Hasta marzo de 2020, la vida de los españoles nacidos en la segunda mitad del siglo XX había transcurrido en un entorno seguro y predecible, fruto de los avances de la civilización. Habíamos afrontado y superado el 23-F y el 11-M, el terrorismo y el contraterrorismo, las crisis políticas y las económicas.
Dábamos por hecho que nuestro mundo nunca se hundiría, como se hundió el de las generaciones anteriores, durante la primera mitad de esa centuria. No creíamos en el fin de la Historia, pero sí en el fin de la Historia como tragedia palpable y lacerante. Nunca pensamos que desgarraría nuestra propia carne.
Sin embargo, hace poco más de un año, las sirenas comenzaron a ulular y tuvimos que recluirnos en el refugio antiaéreo del confinamiento domiciliario. Pasó la primera oleada, en la que las bombas de racimo del virus se esparcían por doquier, y luego vino la segunda, y después la tercera, y ahora afrontamos la cuarta. El terror ha ido atenuándose, gracias al contraataque de la ciencia, pero la pandemia está dejando más víctimas que la mayoría de las guerras convencionales y un desastre económico sin precedentes en tiempos de paz.
También está dejando algunas “bendiciones disfrazadas” como la conectividad, el teletrabajo, la solidaridad de las grandes empresas, la revalorización de la ciencia y la industria farmacéutica, el incremento de la colaboración público-privada o el reforzamiento de las instituciones internacionales. Y una nueva conciencia de nuestro lugar en el planeta.
En medio de la desdicha mundial, el tradicional flujo masoquista del excepcionalismo español pierde fuerza, día a día. No somos la Infelix Spania, quondam deliciosa et nunc misera effecta (antaño deliciosa y hoy miserable) de aquella crónica mozárabe del siglo VIII con la que comenzaron nuestras literaturas del Desastre. Ni hay una prosperidad remota que añorar ni el destino nos ha golpeado por ser como somos.
Aunque perduren entre nosotros tanto la “apática melancolía” como el “rayo tremebundo”, en los que, según Azaña, se bifurcaba nuestro peculiar sentido de la modernidad; aunque a menudo prime el deleite morboso en los errores cometidos y la mirada aviesa a cualquiera que ejerza responsabilidades y poder, la ley de la gravedad impone su evidencia.
El mal de muchos, el tañido acompasado de las campanas más remotas, ha hecho más por el sentimiento de globalización que todas nuestras anteriores experiencias personales o colectivas. Saldremos peor parados en las estadísticas de unas u otras olas, pero para el virus España no está siendo diferente. Esta vez ni siquiera hay una cepa “española”, al modo de la “inglesa”, la “sudafricana” o la “brasileña”.
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Es Europa la que se está comportando de otro modo y para bien. En contra de lo que ocurrió hace década y media, durante el colapso del sistema financiero, hoy se está haciendo realidad la reflexión del poeta del siglo XVII John Donne, de que “every man is a piece of the continent”. Un viejo continente, organizado, en nuestro caso, en torno a una Unión Europea resuelta a afrontar el desafío de la pandemia.
En medio de la desdicha mundial, el tradicional flujo masoquista del excepcionalismo español pierde fuerza
Con todas sus deficiencias y errores, la Unión Europea está impulsando políticas sanitarias comunes, está comprando vacunas en común y sobre todo está movilizando unos enormes recursos comunes para relanzar la economía, a través de los Fondos Next Generation. De su utilidad, aplicación y uso va a tratar el primer gran Foro Económico Español, convocado por nuestro periódico con el título de Wake Up, Spain!, a partir de este lunes.
Con más de 170 ponentes confirmados, incluidos el presidente del Gobierno, ocho ministros, ocho presidentes autonómicos, ocho grandes alcaldes y todos los grandes líderes empresariales, no me sorprende que ya empiece a ser conocido como “el Davos español”.
Wake up, Spain! es, sobre todo, una llamada a la acción. Una apelación a la proactividad pues, en el proceso de reconstrucción que se avecina, todos los ciudadanos europeos debemos sentirnos al mismo tiempo donantes y receptores.
Tenemos la responsabilidad de multiplicar el impacto de esos fondos, mediante el valor añadido del talento y el esfuerzo. Una responsabilidad enorme porque de lo que hagamos dependerá que esa Next Generation quede aplastada y asfixiada por una inmensa deuda o cuente con las palancas que la liberen de las cadenas financieras y la catapulten hasta niveles de prosperidad nunca imaginados.
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Cuando hace ciento diez años murió Joaquín Costa, el primero de nuestros regeneracionistas, encontraron entre sus papeles el manuscrito de un libro inconcluso. Estaba titulado con una pregunta: ¿Tiene España aptitudes para ser una nación moderna?
La democracia constitucional ya ha contestado afirmativamente esa pregunta, aprobando con nota, por desigual que haya sido nuestro desempeño a lo largo de cuatro décadas. La catástrofe producida por la Covid nos obliga a pasar ahora un examen extraordinario de reválida, planteado en torno a las cuatro asignaturas troncales que configuran el Plan de Reconstrucción, Transformación y Resiliencia del Gobierno de Pedro Sánchez: la digitalización, la descarbonización, la cohesión social y territorial y la igualdad vinculada a la educación.
Son las mismas asignaturas planteadas por la Unión Europea, en sintonía con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, plasmados en la Agenda 20/30. Unos desafíos que en todo caso tendríamos que afrontar con pandemia o sin pandemia, con fondos europeos o sin fondos europeos.
Los promotores de Wake Up, Spain! queremos contribuir a movilizar a la sociedad española de cara a esa reválida extraordinaria. Este no es un foro de debate entre partidos. El tiempo de la discusión no concluirá nunca pero ha dejado paso y espacio al tiempo de la ejecución.
La catástrofe producida por la Covid nos obliga a pasar ahora un examen extraordinario de reválida, planteado en torno al Plan de Reconstrucción
Corresponden a planos diferentes. A los efectos de este Simposio, el Gobierno de Sánchez es el Gobierno de España, de todos los españoles; de igual manera que los proyectos de Feijóo servirán a todos los gallegos o los del alcalde Almeida a todos los ciudadanos de Madrid. Ojalá pudiéramos contribuir a que unos y otros acierten en sus grandes decisiones económicas.
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No llegamos a esta reválida de vacío, ni mucho menos. Por mucho que perdure el tópico de Bartrina, según el cual si alguien “habla mal de España, es español”, no es esa maestría en el catastrofismo truculento la que importa. Estamos a la cabeza del mundo desarrollado en cuanto a la cobertura de fibra óptica, hemos sido pioneros en la implantación de las energías renovables, tenemos unas infraestructuras envidiables tanto en forma de autovías como de líneas ferroviarias de alta velocidad y somos uno de los países más avanzados en legislación sobre derechos civiles.
Nuestras empresas están entre las mejores del mundo en sectores como las telecomunicaciones, la distribución, la construcción, las finanzas, la tecnología, el turismo, la biomedicina o los seguros. Pese a todos los problemas suscitados por la corrupción, el terrorismo, el separatismo o la colusión de poderes, nuestras instituciones funcionan con estabilidad. En España hay libertad de expresión y rige el Estado de Derecho. También tenemos, esa es la verdad, una tupida agenda de reformas pendientes que resuenan como ese aldabonazo con el que la eficiencia reclama su espacio al populismo político.
Por primera vez en la Historia, tenemos la oportunidad de salir reforzados de una crisis descomunal, pues los Fondos Next Generation pueden servir de lanzadera a muchos proyectos aplazados durante años y a todas las energías represadas durante la pandemia. Ese es el proceso que este simposio quiere impulsar y acelerar.
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No seremos nosotros quienes incurramos en la amaxofobia. Ese es el síndrome de quienes, paralizados por la abulia o el terror, eluden el riesgo de conducir sus propias vidas, cumpliendo las reglas de la circulación, y se dejan llevar por el piloto automático de los extremismos. España no es un cómic retro en el que fascistas y antifascistas combaten en una plaza de barrio.
Hace falta ser muy vago o muy necio para dejarse clasificar en una de esas dos variantes del fanatismo estéril que esta misma semana hemos visto artificialmente desplegadas. La inmensa mayoría de los españoles no cabe en esos clichés. Nos pertenecemos, somos de nosotros mismos. Somos capaces de conducir nuestros destinos desde una serena ipseidad, frente a todo gregarismo. Por eso hay una base social que atiende a una llamada como esta.
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Si hace ocho meses convocamos a todos los estamentos del sector sanitario para luchar contra la pandemia, ahora son los auténticos Estados Generales del Reino los que acuden con determinación a esta cita: por un lado las administraciones públicas y los agentes sociales, por el otro las empresas, desde los gigantes del Ibex hasta las más creativas start ups; y finalmente el actual Tercer Estado, el mundo de las ideas, representado por profesores españoles de las principales universidades del mundo.
Hace falta ser muy vago o muy necio para dejarse clasificar en una de esas dos variantes del fanatismo estéril que hemos visto desplegadas
Esta convocatoria es el fruto del rugido conjunto de EL ESPAÑOL, Invertia y D+I, nuestro portal dedicado a la Disrupción y a la Innovación, bajo el liderazgo pionero de Rafael Navarro, a quien corresponde el copyright intelectual de Wake Up. También el resultado de una muy especial colaboración con nuestros amigos de EY, con Federico Linares al frente, de Microsoft, encabezada por Pilar López, y de más de sesenta empresas que se han incorporado al proyecto, incluidos nuestro partner en Talento Manpower y nuestro partner en Comunicación, Llorente y Cuenca.
Estamos muy orgullosos de que nuestro rugido esté siendo tan contagioso. El león es el símbolo ancestral de los españoles y el emblema de nuestro periódico. Al propio Joaquín Costa le llamaban el león de Graus. Los leones son fieros y valientes por separado; pero cuando cazan, lo hacen en manada.
Necesitamos que este Foro Económico Español cree lazos de colaboración permanentes, con objetivos concretos que se revisen al menos una vez al año. La pieza a cobrar no puede ser más importante: el futuro de la Next Generation, impulsado por el uso adecuado de los fondos europeos.
Somos los heraldos de un llamamiento que debe llegar hasta los últimos confines del Reino de España. Es hora de actuar. Que nadie sea cobarde, insolidario o cicatero. Wake Up, Spain! Levantémonos juntos.
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