Jeff Bezos, el rico cowboy, María Zurita, madre coraje, Ona Carbonell y la conciliación familiar en el deporte
Jeff Bezos
Bezos es ese ricachón universal que días atrás se dio el gustazo de pagar un pastón por ir en cohete más allá de la estratosfera. Antes que él hizo lo propio Richard Branson, otro multimillonario (dueño de Virgin) que nació disléxico y se convirtió en aventurero. Pero el primer turista espacial fue Dennis Tito, que despegó en Kazajistán a bordo de un sputnick. La nostalgia del dominio ruso.
Jeff Bezos llegó al espacio con sombrero de cowboy, y de milagro no regresó a lomos de un toro salvaje. Jeff Bezos, dueño de Amazon, viajo con un pequeño grupo de aficionados entre los que se encontraba Wally Funk, la astronauta de 82 años que hizo realidad su sueño espacial.
En el interior de la nave, Jeff acarició durante unos minutos el vértigo de la ingravidez. Luego, al poner de nuevo los pies en la tierra, se dirigió a su publico y excitado, gritó: “¡¡¡Todo esto lo habeis hecho posible vosotros¡¡¡". Tenía razón. Yo misma, cuando compro un libro o un juguete, también contribuyo al viaje inaugural de Bezos.
Jeff es un empresario de origen español. Su abuelo nació en Villafrechós, un pueblo vallisoletano cuyos últimos alcaldes han intentado seducir a Bezos para que invierta en la localidad.
Jeff Bezos no solo tiene fama de rico sino de filántropo. Una de sus últimas acciones ha sido la donación de cien millones de dólares al chef José Andrés, que en USA es tan conocido como Papá Noel.
Ona Carbonell
Ona Carbonell es la capitana de natación sincronizada que ha cantado las cuarenta ante las autoridades de Tokio por haberle negado la conciliación familiar en estos JJOO de la pandemia.
La capitana esppañola de natación sincronizada ha cargado estos días contra las autoridades de Tokio reivindicando la conciliación familiar en el deporte.
Carbonell se muestra desilusionada con los dirigentes deportivos por impedirle viajar a Japón con su hijo Kai, que dentro de unos días cumplirá un año.
Ona Carbonell defiende la lactancia materna exclusiva. De hecho, hasta que Kai no hubo cumplido seis meses su madre la mantuvo aferrada a su pecho. Desde entonces combina la lactancia con los primeros alimentos.
Las dificultades que han pressentado los actuales Juegos Olímpicos han sido especialmente rigurosos en el caso de la nadadora barcelonesa, que se ha visto obligada a conciliar natación y maternidad sacrificando horas de esfuerzo e insomnio.
La princesa Leonor
Pilar Eyre ha escrito en Lecturas “Los retos que debe superar Leonor”. He tomado buena nota de lo que dice y le sigo el paso. Para empezar, la periodista recomienda a Leonor que deje atrás los vestiditos infantiles y actúe con naturalidad. También le sugiere que se despegue de su hermana, siguiendo el ejemplo de Isabel y Margarita de Inglaterra, que cuando abandonaron la infancia, separaron sus caminos. Es injusto para la Infanta Sofía que, no teniendo que disfrutar de los privilegios de Leonor, le correspondan las mismas obligaciones.
Pilar sostiene que otro reto es modernizarse. Ver a señores que podrían ser sus abuelos, inclinándose ante ella, causa vergüenza ajena. Sería también de agradecer que su padre olvidara esas comidillas en las que se refiere a Letizia y a la Princesa de Asturias diciendo “la Reina y yo” o “Leonor y yo”. Son frases rancias.
No podemos mantener a Leonor como si fuera una Cristina de Suecia, virgen y solitaria. Se echa en falta conocer los nombres de los amigos y amigas que la rodean, así como sus aficiones, si le gusta la música clásica, o los animales, como a su abuela, y lucha contra el maltrato y el abandono.
Finalmente, la periodista hace suyo el consejo que Franco dio al Príncipe Juan Carlos cuando tenía la edad de Leonor: “Viaje, alteza, y que los españoles le conozcan”. El último reto no es para Leonor sino para Letizia: que no se pase de protectora y la deje volar.
María Zurita
La quinta ola de la pandemia me ha sorprendido con una visita inesperada. Tras dos años de encierro y soledad ante el ordenador, ha sonado el timbre y en el umbral se me ha aparecido la figura longilínea y escueta de una vieja amiga a la que conocí hace años en Palma durante las regatas de la Copa del Rey de vela.
Era María Zurita, que llevaba de la mano a su hijo Carlos, un crío rubio y de grandes ojos azules que llevaba en el rostro la huella inconfundible de los Borbones.
A los cinco minutos de estar en casa, Carlos ya me ha contado que le gustan los elefantes y una serie de dibujos animados llamada 'Cocomelón'. Durante el almuerzo, hablo largamente con María de las penurias vividas durante la pandemia. Han sido dos años muy largos, pero está feliz con el resultado del trabajo. María creó una empresa de traducciones hace diez años. Su abuela paterna le prestó una habitación para que la pusiera en marcha y desde entonces no ha parado.
María me habla de su tío el Rey Emérito y del buen aspecto que ha adquirido en Abu Dabi, así como de las constantes visitas que le hacen sus familiares y amigos. Pese a ello, está deseando volver a España, y no solo a ver a sus íntimos sino a cenar huevos fritos en casa Lucio o comer marisco en Sanxenxo.
Palma de Mallorca ya pasó a la historio, y no solo para el Emérito, sino para María y para mí, que vivimos largos veranos de confidencias bajo la brisa amable que se deslizaba desde Marivent.