La noticia ha dado la vuelta al globo terráqueo: Bill Clinton estuvo en una Unidad de Cuidados Intensivos, no por Covid-19 pero sí por una enfermedad tan frecuente como desconocida: la sepsis.
No es la primera vez que un expresidente de los Estados Unidos de América es hospitalizado por una infección devenida sepsis; en 2018, un día después del funeral de su esposa, George H.W. Bush ingresó con la misma afectación. Empero, el término se atraganta; el gran público no domina el significado de esta palabra, algunos se aventuran con la raíz etimológica… "sepsis suena a sucio" –he leído por ahí—.
Hace unos 2700 años Homero hizo referencia a este padecimiento en uno de sus poemas, sepo fue la palabra usada. Aún así, en estos nuevos años veinte sigue siendo una ignorada. Increíblemente, se desconoce que la sepsis es una de las primeras causas de fallecimientos en el llamado primer mundo y supera, en número, a las muertes causadas por varios cánceres y el infarto de miocardio juntos… quizá sea porque no leemos poesía.
La sepsis, según Wikipedia, es "un síndrome de anormalidades fisiológicas, patológicas y bioquímicas potencialmente mortal que se asocia a una infección".
En realidad, hay mucho más. En mi ánimo de difundir todo aquello que conozco, hace un par de años me propuse escribir una trilogía que titulé ¿Qué es…? La comencé con ¿Qué es el cáncer?, un libro que dio alegrías a mi editor al convertirse, rápidamente, en superventas y mi ego aumentó exponencialmente al ser incluido por la crítica en la lista de los doce libros de temática terrible que es un placer leer. El segundo llevaba por título ¿Qué es el VIH? y también escaló posiciones entre los más vendidos para goce de los implicados.
Los casos de sepsis al año en el planeta superan una cifra astronómica: 48 millones.
Este año culminé la trilogía con ¿Qué es la sepsis? y apenas ha tenido repercusión. ¿Por qué hay enfermedades "populares" y otras desconocidas? Siempre he pensado que se debe a la rapidez, un cáncer puede tardar meses y hasta años en acabar con la vida del paciente. En cambio, la sepsis es menos generosa. Los pacientes sufren una degradación vertiginosa y el fallecimiento se puede producir en pocas semanas e incluso en horas.
Aunque es difícil estimar con precisión, los casos de sepsis al año en el planeta superan una cifra astronómica: 48 millones. Once millones de ellos culminan en la muerte del paciente. Los números abruman, más aún si decimos que el 20% de las defunciones en el mundo se deben a una sepsis. Sin embargo, sigue siendo una enfermedad prácticamente inexistente en las redes y medios, pero, sobre todo, un enigma por resolver.
Para responder a la pregunta ¿qué es la sepsis? lo mejor es comenzar por las respuestas. Juro que no se trata de un recurso literario. Hablo de las respuestas generadas por nuestro cuerpo frente a cualquier patógeno que intenta atacarnos: un virus, una bacteria, un parásito o un hongo. Lo que llamamos sistema inmunológico y podemos definir como las defensas, siempre se encuentra en estado de alerta patrullando cada confín de nuestra anatomía.
Al igual que las organizaciones sociales creadas para defender un país, el sistema inmunológico se constituye estratégicamente en "batallones" capaces de detectar y, en muchas ocasiones, eliminar a los patógenos que nos invaden. Más, no sólo eso, también "archivar" una memoria de lo ocurrido para, en el futuro, poder activar una respuesta más certera en caso de sufrir otro ataque por parte del mismo patógeno. Cuando este proceso se desordena, nos enfrentamos a una enfermedad que va más allá del problema original causado por la infección: la sepsis.
La dificultad reside en que la enfermedad no se suscribe a su causa, es decir, la infección.
A pesar de ser conocida desde los prolegómenos de la civilización, no fue hasta los años noventa del siglo pasado que esta enfermedad se definió clínicamente. Hoy llamamos sepsis a la disfunción de órganos causada por una respuesta descontrolada del cuerpo frente a alguna infección.
Es decir, la sepsis se pone de manifiesto cuando nuestras propias defensas, en su empeño por eliminar a un patógeno invasor, dañan los órganos que nos permiten vivir e incluso, por una inacción posterior, permiten nuevas infecciones. Con esta enfermedad se genera un problema de salud que supera con creces su origen. No nos podemos quedar únicamente con los síntomas: fiebre, infección, declive cognitivo, bajada de tensión… hay mucho más.
La dificultad reside en que la enfermedad no se suscribe a su causa, es decir, la infección. Además de la bacteria, virus u hongo originario de la sepsis, está el desbalance del sistema inmunológico, la defensa, responsable de este desastre. Por ello, el control de la enfermedad no está únicamente en la eliminación del agente patógeno con el uso de antibióticos o antivirales. Se necesita que el sistema de defensa recupere su funcionamiento normal. Esto, aún hoy, en los nuevos años veinte, no sabemos cómo hacerlo.
Mucha ciencia básica y traslacional es necesaria para dar con las claves del enigma. La sepsis es una incógnita por resolver; una enfermedad a la que todos, hasta los expresidentes norteamericanos, estamos expuestos.