El luto de la reina, refinado Ancelotti, y el hombre bueno de Rabat
Del estilo de la Reina a la elegancia de Ancelotti; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.
Reina Letizia
Muchos creen que la Reina ejerce a medio gas porque no cambia de vestido. Lo vimos en el 2020, cuando permanecía casi todo el tiempo confinada y su exhibición se quedaba al borde del plasma. No era casual. A la reina LZ seguramente debió de gustarle que ningún medio de comunicación hablara de sus outfits. En sus escasas comparecencias salía siempre, bolígrafo y libreta en mano, proyectando su imagen de mujer tibia y recatada. Ahora ha dado un paso y se muestra en suave alivio, o como mucho en negro ala de mosca. Así lució esta semana en Vitoria, durante la inauguración del memorial de las Víctimas del Terrorismo. Ese día estrenó un vestido negro de Leyre Doueil, de amplio volante en el bajo. Tiene su explicación: este verano, si no llevas un volante al sur del vestido, no eres nadie aunque todo el mundo te llame Su Majestad.
Carlo Ancelotti
Cuando Ancelotti hizo por primera vez parada y fonda en el Real Madrid, gozaba de merecida fama de caballero. En el universo del fútbol no hay muchos como él. Apenas un puñado, y la mayoría se distingue por su pedantería. No es el caso de Ancelotti, mezcla de aroma british y elegancia italiana. Solo le faltaba la cabeza de senador romano. Es un lujo traerlo de nuevo al Bernabéu.
En su primera estancia madrileña se enamoró de un pisazo frente al Retiro. Uno de esos pisos que más tarde serían pasto de los venezolanos de riñón forrado. Nunca estuve allí, pero la vivienda era conocida por su exquisito buen gusto. Tenía obras de arte en lugar de vitrinas, mesas y butacas Luis XVI. Cuando abrías una ventana aparecía la Puerta de Alcalá enmarcada en el bastidor de la ventana. Daba la impresión de que si estirabas el brazo podías tocarla. Todo era apetecible: el piso, la Puerta de Alcalá, el Retiro, las obras de arte. Y Ancelotti.
María Dolores de Cospedal
Es una mujer de maneras firmes y andar reverencial, mitad señorita Rotenmeyer y mitad estricta gobernanta. Gozaba de la amistad y el aprecio de Mariano Rajoy y por eso la aupó. Con Soraya Sáenz de Santamaría ocurrió lo mismo, pero entre ellas las cosas nunca fueron bien. Ya lo dice el bolero: cómo se pueden tener dos amores a la vez y no estar loco. Muchos nos lo preguntábamos. Cospedal tenía celos de Soraya. Incomprensible, pero cierto. Los tenía.
Todo se precipitó cuando entró en escena el comisario Villarejo y se ofreció a echarles una manita a los Cospedales espiando a Bárcenas. Dicho y hecho. Desde aquel día, María Dolores y su marido fueron a más y Bárcenas a menos. El PP se sumió entonces en una etapa de pestilente fermentación de la que todavía no se ha repuesto. Ya nada volverá a ser igual.
Ricardo Díez Hochleitner
Ricardo Díez Hochleitner (Bogotá, 1953), un diplomático impecable, es el hombre bueno que nos representa en Rabat desde 2015 y vela por mantener el principio de buena vecindad entre dos países obligados a entenderse.
Conocí a Ricardo cuando entró a ocupar el cargo de secretario general de la Casa del Rey en sustitución de Alberto Aza, que entonces pasaba a ser el Jefe de la Casa. Lo recuerdo siempre risueño y bondadoso, pendiente de todos los detalles. Pasados cinco años de su estancia en Rabat, comenzaron a circular algunos nombres con vistas al posible relevo del embajador, que ya le tocaba.
Uno fue el de María Antonia Trujillo, exministra de las “soluciones habitacionales” con Zapatero. María Antonia estaba en Rabat como consejera de Educación de la embajada y, además, mantenía en el país vecino una historia de amor que algunos bautizaron como “la pasión mora”. Pero el amor de María Antonia murió de cáncer y su nombre tampoco prosperó para relevar al actual embajador en Rabat. La propuesta grata a las autoridades marroquíes seguía siendo la del actual embajador. Diez Hochleitner debía continuar. Y en ello sigue.