Lucía ingresó en el hospital en diciembre pasado por una simple operación de rodilla cuando el mundo aún no había oído hablar del coronavirus. Entró lúcida y sana, salvo el dolor al caminar y los achaques de la edad. El objetivo era mejorar su calidad de vida, poder caminar sin dolor.
Ahora, más de tres meses después, sigue internada porque ha dado positivo por Covid-19, contraído durante su estancia hospitalaria y después de un desastroso proceso médico de tres operaciones, la infección de su pierna y un error en la segunda operación cuando en el quirófano, en lugar de abrirle la rodilla, le hicieron un corte en la pierna, que le cerraron con once puntos de sutura.
Lucía tiene 85 años: sufrió la guerra y la posguerra, la hambruna, y tuvo que dejar su pueblo castellano, sola y siendo casi una niña, para trabajar en Barcelona. Contribuyó al desarrollo del país, levantó una familia con tres hijos que ahora contribuyen a sostener ese mismo país cuyo sistema sanitario está diciéndole que, como su expectativa de vida es corta, no va a tener un respirador si lo necesita a pesar de que su cuerpo está sano, a excepción de sus problemas para caminar, ahora agravados por todo el trance hospitalario.
Ingresó en un hospital público de la provincia de Barcelona para implantarle una prótesis de rodilla (18/12/19) y ha acabado con dos operaciones más para eliminar una infección, y con Covid-19, confirmado el 2 de abril.
Con el transcurso de las semanas se producen cambios en el régimen de visitas, y en la última operación nuestra madre ya no cuenta con nuestra compañía. El contacto total se prohíbe a partir del 24 de marzo.
Llega en una ambulancia, como si fuera un paquete. El personal de la ambulancia no tiene indicaciones médicas
Desde ese día perdemos toda comunicación directa con nuestra madre. No podemos llamarla ni el hospital dispone de sistema de comunicación a distancia. Recibimos informes telefónicos no diarios y, unos días antes del 2 de abril, un médico nos advierte de que el alta se acerca, lo cual nos parece precipitado.
Exigimos, además, que no sea dada de alta sin realizarle la prueba del Covid-19, protocolo establecido para los geriátricos pero, al parecer, no para los hospitales. En ese lapso de tiempo enviamos tres escritos a los responsables del hospital y de CatSalut, sin respuesta.
Parece que hay prisa por darle el alta porque una mujer de 85 años resulta una carga en estos momentos para la sanidad pública. No importa que sacarla a la calle, en esas circunstancias, suponga un riesgo para ella, como ha resultado patente.
La mañana del 2 de abril recibimos el aviso del alta, sin que podamos oponernos. La tenemos que recibir en su casa. Llega en una ambulancia, como si fuera un paquete. El personal de la ambulancia no tiene indicaciones médicas, no sabemos qué hacer o a quién llamar.
Su estado es de decaimiento general. Es evidente que no podía salir del hospital en ese estado. Dos horas después de llegar, le tomamos la temperatura y tiene fiebre. Llamamos a teleasistencia y el médico indica su reingreso. Si hasta la mañana tenía una habitación individual, ahora está en un box.
Debía estar en casa desde finales de enero, y sigue ingresada, con coronavirus, infección en la sangre y neumonía
Le sube la fiebre y le aplican el protocolo Covid. Le hacen una placa: tiene neumonía. Le practican la prueba del coronavirus. De madrugada, la trasladan a una habitación de la Creu Roja de l'Hospitalet, el hospital más cercano a su domicilio.
Por esas dos horas en contacto, tras una decisión precipitada de alta, sus hijos tenemos que estar aislados en cuarentena, sin opción de realizar cualquier gestión física que fuera necesaria en estos momentos cruciales. No nos han facilitado toda la información solicitada por escrito, ni historia clínica, ni informes de las operaciones, nada de nada.
El resultado del frotis llega el sábado 4 de abril con una llamada telefónica. Positivo. Además de la neumonía y de la infección en la sangre por la operación de rodilla. El médico internista aclara: si lo necesita, no contará con respirador al tener más de 80 años. No importa que su problema sea en la rodilla. Lo que importa es que es vieja y tiene el virus.
Lucía entró por una prótesis de rodilla. Debía estar en casa desde finales de enero, recuperada y caminando y, sigue ingresada, con coronavirus, otra infección en la sangre y una neumonía. Nada de lo que padece ha podido cogerlo en la calle en los últimos tres meses y medio. Pero como tiene más de 80 años, a nadie le importa.
Lucía sufrió la guerra, la posguerra y el franquismo. Y ahora sufre en democracia.