José Antonio Marina (Toledo, 1939) lleva tiempo predicando en el desierto. Reclama desde hace años un gran pacto educativo, a la par que preconiza la necesidad de un partido de centro y de un Estado "promotor" que se limite a apoyar a la sociedad civil. Unas ideas que pierden predicamento conforme la sociedad se radicaliza, y por eso insiste en ellas.
El filósofo y pedagogo siempre busca en la Historia lecciones del pasado que se puedan extrapolar al presente. Por eso ha escrito Biografía de la inhumanidad (Ariel), una genealogía de la crueldad humana en la que ofrece respuestas a la actual "tribalización de los corazones".
Marina habla desde el panóptico -del griego pan (todo) y opis (visión)-, una suerte de atalaya desde la que analiza la actualidad teniendo en cuenta toda la experiencia humana que ha quedado recogida por la Historia. Ahí invita a EL ESPAÑOL para hablar de la pandemia, los movimientos identitarios, la Ley Celaá y el futuro del país. Entre otras cosas.
Una máxima durante los primeros meses de la pandemia decía que de ésta saldríamos mejores. Aún no hemos salido, pero la hipótesis parece sobradamente refutada.
De una experiencia no se aprende nada, a no ser que se quiera aprender de la experiencia. Si el simple hecho de experimentar cosas nos diera sabiduría, todos los que tenemos 80 años seríamos sapientísimos, pero no lo somos.
Aprender de la experiencia es una tarea metódica, difícil y hay que saber qué conviene preguntar a la experiencia. Mi interés reciente en la Historia radica precisamente en que creo que de la Historia en bruto de la humanidad podemos aprender algo, pero aprender algo exige una metodología especial. Por el hecho de vivir, no aprendemos.
El hombre es el único animal que tropieza siete veces con la misma piedra. Es una exclusividad muy triste, pero verdadera.
Apenas habían transcurrido semanas desde que estalló la pandemia cuando ya aparecieron numerosos libros reflexionando sobre sus implicaciones. ¿Todavía nos hace falta perspectiva y tiempo para poder analizar bien lo que ha supuesto?
Una pandemia es un ciclo que tiene un principio y un fin. Cuando termine, será el momento de hacer análisis con la información que hemos ido recibiendo de cada una de las etapas. ¿Ha aumentado la compasión por los demás? No.
¿Ha aumentado la gratitud por los demás? Pareció en un momento dado que sí, cuando todos salíamos a las ocho a los balcones. Pero eso se olvidó y en la siguiente etapa ya eran todo reproches mutuos. No te puedes fiar de los movimientos emocionales porque el corazón humano es intermitente.
¿Estamos ahora en la etapa del hartazgo?
Es cierto que ha habido posturas un poco beligerantes, y que han sido un poco exageradas por los medios de comunicación, pero yo creo que sobre todo la gente tiene miedo. Una sensación de miedo tan generalizada no la habíamos experimentado nunca.
Lo más parecido que recuerdo, y yo era pequeño, son los años 50-52, en los que todo el mundo temía que comenzara una nueva guerra mundial. Eran los momentos más tremendos de la Guerra Fría, había sensación generalizada de miedo, pero pronto desapareció.
Ahora hay miedos sectoriales, como el miedo a perder el trabajo, pero la pandemia es un miedo generalizado que en los últimos 60-70 años no había existido. Eso produce comportamientos de sobresalto.
¿Se ha demonizado a los jóvenes durante la pandemia?
Sí, se está demonizando a la gente joven porque se reúne sin mascarillas. Se les acusa de insensibilidad, pero eso no es nada nuevo. La juventud ha tenido siempre mucha insensibilidad a los riesgos y se sigue comportando como hace cien años, no ha variado para bien ni para mal en su conducta.
La juventud es una época de irresponsabilidad que, cuando la ves desde el panóptico, responde a una astucia de la evolución. Tiene que haber un momento en el que las crías se separen de la familia y salgan a campo abierto. Si no fueran un poco irresponsables, se quedarían en casa, pero tienen una cierta presión evolutiva.
Corremos el riesgo de que se imponga el pensamiento tribal y la compasión se encierre en la tribu
Usted defiende que los Estados pueden ser un antídoto contra la crueldad, ¿lo han sido durante la pandemia?
Los Estados están gastando dinero porque la pandemia ha venido en un momento en el que ya aprendieron, aunque tarde, de la crisis económica del 2008. Por eso ahora saben que hay que gastar el dinero a espuertas, como sea.
¿Por qué se ha encontrado una vacuna más rápido para esto que para el sida? Porque no era una pandemia, y por tanto no había esa movilización. Hay en este momento 272 vacunas en estudio. Son muchas. La cantidad de esfuerzo y dinero que se está invirtiendo es colosal. No ha habido una concentración tan grande de esfuerzos investigadores desde que el Proyecto Manhattan se organizó para la bomba atómica.
¿Puede ser "compasivo" un Estado?
Sí. La palabra compasión en Europa y en España está desprestigiada. No pasa así en Estados Unidos, donde un político tiene que ser compassionate, y el Estado también. Luego resulta que los Estados europeos son más eficaces en la lucha contra el dolor que los americanos. Estados Unidos puede ser feroz: tienen una estructura que funciona dando oportunidades, pero si no las aprovechas, ahí te mueres.
El proyecto europeo es compasivo, pero al mismo tiempo le molesta utilizar la palabra compasión. En España se dice mucho aquello de que "no quiero compasión, quiero justicia". Ese es un mal precepto, si atiendes a la Historia.
Primero aparece la compasión como una afección por el dolor ajeno. Una vez aparece, intento proteger al otro con sistemas jurídicos o de tejido social. Si no me compadezco de los inmigrantes no voy a intentar organizar algún sistema que los proteja. La compasión abre el territorio y luego viene la justicia.
Fíjese hasta qué punto la compasión es el sentimiento que más define a la especie humana que es el único que cuando se pierde, se dice aquello de "eres inhumano". Si tienes miedo, no eres inhumano. Si tienes sueño, no eres inhumano. Sólo eres inhumano si te falta la compasión.
¿Está nuestra sociedad lo suficientemente nutrida de compasión?
Corremos el riesgo de que se imponga el pensamiento tribal y la compasión se encierre en la tribu. En este momento que vivimos da la impresión de que la economía y las tecnologías se globalizan, pero los corazones se tribalizan. El auge de los movimientos identitarios o nacionales es de regresión.
Usted señala en el libro algunas de las pulsiones que nos hacen caer en la crueldad absoluta. Dice que algunas de ellas pueden surgir cuando los poderes políticos azuzan contra algún grupo o colectivo considerado enemigo. ¿Eso sucede en España?
Los partidos nacionalistas lo hacen. Lo interesante de una visión panóptica es que ves en cada fenómeno lo que es repetición y lo que es novedoso. Los movimientos nacionalistas, desde los que intentaron la unificación de Alemania, consisten en una minoría que se siente con la misión de vertebrar una nación y empieza una labor de proselitismo que puede llegar incluso a plantear la guerra.
Todo eso es un trabajo que en algunos casos no cuaja y en otros sí. Siempre hay una minoría muy activista que es la que hace que se alcance la masa crítica suficiente para que se produzca.
Madrid se ha convertido en el epicentro de los ataques de los nacionalismos periféricos.
No es tanto Madrid, sino el partido que gobierna Madrid y que está adoptando una postura un poco belicosa. Uno de los problemas que tienen los movimientos identitarios es que tienen que encontrar pegamentos de cohesión. Y no hay nada que cohesione tanto como tener miedo al otro u odio al otro.
Si se quiere que una comunidad esté integrada, se busca un enemigo. La búsqueda de los enemigos es una constante política; una constante peligrosa. Podemos se dio cuenta rápidamente de esto y desde sus inicios, toda su teoría política, que bebe de Laclau, se basa en la concepción de la política como una contraposición entre amigos y enemigos.
Esa es la esencia de la política para Podemos, que viene de la definición de Carl Schmitt, jurista e ideólogo del nazismo. Cuando Podemos aparece, la base de la política deja de ser el consenso, el acuerdo, y pasa a ser la confrontación, la búsqueda del enemigo.
La ciudadanía percibe la política como un generador de problemas que no existen. En este sentido, la izquierda habla ahora de un "nacionalismo madrileño de derechas".
Es un problema ficticio y es absurdo. Una de las ventajas que tiene Madrid es ser capital del reino. Y cuando eres capital del reino no puedes andarte con tonterías, como el nacionalismo catalán. En Madrid hay casticismo, quizá, pero ha sido siempre una ciudad muy acogedora.
A los políticos, crear conflictos les viene muy bien porque dibujan su perfil y el del enemigo, desfigurándolo, quitándole lo bueno y convirtiéndolo en objeto de odio.
La democracia debería ser un sistema político aburrido, pero la gente no quiere aburrirse
¿Hay una disonancia entre lo que quiere la ciudadanía y lo que preocupa a los políticos?
A la ciudadanía le gusta el espectáculo. La democracia debería ser un sistema político aburrido, pero la gente no quiere aburrirse, quiere sentir cosas. Del mismo modo, quiere que le den la razón. Y por eso se conecta al medio informativo que le da la razón, no al que le parece más objetivo.
Eso produce un círculo vicioso que es que los medios, para atraer a su clientela, tienen que darle cada vez más la razón. Y se van creando tribus informativas.
Como usted señala en el libro, una de las corrupciones más feroces del Estado es el totalitarismo. ¿Ha percibido una pulsión totalitaria en el Gobierno durante la pandemia?
No. Yo creo que habrán sido más o menos acertados en un momento en el que nadie sabía lo que había que hacer. Y una de las cosas que ha hecho bien en plantear es el tema de la cogobernanza. Es un tema interesante en España porque estaba incluido en el Estado de las autonomías. Por eso hay una cosa que se llama las conferencias sectoriales.
En el sistema educativo, las competencias están descentralizadas y se da a las Comunidades Autónomas la posibilidad de decidir sobre el currículo, pero se descuida la homogeneización. Las conferencias sectoriales de educación se deberían poner de acuerdo, pero ni se reúnen. La formación de los docentes es competencia estatal no transferida. Eso es lo que está mal.
¿La "cogobernanza" ha sido una oportunidad desaprovechada durante la pandemia?
Es posible que se haya desaprovechado, pero se ha empezado a hacer. No habíamos visto nunca que los consejeros de Educación se reunieran para tratar un asunto. Hay ingenuidades, y cada uno ha intentado marcar su perfil, pero ojalá se siga en otro tipo de consejerías.
¿Cree que el Estado de las autonomías está obsoleto?
Sí, lo está. Los Estados no se diseñan de arriba abajo como yo puedo diseñar una casa o un solar. Los procesos evolutivos se dan sobre cosas que están hechas y que deben seguir funcionando.
Yo siempre pongo en clase el ejemplo de un ingeniero que va a ver una central hidroeléctrica en los Estados Unidos. Se fundó en los años 20 y no ha dejado de funcionar. Se ha ido siempre ampliando, pero teniendo que mantener algunos sistemas antiguos. De modo que en este momento hay sistemas antiguos e informáticos que confluyen. ¿Por qué no se ha hecho todo con sistemas informáticos? Porque no había.
Cuando se hace la Constitución era un momento muy complicado. El Estado de las autonomías es un Estado federal, pero la palabra "federal" estaba proscrita, no se podía utilizar. Se hizo una trampa lingüística.
Aunque ahora esté denostado, es indudable que el sistema ha gozado de la aceptación general durante muchos años.
¿Y por qué funcionó tan bien durante años? Porque fue un momento de gran política. Siendo una nación muy conflictiva, se supo ver el problema y resolverlo. Y todas las fuerzas políticas se pusieron a resolverlo. ¿Lo resolvieron de una manera perfecta? No. ¿Hay que retocarlo? Sí. ¿En qué? En lo que se pueda.
Creo que hay temas en los que ha beneficiado estar dentro de la Unión Europea porque sin darnos cuenta está cambiando el concepto de soberanía. Los Estados miembros han cedido parte de su soberanía a la Unión Europea, de modo que no estamos hablando de la soberanía en el sentido del siglo pasado. La soberanía es más permeable, mucho más porosa.
En muchas ocasiones, la descentralización no ha dado lugar a una verdadera descentralización sino a una centralización multiplicada por diecisiete. Yo soy muy municipalista y me parece que en este momento una parte importante de las políticas sociales y educativas deberían hacerse a través de los municipios. El municipalismo está de capa caída porque las comunidades acaparan el poder.
Sin duda alguna se puede mejorar el sistema de las autonomías, pero no creo que haya que quitarlo.
En la procesión de horrores que desfilan por su libro, usted se refiere a la violencia sexual contra la mujer (concretamente, a su utilización bélica a lo largo del siglo XX). ¿Ha mejorado la civilización occidental en ese sentido?
No ha mejorado porque en todos los conflictos bélicos las mujeres continúan siendo la parte más vulnerable. Sigue habiendo violaciones en la República Democrática del Congo, Sudán, Irak, Libia... Lo que es llamativo es que hasta 2008 no se considerara que la violación masiva era un crimen contra la humanidad.
La gente elige un partido por simpatías emocionales y, una vez elegido, intenta justificarlo con razones
¿Qué opina de la Ley Integral de Violencia de Género? ¿Ha ayudado a combatir el machismo?
Ha ayudado, pero no en la medida en que se esperaba. Creo que las medidas contra la violencia de género no son eficaces porque parten de una mala descripción de la violencia y sus tipos. No es lo mismo la violencia de un maltratador, que ejerce así su dominio machista, que la violencia del que mata a su mujer y después se suicida.
El sistema machista permanece latente e incluso podemos pensar que lo estamos retroalimentando, por eso no desaparece. De hecho, en los adolescentes hay un repunte machista.
Ahora hay mucho revuelo con la Ley Trans, que recoge la "autodeterminación" para cambiar el sexo registral sin necesidad de informe médico y/o psicológico: ¿qué problemas puede plantear su aplicación?
Plantea muchos. En primer lugar, inseguridad jurídica, puesto que la autodeterminación podría ejercerse varias veces. Están surgiendo problemas en el campo de los deportes. Otros como el de los baños pueden resolverse haciéndolos todos unisex. Creo que algunos problemas se resolverían si en los documentos registrales hubiera dos indicaciones: sexo y género.
Una persona que cambia de género registral, pero no se somete a una reasignación de sexo podría poner, por ejemplo, "sexo masculino" y "género femenino". Esta persona no podría participar en competiciones atléticas femeninas.
Hay un caso que me da la razón. Néstor (un hombre trans, que nació niña y no se ha operado) está casado con una mujer trans (que nació niño y no se ha operado). Néstor está embarazado de su pareja. Me parece un caso claro. En su DNI debería decir "sexo femenino" y "género masculino".
Detrás de normas como ésta radica una cosmovisión que exalta la voluntad como valor irrestricto. ¿Comparte esta apreciación?
Sin duda. Por eso tiene razón el argumentario del PSOE contra la Ley Trans al insistir que del "querer" no se deriva ningún derecho. De mi deseo de tener una isla en el Caribe no se deriva ningún derecho a tenerla. Antes o después se darán cuenta de que considerar la orientación sexual o la orientación de género como algo "voluntario" debilita su posición jurídica.
Adela Cortina nos decía el otro día que existe "una estrategia deliberada y letal para tensionar y polarizar la sociedad". ¿Está usted de acuerdo?
Totalmente. Eso moviliza a la gente. Los partidos políticos tienen objetivos a corto plazo, a medio plazo y algunos a largo plazo. El objetivo a corto plazo es llegar al poder, y para eso necesitan movilizar a la gente.
¿Por qué la gente vota a un partido o a otro? El mecanismo demostrado por estudios rigurosos es que la gente elige un partido por simpatías emocionales y, una vez elegido, intenta justificarlo con razones. No al revés. Las razones no nos empujan a un partido.
En Estados Unidos, de donde son los estudios, hay dos opciones: demócrata o republicano. Hasta tal punto están definidas que se puede incluso rastrear que hay rasgos caracterológicos que indican predisposición a votar a uno u otro.
¿Cómo afecta el multipartidismo a esa teoría?
El multipartidismo tiene muchísimas dificultades de mantenerse. Para empezar, es mentira que exista el multipartidismo: tenemos dos bloques. Hubo un momento en que sí parecía, pero existe la regresión a la media, que dicen los estadísticos cuando hay gente que se va pero termina volviendo.
Donde podía haber habido una clara diferencia es en que hubiera triunfado un partido de centro, que era difícil. Todos los politólogos americanos dicen que no puede haber un partido de centro, porque sería en una línea entre derecha e izquierda que oscila. O porque estaría conformado por moderados de izquierda y moderados de derecha, por lo que su único rasgo característico sería la moderación.
Cuando habla de un "partido de centro" intuyo que se refiere a Ciudadanos.
Sí.
¿Cree que sería un riesgo añadido para la escalada de radicalización que Ciudadanos desapareciera?
Yo sentiría mucho que desapareciera, pero lo están haciendo tan mal que van a desaparecer y se volverá otra vez a fundar un partido de centro. UPyD desapareció y se fundó Ciudadanos. Si no tienen una idea clara de lo que quieren hacer…
¿Ese ha sido su error? ¿No tener un rumbo claro?
Sí. Un partido necesita aprender a la misma velocidad a la que aprende el entorno. Y si quiere progresar, a más velocidad. Los bloques clásicos, izquierda-derecha, vienen de la Revolución Francesa y se han enquistado, aprenden poco porque lo que quieren es corroborar sus ideales.
Un partido de centro debería ser aquel cuya primera función es aprender continuamente; estar alerta a lo que puede pasar. Si no tienes esa capacidad de acomodarte a los cambios, vas a ir siempre retrasado.
En segundo lugar, tiene que tener un concepto claro del Estado: ni el Estado nulo de los conservadores ni el Estado súper absorbente de los socialistas. Una teoría del Estado como promotor, que no debe hacer nada sino fijar objetivos y animar a la gente a que los cumpla, ayudando y premiando. Pero quien sabe las cosas es la sociedad civil, que necesita ser impulsada y ayudada con instituciones a merced de los ciudadanos.
Todas las investigaciones básicas en Estados Unidos se hacen con fondos estatales. Y una vez que esas investigaciones básicas en biotecnología, informática o ingeniería, están suficientemente consolidadas, se ceden a las empresas para que las exploten.
Esa es la función de un Estado. Decir: "¿Qué necesitas? Te vamos a facilitar las cosas, pero tú vas a tener que hacerlas; nosotros sólo te vamos a empujar". Eso sería una teoría del Estado para un partido de centro.
Si nos comparamos con otros países como Francia o Inglaterra, somos una balsa de aceite
Estamos en la época de los escraches, de las manifestaciones para impedir que otros se manifiesten, de la intolerancia disfrazada a veces como virtud. ¿Hemos perdido calidad democrática o es que nos estamos envileciendo las personas?
Un poco de todo. Pero también creo que tenemos la tendencia a no valorar lo bueno que tenemos. Las noticias malas son más interesantes que las buenas y cuando ves la violencia que ha habido en la sociedad española y en la política española durante mucho tiempo te das cuenta de que esto es una balsa de aceite. Si nos comparamos con otros países como Francia o Inglaterra, somos una balsa de aceite. Tampoco debemos exagerar.
Aquí la violencia fuerte ha sido la violencia terrorista, lo otro es mala educación. Pero es cierto que hay un reblandecimiento de varias cosas. Venimos de fábrica con impulsos agresivos, pero también compasivos y solidarios. A lo largo de la Historia, las sociedades han intentado frenar los impulsos agresivos y fomentar los comportamientos más sociales, a través de sistemas educativos, jurídicos o religiosos.
La agresividad la hemos controlado construyendo tres presas. La primera presa es la presa afectiva, que es fomentar los sentimientos de compasión, altruismo y generosidad, que han funcionado pero son intermitentes.
Por si esta primera presa desaparece, hemos construido una segunda presa: los sistemas morales y jurídicos. Aunque no tengas ganas de hacer esto, lo debes hacer. O bien porque es tu deber o porque si no, te voy a castigar.
Y si eso no funciona, se ha creado una tercera presa, que es la de las instituciones políticas y jurídicas. Por si te despistas, tenemos un sistema de instituciones fuertes. ¿Qué pasa? Que de vez en cuando todas se van a la porra. Y a veces la primera presa en caer es la tercera.
Pasó con el régimen nazi.
Claro, el régimen nazi elimina por completo las barreras morales porque ha eliminado primero todo sentimiento contra los judíos.
En este momento, se está resquebrajando más la primera presa. Las barreras afectivas se están haciendo toscas. El sentimiento de agresividad que viene fomentado por la tribalización: mi grupo es el bueno, no me interesa que me entiendas y no me interesa entenderte.
Fíjese en la poetisa que se hizo famosa por leer un poema en la toma de posesión de Biden. Ahora todo el mundo quiere traducirla, pero ella ha puesto como condición que sólo la pueden traducir personas negras porque los blancos no entienden a los negros y, por tanto, no pueden traducirla. Esto puede parecer anecdótico, pero es la máxima expresión de la tribalización.
¿El problema actual es de pérdida de la moralidad o de hipermoralización?
Cuando ves desde fuera el sistema nazi, puede parecer un sistema inmoral, pero no. La gente dentro del sistema estaba hipermoralizada y se sacrificaba hasta la muerte por una causa equivocada. Es lo mismo que cuando en las cruzadas había que matar al moro porque así hacíamos una ofrenda a Dios.
Cuando se proyecta una entidad poderosa y absoluta a la que hay que sacrificar todo lo que hay por debajo se incurre en la hipermoralización. Ya puede ser por Dios, por la patria, por el partido o por la raza. Y eso te exige que vivas con una suerte de sometimiento a las normas.
Cuando detienen a Eichmann y le juzgan en Israel su defensa es que había organizado los campos de concentración y de exterminio porque cumplía el deber, tal y como le habían educado. Eso es hipermoralización, así que hay que tener cuidado.
¿Cómo escapar de la moralina que impregna Occidente?
Las morales son culturales. Por eso defiendo que debemos subir un nivel hasta la Ética. La Ética, en última instancia, es transcultural e impide esas hipermoralizaciones tribales. Cada tribu tiene su propia moral, como cada religión y cada ideología. Y se enfrentan unas con otras. El salto es una moral transcultural, que es hacia donde vamos.
Una exposición en este sentido son las Declaraciones de Derechos Humanos, que valen para todas las culturas. De hecho, cuando una cultura se siente perseguida, apela a los Derechos Humanos.
Está claro que hemos progresado, y podemos comprobar ese progreso en cualquiera de los dominios que queramos: ha aumentado la esperanza de vida, hay menos desigualdad, menos violencia porcentual… No hay que olvidar que en España tuvimos la esclavitud legalizada hasta 1890, fíjese si hemos progresado en poco tiempo.
El inconsciente de la sociedad española sigue siendo bastante franquista, en el sentido de paternalismo del Estado
Usted habla del régimen nazi como un régimen hipermoralizante. Esto refuta la tesis de quienes sostienen que el Estado debe ser el garante de la educación moral de los niños.
Esa es la tesis de todos los totalitarismos. Y el régimen soviético era tan totalitario como el nazi. Y más asesino. El sistema estalinista fue, incluso, causante de más muertes que el nazi.
¿A quién compete la educación moral de los niños?
Insisto en mi teoría sobre el Estado promotor. El derecho a la educación no lo tiene el Estado, ni los padres, lo tienen los niños. Por tanto, la sociedad entera tiene que colaborar en la buena educación de los niños. En parte el Estado, que debe vigilar que se está educando bien a los niños, y en parte la familia y el resto de la sociedad.
Hay una frase que yo repito mucho: "Para educar a un niño hace falta la tribu entera". Y la tribu entera tiene sus distintas formas de educar. Parte de ella es responsabilidad del Estado.
El sector de la educación concertada está preocupado tras la aprobación de la Ley Celaá.
La escuela pública debe ser la estructura básica de la sociedad, pero es muy conveniente que la enseñanza pública se lleve a la práctica por dos caminos: la enseñanza pública de gestión pública y la enseñanza pública pero de gestión privada. Así sirve para comparar quién lo está haciendo mejor con el mismo dinero.
El sistema concertado es un sistema muy bien pensado, no hay que quitarlo, sino hacer que la ley de concierto se cumpla. Y la ley lo deja muy ambiguo. Había una cosa que decía Romanones: "Haga usted las leyes, pero déjeme a mí los reglamentos". De manera que hasta que no se hagan los reglamentos, no se sabe muy bien qué es la ley.
¿Es verdad que la nueva ley vaya a acabar con la escuela concertada? No, lo que se ha dicho es algo que ya está en la ley. Para que se dé un concierto, se debe demostrar que esa concertada era necesaria e iba a aportar algún bien.
Lo que parece indiscutible es que se ha dejado pasar de nuevo una oportunidad para elaborar una ley educativa de consenso.
Esta ley es un disparate, un despropósito, pero no por el contenido, sino por cómo se ha hecho. Y más, tal y como están las cosas.
Me coge el asunto quemado, por lo que yo trabajé por un pacto educativo. Y estuve a punto de que se consiguiera. Pero se desechó la idea y se ha vuelto a lo mismo. Un partido llega al Gobierno, hace una ley y la oposición llega al Gobierno y la quita. Es lo que pasó con la LOMCE.
Es una vergüenza. No hay ni ocasión de pensar. Una ley que sabes que la van a quitar, ¿voy a tomarme yo trabajo en introducirla?
¿Cómo salir de esa dinámica?
Ahí está mi propuesta para un pacto educativo... ¿Por qué han fracasado los pactos educativos en España? ¿Cuáles eran los obstáculos? Son siempre los mismos, y son muy viejos ya. Muchos de ellos se basan en malentendidos ideológicos y torpes.
Si tú ves una manifestacion diciendo "queremos una educación de calidad", esa manifestación es de derechas. Si dices "queremos una educación igualitaria", es de izquierdas. Pero vamos a ver, ¿puede haber una educación de calidad si al mismo tiempo no es equitativa? Empezamos mal. Ese es el planteamiento conflictivo: calidad versus equidad. Y a ver quién gana.
La solución consiste en saber aunar calidad y equidad. Todas las leyes educativas se mueven en el terreno de la confrontación, del conflicto, y la solución es convertir los conflictos en problemas para buscar la solución al problema.
Los ciudadanos españoles necesitan cuanto antes razones para el optimismo. ¿Un motivo para la esperanza?
Yo creo que tenemos un sistema democrático estable, de manera que no debemos asustarnos. En segundo lugar, tenemos problemas económicos, pero sabemos cómo se podrían resolver.
No nos damos cuenta de que estamos en una especie de pasividad generalizada. A veces es pasividad por un sentimiento de impotencia y otras veces por comodidad. Hay que movilizarse porque el inconsciente de la sociedad española sigue siendo bastante franquista, en el sentido de paternalismo del Estado.
La democracia no es un sistema cómodo, es exigente. Y estamos apostando por una democracia facilita. La democracia exige participación, crítica, aprendizaje. Cuando hay una sociedad pasiva, se convierte en una sociedad del espectáculo. Y así asistimos a la política del espectáculo.
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