Resulta toda una metáfora que el fin de España venga de un argentino. Tengan presente que, si podíamos ir mal, siempre habrá un podemita dispuesto a enjabonar a Otegi o a ciscarse en aquellos -los muchos- a los que las monedas de Juan Carlos y la Constitución no nos generaban urticarias ni vómitos biliares. Pero Echenique salió y habló en sede parlamentaria, porque en todo partido hay un bocachancla y un rosarino con la sinhueso suelta.
Recapitulemos, Echenique nos dijo con los PGE recién calentitos que nos fuéramos preparando, que Iglesias y la Acorazada Frankenstein venían a tomar el Cielo por sus propias criadillas. Que lo de los jueces, el ministerio plenipotenciario para Otegi y todo lo demás era nada más que un "aperitivo". Susto y miedo.
Un poeta lo llamaría "heraldo del desastre", pero con Echenique sólo cabe la gramática parduzca y ese tonillo de matonismo que muchos han silenciado.
Porque Echenique es el fin del mundo conocido, y quizá el hecho de que fuera él quien el jueves largó sapos y culebras es símbolo de impotencia y abyección: de que el podemismo es residual mirando a la Historia y, como tal, puede hacernos un daño incalculable. Esa santificación de Bildu, permanente, esa autoconvicción de ser el más listo de la tuitosfera...
Todo eso y un GIF de Heidi a beneficio de inventario es aquí el prócer rosarino que le ha dado el pioletazo final al régimen del 78 mientras el constitucionalismo está acogotado, inope. Quizá obviando que la Constitución también se defiende desde el barro.
Echenique paga en negro y habla en negro: con esto está todo dicho sobre el personaje. Ha pasado un tiempillo como de purga, como dejando en sordina lo del criado sin papeles, pero ahí ha vuelto por la puerta grande a echarnos en cara que la propia Ley Electoral iba a acabar con el sistema, Frankenstein mediante.
Sólo podría darnos el puyazo definitivo Pablo Echenique Robba, con ritmo de bandoneón y acordes de jota guarrona.
Igual nos lo merecemos, maño...