Comparar a Pedro Sánchez con el doctor Frankenstein de la novela de Mary Shelley sin llevar la metáfora hasta sus últimas consecuencias es quedarse a medio camino de la moraleja. Sánchez es Frankenstein, sí, porque ha gestado una criatura contranatura con los pedazos de los peores villanos de la España política: Podemos, ERC y EH Bildu.
[Que no pidan todavía las sales los moderados que hablan suave y consideran a Iglesias, Rufián y Otegui pilares de la Nueva Normalidad. Sólo estoy exprimiendo la metáfora. Que esa metafora sea literal, y ahí está el golpe contra la democracia de ERC en 2017, no es el punto clave aquí].
En esta metáfora, Sánchez se habría apoderado de la principal de las potestades que le corresponden a Dios: la de la creación de vida.
La moraleja de Frankenstein o el moderno Prometeo llega ahora. El conocimiento prohibido es terreno vetado para el hombre. Y por eso cualquier intento de acceder a él es castigado con la expulsión del paraíso.
Trinidad constitucional
En la versión española de la metáfora, Dios es esa trinidad formada por la Constitución, la Nación y la Soberanía Nacional. Un Dios trinitario que ostenta, en régimen de exclusividad, la potestad de crear vida. Esa vida es la forma política del Estado español. En este caso, la monarquía parlamentaria.
El doctor Sánchezstein habría tenido así la arrogancia de puentear a Dios para crear vida artificial. La república federal, multinacional y de izquierdas a la que aspiran Podemos, ERC, EH Bildu, Compromís, BNG y otros pequeños partidos cantonalistas de los de "ande yo caliente, ríase la gente y al infierno con el pacto de la Transición entre las dos Españas".
Pero esto, como ya digo, no es sólo adelantarse a los acontecimientos, sino también media metáfora. La otra mitad es el objeto de este artículo.
Evita la ambición
Porque en la novela de Mary Shelley, Victor Frankenstein, el padre de la abominación, muere persiguiendo a su criatura por el Polo Norte, atormentado por su pecado de soberbia (es decir, de narcisismo) contra las leyes divinas.
Tras la muerte de su creador, el monstruo llora a Frankenstein a pesar de odiarle y confiesa que sus crímenes –entre ellos el de la prometida de su padre: aquí entra en escena Inés Arrimadas– le han hecho aún más desgraciado de lo que este fue jamás.
Luego, el monstruo desaparece entre el hielo, decidido a dejarse morir para que ningún hombre descubra jamás que alguna vez existió una criatura tan abominable como él.
El mensaje de la novela es obvio. Las últimas palabras de Victor Frankenstein, su consejo al ambicioso capitán Robert Walton que le acompaña durante sus últimos días en el Polo Norte, es "busca la felicidad en la tranquilidad y evita la ambición".
Walton, cuyo navío ha quedado atrapado en el hielo y que también es un hombre de ciencia, como Victor Frankenstein, hace caso del consejo de este y evita la muerte de sus hombres, y la suya propia, renunciando a su sueño de explorar el Polo Norte.
Los charcos de Sánchez
En España sólo hemos visto, de momento, el primero de los capítulos de la historia de nuestro particular doctor Sánchezstein. Es el capítulo en el que este, poseido por el narcisismo y la sed de poder, desafía las leyes divinas y avanza como una apisonadora sobre terreno tabú: la separación de poderes, la unidad territorial, la paz social, la vehicularidad del español, el pacto de la Transición y el recuerdo de ETA.
En este primer capítulo, Sánchez no ha matado todavía a Dios –la Constitución, la Nación y la Soberanía Nacional–, pero va camino de ello.
Sánchez no ha dejado un solo charco sin pisar durante los últimos doce meses:
Autónomos, sector del turismo y de la hostelería, propietarios de pequeñas viviendas, empresarios, agricultores y ganadores, jueces, fiscales, monárquicos y antirrepublicanos –no son lo mismo–, fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, catalanes y vascos constitucionalistas, viejos socialistas, liberales, conservadores, católicos, padres y alumnos de la concertada, padres de niños discapacitados.
La lista no es exhaustiva.
Todos ellos tienen motivos de peso para abominar del experimento pergeñado por Sánchez cuando decidió unir su destino al de Podemos, ERC y EH Bildu. Cuando decidió crear a la criatura.
Tantos han sido esos charcos pisados por el presidente, tantos los ministros del PSOE humillados por Iglesias, tantos los resortes profundos del Estado manipulados torpemente por este Consejo de Ministros, que resulta casi imposible imaginar un final feliz para la historia.
Y, sin embargo, el monstruo sigue vivo.
Tres problemas de futuro
Es posible, incluso, continuar con la metáfora y ver en esos 51.000 muertos oficiales por la pandemia, que han convertido a España en modelo de incompetencia sanitaria para el resto de naciones del mundo, a la primera de las dos víctimas del monstruo creado por Sánchezstein.
La otra víctima sería la economía española, alineada ya, de acuerdo a la magnitud de su desplome, con países como Argentina y Perú. Lejos de Alemania y de los países del norte de Europa.
Que España ha descendido en 2020 desde la Primera División internacional a la Segunda es algo innegable hasta para los más fieles de los sanchistas.
La única duda en lontananza es si el rescate europeo devolverá a España a los playoff de ascenso o si condenará la economía española al purgatorio del subsidio europeo eterno.
Arnica para infartos
Pero ese es, como digo, sólo el primer capítulo de la historia. Porque a la vuelta de la esquina de las elecciones catalanas le aguardan varios giros de guion al presidente.
El primer giro, el rescate europeo. ¿Arnica para curar infartos? ¿O, como sospecha la oposición, una herramienta más para la creación de un régimen clientelar similar al que generó el PSOE andaluz?
El segundo, el control al que se verá sometido un gobierno de coalición que deberá acometer varias reformas estructurales pendientes y que sudará sangre para compaginar la genética destructiva de Podemos con las exigencias de Bruselas.
El tercero, los tres grandes temas candentes de la política actual: la renovación del Poder Judicial, la de RTVE y la reforma de las pensiones. El monstruo ha mostrado un especial interés en esos tres asuntos y es de prever que cualquier acercamiento del PSOE al PP sea considerado como motivo de ruptura de la coalición por Pablo Iglesias.
Obra, no batalla cultural
Dice hoy Guillermo Fernández en EL ESPAÑOL que el gobierno de coalición ha logrado pasar por más izquierdista de lo que ha demostrado ser.
Su opinión es significativa porque representa el sentir generalizado entre la izquierda crítica. La que separa el grano de la paja, es decir la obra de gobierno de la batalla cultural, la realidad de la propaganda y las reformas efectivamente realizadas de las promesas lanzadas al éter de los medios afines.
Si el monstruo de Sánchezstein es una mole de 2,40m capaz de acabar con la cordura de su creador y matar a Dios, o apenas un espantajo de medio palmo, vociferante y teatral, pero escasamente peligroso, lo veremos durante los próximos meses.
Se defiende el sanchismo diciendo que tanto la pandemia como la consiguiente crisis económica han sido catástrofes azarosas. Obvia ese sanchismo la evidencia de que la epidemia era imprevisible, pero no su gestión, y que esta ha sido una hecatombe.
Dice también el sanchismo que su obra de gobierno es la que aparece publicada en el BOE, no la que vocifera el vicepresidente segundo durante sus periódicos masajes televisivos, y entre serie y serie de Netflix.
Y lo cierto es que si Pablo Casado ganara mañana unas hipotéticas elecciones anticipadas, revertir la obra de Sánchez al 100% no le llevaría excesivo esfuerzo.
¿La Ley Celaá? Sustituida por otra ley, como han hecho todos los gobiernos desde hace décadas.
¿La moratoria de los desahucios? Finiquitada.
¿El aumento del salario mínimo? Revertido.
¿La ley de eutanasia? El PP no se atreverá a derogarla jamás.
¿La exhumación de Franco? Irreversible, pero sólo era propaganda. ¿A quién le importa Franco, además?
¿La Corona? La realidad es que ni siquiera con el apoyo de Podemos y todo el nacionalismo regional sería posible para Sánchez emprender una reforma en sentido republicano de la Constitución.
¿La renovación del CGPJ, de RTVE, el pacto de Toledo? Sánchez no podrá dar pasos irreversibles en ninguno de esos tres terrenos sin el apoyo del PP.
¿Dolores Delgado? Cesada.
¿La salida de prisión de los golpistas catalanes? Allá Sánchez con las consecuencias, ahora que sondeos como el último de Sociométrica para EL ESPAÑOL le dan al PSOE una caída de ocho escaños y a Podemos de diez.
Borrar a Sánchez
Si mañana llegara Casado a Moncloa, borrar a Sánchez de la historia le sería tan fácil como resistir durante un par de días el acoso de las televisiones que el PSOE, sin duda alguna, seguiría controlando. Otra cosa es que el PP no sea capaz de resistir la presión de un solo liberado sindical durante más de unos segundos. Pero ese es otro tema.
Casado, sin embargo, se encontraría con una España razonablemente en pie desde el punto de vista institucional. Lo suficientemente en pie, en cualquier caso, como para cerrar poco a poco sus heridas en un plazo razonable de tiempo.
Y esto no supone menospreciar el daño causado por el monstruo de Sanchézstein, irreversible en el caso de los fallecidos por la epidemia y de los miles de españoles arruinados por la crisis, sino darle un voto de confianza a la capacidad de regeneración de la Nación, del Estado y de sus instituciones clave.
Pero eso es adelantarse a los acontecimientos. Porque el segundo capítulo de la historia de nuestro moderno Prometeo, Pedro Sánchez, está todavía por escribir.
Yo no esperaría arrepentimiento moral de la abominable criatura parcheada del doctor Sánchezstein. Pero sí recordaría de vez en cuando, aunque sólo fuera como consuelo, que el reino de los aprendices de brujo es el corto plazo.
Jamás el largo.