVI y XVII?
Giambattista Bodoni diseñó la tipografía que lleva su apellido, considerada como una de las más elegantes y bonitas de la historia, en 1790. Claude Garamond creó la que lleva el suyo a mediados del siglo XVI. La Baskerville fue diseñada por John Baskerville en 1757. La Bell fue diseñada en 1788. La Centaur fue diseñada en 1914, pero a partir del trabajo del tipógrafo Nicholas Jenson, que vivió entre 1420 y 1480.
El motivo de que no exista ninguna tipografía española entre las más conocidas y usadas del mundo no se debe como es obvio a alguna misteriosa discapacidad genética española para el diseño, sino a la leyenda negra y el sempiterno complejo de inferioridad español. Esto lo explica María Elvira Roca Barea en Fracasología. España y sus élites: de los afrancesados a nuestros días, su último libro, y yo firmo su tesis.
Sostiene Roca Barea en Fracasología que la desconexión del pueblo español con sus élites se gesta en el siglo XVIII, cuando estas adoptan, por una mezcla de esnobismo cultural y de adaptación darwinista a la nueva hegemonía borbónica, el mito de una España culturalmente inferior a Francia. Un mito de subordinación cultural que sobrevive hasta hoy no ya en Podemos y en los partidos nacionalistas periféricos, sino también en ese PSOE que jamás en ciento cuarenta años de historia ha creído en España y mucho menos en los españoles.
Un mito, además, que ha calado profundamente entre los sacerdotes de las castas políticas y culturales, pero no entre unas clases populares a las que los complejos de sus elites producen más vergüenza ajena que otra cosa.
Valga toda esta introducción previa para hablarles de la Ibarra Real, una tipografía creada alrededor de 1780 por el grabador zamorano Jerónimo Antonio Gil y utilizada por el impresor aragonés Joaquín Ibarra en la edición del Quijote de ese año, encargada por la Real Academia Española. La Ibarra Real, que había caído en el olvido salvo entre los fanáticos de la tipografía de nuestro país, fue recuperada por José María Ribagorda en 2005 y actualizada para su uso en formatos digitales por un puñado de voluntariosos diseñadores españoles.
Así que háganme el favor. Descárguensela ya –por ejemplo, aquí–, empiecen a utilizarla por doquier en todos sus documentos y correos electrónicos, y dejen de una vez de utilizar esas tipografías extranjeras con sus ridículas virgulillas de la Ñ. Porque esto no es nacionalismo: es patriotismo tipográfico.