***Entrevistadores invitados: José María García, Iñaki Gabilondo, José Luis Rodríguez Zapatero, Isabel Mancheño, Pedro G. Cuartango, Melchor Miralles, Luis Roldán y José Amedo.
Si no fuera por ese estilo tan marcado y por la presencia de una testigo, cualquiera podría pensar que las memorias de Pedro J. Ramírez no las ha escrito Pedro J. ¡Cuándo! Lleva más de cuarenta años siendo “monarca absoluto” de periódicos. Eso implica una dedicación exclusiva. De lunes a domingo. Siempre con los tirantes puestos que copió de Ben Bradlee, el mítico director del Washington Post.
Es este un momento para descubrir también al otro Pedro J. Incluso al que no lleva la “jota”. Al que no conduce desde 1974. Al que creyó, ¡hace muy poco!, cruzando un semáforo, que el sonido para orientar a los ciegos era un canto de jilgueros.
¿Llora Pedro J.? ¿Escribe cartas de amor? ¿Se descontrolaba en La Movida? ¿Cómo afrontó psicológicamente “lo del vídeo”? ¿Hace política con el periodismo? ¿Es verdad que pudo dirigir El País? ¡Vaya bronca le echó a Zapatero por no ir a una de sus fiestas!
Se ha tomado muy en serio lo de hacer una entrevista íntima. Nos ha citado a tres metros de su dormitorio. Allí, cuentan las buenas y malas lenguas, hay un pantallón enorme donde lee EL ESPAÑOL cuando se levanta. Y se levanta muy pronto. Con ese aullido en la punta de la lengua: “¡Cuidad la sintaxis!”.
Palabra de director (Planeta, 2021) son casi setecientas páginas –muy sabroso el índice onomástico– donde se cuentan las cosas que un periodista no puede contar en el periódico mientras ocurren; entre otras las conversaciones con los presidentes del Gobierno y el Rey. Fíjense si es crudo el relato. En un momento dado, Aznar aconseja: “Ante la duda, no echar un polvo”.
Pedro José Ramírez Codina (Logroño, 1952) era un niño que se sentía diferente. Hizo la comunión vestido de frac mientras todos los demás vistieron de marineritos. A partir de ahí, todo fue diferente. Estudió Periodismo –y hacía teatro– en la Universidad de Navarra. Hoy, en las broncas y en los discursos motivacionales, ¿lo sigue haciendo?
Pedro J. –contaban algunos de sus redactores– da miedo. Él lo ha escuchado y acepta el envite. Asegura que el único modo de gobernar una redacción es ajeno a la democracia. Apuntala su tesis –estamos avisados– con la máxima de Robespierre: “El terror sin la virtud es estéril, pero la virtud sin terror es impotente”.
Herr direktor –lo llaman algunos en esta redacción– no tiene escrito su obituario. No sabe si cree en Dios, pero está claro que no cree en la jubilación. Se ha comprometido consigo mismo a prolongar su ‘régimen’ hasta los cincuenta años. Le faltan ocho y medio.
Suele decir Pedro J. para explicar su actitud que “el halago debilita”. Podemos decir nosotros ahora, ¡a ver si lo debilitamos un poco!, que su libro es uno de los mejores relatos de la historia reciente de España.
Perseguidor despiadado, será durante dos horas el entrevistador-entrevistado. El cazador-cazado. Hemos reunido las preguntas que le lanza un grupo tan heterogéneo como este: José María García, Iñaki Gabilondo, Pedro G. Cuartango, José Luis Rodríguez Zapatero, José Amedo, Luis Roldán, Melchor Miralles e Isabel Mancheño.
Pedro J., ¿puedes comprometerte a dejar de ser director de este periódico mientras dure la entrevista?
No. Es imposible –se ríe–.
Lo decía por preguntar sin miedo a las represalias.
Siempre he generado mucha libertad y pluralismo alrededor. Las preguntas nunca son inconvenientes. La libertad está en las respuestas.
Cuando tenías mi edad, tu editor te llamó para que le hicieras una entrevista y, cuando llegaste con tus preguntas, te dijo: “¡Anote!”.
Sí. Me acuerdo muy bien. Torcuato Luca de Tena, en ABC. Un personaje fascinante y de otro mundo. Se inventó la llegada de Beria a España. Era un hombre muy brillante, declamativo, extravagante. Hacía lecturas públicas de sus novelas.
Te pedí una entrevista íntima y te lo has tomado muy en serio: me has citado a tres metros de tu dormitorio.
Quedar en casa era la única manera de que no nos den la lata y se mezclen otras cosas –se ríe–.
Haciendo uso del amarillismo del que se te ha acusado en algunos momentos de tu carrera, prometo que luego hablaremos del vídeo. Así nuestros lectores se quedarán hasta el final.
Sí. ¡Será después de la publicidad!
Me han ofrecido tomar algo y he pedido un vino. Tú prohibiste el alcohol en la redacción. Tenías 28 años y tus periodistas eran mucho más mayores que tú. Imagino que no les sentaría bien.
Había que empezar a cambiar las cosas de raíz. A mí me parecía inaudito que el trabajo de la redacción se desarrollara entre copas de coñac y volutas de humo. Nada dije del tabaco, aunque yo no fumara ni me gustara. Pero los lectores merecían respeto y que las noticias se escribieran de otra manera.
Pero aquella medida generaría resistencias seguro.
Bueno, yo creo que las cosas hay que hacerlas de inmediato. Fue algo tan fulminante que les cogió de sorpresa. No tuvieron más remedio que aceptarlo.
De todos modos, la verdadera puñalada al oficio fue cuando decidiste publicar 'Diario 16’ también los lunes. Hasta entonces, la llamada 'Hoja del lunes' era un sistema inventado por el gremio para que los periodistas no curráramos los domingos. Luego se sumó toda la competencia. ¿Es correcto decir que los periodistas trabajamos los domingos por tu culpa?
Todavía hay veteranos que me lo dicen de vez en cuando. Pero también existen lectores provectos, de mucha edad, que me recuerdan: “Gracias a usted podemos leer periódicos de verdad los lunes”. Es que La Hoja del lunes era una tomadura de pelo y una estafa. Las asociaciones de la prensa tenían montado un chiringuito con el que explotaban poco menos que en exclusiva el fútbol y los toros.
"La Hoja del Lunes era una tomadura de pelo y una estafa; un chiringuito de las asociaciones de prensa"
Con el franquismo, que tenía su propia ley, parecía coherente; pero con la Constitución y el derecho de la información establecido, mi argumento fue: “El derecho a la información no se suspende los lunes por la mañana”. Afrontamos muchas malas caras en la profesión. Pero luego se sumaron todos los demás periódicos.
¿Es cierto que las vacaciones te parecen un invento diabólico y pernicioso?
Bueno, eso lo decía sobre todo Luis María Anson: “Las vacaciones son un invento franquista”.
¿Y tú compras ese discurso?
No. Cada vez que tengo una oportunidad de irme con Cruz a algún lugar interesante…
No te preguntaba por tus vacaciones, sino por las nuestras, las de los demás.
Anson decía: “¡Qué diablos hacemos yéndonos de vacaciones!”. Y algunas veces estaba de acuerdo con él. Pero no, no: creo que la manera de que haya buenos periodistas es que todo el mundo tenga un tiempo de descanso y descompresión. Aunque nunca dejamos de ser periodistas.
Sabía que eso iba a venir.
Hombre, estando de vacaciones, si te encuentras con una noticia, no dejas de llamar al periódico o de contar la historia. Evidentemente, no.
Joaquín Garrigues Walker, ministro de Adolfo Suárez, te dijo una vez: “Si se supiera lo que pasa en los Consejos de Ministros, la gente se agolparía en los aeropuertos para irse de España”. ¿Y si la gente supiera cómo hacemos los periódicos?
Creo que no. Por lo menos en los periódicos que yo he dirigido, cada día intentamos dar lo mejor de nosotros mismos. ¿Acaso nos conformamos cuando no tenemos nada diferente o cuando sentimos que vamos de carril? A veces, el inconformismo da frutos. Otras veces no, pero por lo menos lo intentamos.
En el libro retratas una edad de oro del periodismo que muchos no hemos conocido: los grandes sueldos, los enormes presupuestos para investigar… El otro día, en la reunión de portada, te sorprendías del titular de una entrevista a no recuerdo quién. Decía: “Para ser periodista hay que comer mierda diez años”. Te indignaste. Te pareció una barbaridad, una sorpresa.
Cuando yo empecé, al final del franquismo, el periodista era poco menos que el atrezo de la vida social del régimen. Luego, con la llegada de la democracia, empezamos a cumplir un papel mucho más importante. En Estados Unidos había ocurrido lo del Watergate. El papel de la prensa aumentó extraordinariamente. Se incrementaron los sueldos, se abrió la competencia, los medios se disputaban a sus estrellas, proliferaban los grandes columnistas como Umbral, Campmany, Del Pozo…
En 2008, llegó la crisis de las subprime, que golpeó doblemente al sector. Cayó la publicidad y, por tanto, los ingresos. Además, surgió una nueva tecnología que permitía obtener gratis aquello por lo que siempre se había pagado. Todavía no nos hemos terminado de recuperar.
La tecnología.
Los problemas generados por la tecnología los estamos solucionando con tecnología. Podemos decir que casi todo depende otra vez de nosotros. Digo “casi” porque es más complejo que eso: están Google, Facebook, las redes sociales… Tocamos fondo, pero estamos remontando. Que pueda haber otra edad de oro de la prensa como la que mencionabas no es una quimera.
Quiero que le respondas a alguien que está muy cabreado con el devenir del periodismo.
José María tiene una percepción muy negativa de la evolución de la sociedad española en general. En cierto modo, es un eremita que ha decidido apartarse del mundo. Estaba en su plenitud cuando decidió dejar la radio. Desde entonces, es una voz que clama en el desierto.
"Que pueda haber otra edad de oro de la prensa no es una quimera"
Niego la mayor: es verdad que los medios tradicionales tienen una situación complicada por la rémora de las ediciones impresas, pero aun así el grupo Prisa tiene una capacidad de influencia y El País sigue siendo El País. ABC sigue siendo la referencia de la derecha. E hicimos tan bien El Mundo que no han conseguido destruirlo en estos años. El Confidencial está en beneficios, eldiario.es también. Y lo que nos importa: EL ESPAÑOL es rentable.
¿Y la libertad? ¿Qué pasa con la corrección política y la autocensura? Va la pregunta de otro colega al que conoces muy bien.
Hubo una regresión muy fuerte que nos llevó por delante a Pedro Cuartango, a Casimiro García-Abadillo y a mí, pero también al director de El País, al de La Vanguardia, al del Times, al de Le Monde, a la directora del New York Times…
Cuando llegó esa doble crisis de la que hablaba, se hundieron las cuentas de resultados y el negocio ya no fue vender noticias a los lectores, sino vender lectores al poder. Para eso no servíamos los directores-periodistas, sino los gerentes.
Tú ahora también te has convertido en gerente.
Soy como el médico a palos. Es verdad que he tenido que asumir la gestión empresarial del periódico, pero lo hago con gusto. Mi padre era empresario y siempre admiré su capacidad de integrar medios y fines. En un periódico digital hay tantos vasos comunicantes… Somos empresas tecnológicas. Es mucho más eficaz que el “editor” y el “publisher” sean la misma persona.
Ahora sí, buceemos en tu pasado. Después de leerte, me queda una incógnita: ¿de dónde salió eso de “Pedro J.”? ¿Quién te lo puso y por qué?
No estoy muy seguro. Creo que tuvo que ver con mi año en Estados Unidos, que fue el año del Watergate y que me dio la oportunidad de conocer a las grandes figuras de la prensa. Es tradición norteamericana que haya una inicial entre el nombre y el apellido.
Antes de irte, ¿cómo firmabas? ¿Pedro José Ramírez? ¿Pedro Ramírez?
Tendría que mirar mis primeros artículos de La Nueva Rioja o de El Norte Deportivo, aquel suplemento de Diario de Navarra.
En las memorias desvelas muchas cosas, pero ocultas que fuiste cronista de los partidos de Osasuna. Me parece una falta de respeto.
Bueno, es que son mis memorias como director. Hay un poquito de flashback, pero he tenido que dejar fuera muchas cosas previas a 1980. Guardo unos recuerdos extraordinarios de aquellas noches en la redacción de Diario de Navarra. Por cierto, me acuerdo de que ahí había alcohol y bocadillos de chistorra.
Algo estamos haciendo mal en EL ESPAÑOL.
Me gustó mucho seguir a Osasuna. Creo que fueron una o dos temporadas.
Te leo un fragmento del libro: “Desde muy pequeño tuve la sensación de que quienes me rodeaban en el colegio se fijaban en lo que yo decía o hacía”. Otro dato: “En la comunión, fui yo el encargado de decir aquello de ‘¿renunciáis a Satanás?’ (…) Todos iban de marinerito y yo de frac”. ¿Qué era lo que te hacía un niño diferente?
Siempre tuve un sentido individualista de la vida. No sé por qué. Quizá sea algo genético. No nací ni en una familia elitista ni vivía en un entorno sofisticado.
¿Te sentías más listo que los demás?
Más listo, no. Me sentía disconforme con lo que veía alrededor. Me sentía contestatario e incómodo con el mundo en el que había nacido. Quería que todo cambiara y contribuir a ello.
Cuando tenías veintitantos años y empezaste a despuntar en 'ABC', te proponían ser jefe de sección y tú lo rechazabas con una frase que, creo, te define bien: “O redactor o director”. Llevas cuarenta años de director.
Es verdad. Conseguí muy pronto que me dejaran hacer lo que tú haces ahora: trabajar como un reportero, escribir y tener un espacio de libertad. Tenía la sensación de que había mucho camino por delante. Estaba fascinado por las posibilidades de interrelación entre la literatura y el periodismo.
"Me echaron de los otros dos periódicos que dirigí porque había un jefe por encima; ahora eso no puede suceder"
Me ilusionaba mucho también poder dedicarme a la radio y a la televisión. Veía con respeto y admiración a aquellos compañeros que hacían labores de lo que conocemos como carpintería. Pero no me sentía atraído por eso. Pensaba que lo único que podía hacerme renunciar a ese margen de libertad personal era dirigir un periódico.
A estas alturas de la vida, ¿serías capaz de tener un jefe? ¡Llevas siendo director desde los 28! Estás acostumbrado a que tu palabra sea siempre la última.
Pero hasta que fundé EL ESPAÑOL siempre tuve a alguien por encima: el propietario del periódico. Me echaron de los otros dos periódicos que dirigí porque había un jefe. Ahora eso ya no puede suceder [es el propietario mayoritario de esta empresa].
Sólo nos queda recurrir a la violencia y cometer un magnicidio.
¡Sería heroico… si hubiera motivos! Pero creo que, hoy, los autores de ese asesinato quedaríais peor que los que acabaron con César.
¿El poder te ha hecho alguna vez perder la perspectiva? En el libro hay un momento tremendo. Le echas una bronca espantosa al presidente Zapatero… ¡por no asistir a la fiesta de 'El Mundo'! ¡Es que igual tenía que gobernar el país y por eso no pudo ir!
Todas las conversaciones que aparecen en el libro sucedieron en los términos en que se reproducen. Si era por teléfono, yo tomaba notas. Si no, en cuanto llegaba, apuntaba. Y con Zapatero, además, había una persona que transcribía nuestras charlas. José Luis concibe la democracia como una deliberación permanente y creía que lo que discutíamos tenía un valor.
No, pero es que eso no fue una discusión, fue una bronca tremenda que le echaste por no ir a la fiesta de 'El Mundo'.
Me sentí muy decepcionado porque nos dejó tirados en el último momento. Si cuatro días antes me hubiera dicho que no podía venir… Pero es que fue en el último instante.
Era el presidente del Gobierno.
Dejó de ir a la fiesta porque le montaron un encuentro con Cisneros [un empresario venezolano].
Y porque tuvo que asistir a una reunión sobre ETA y Batasuna.
Estaba muy enfadado con él porque había cambiado su línea en relación a la estrategia para dar estabilidad a la legislatura. Siempre he estado a favor de los grandes pactos entre PP y PSOE. Eso estaba bien encaminado, pero se cruzó una carta de Batasuna y Zapatero cambió de paradigma.
Pero lo que le dije fue: “Podías haber hecho acto de presencia. Vienes, te haces la foto y te vas”. Zapatero también me decía cosas muy rotundas y criticaba la línea del periódico. Hoy me dice: “Es impropio de un liberal como tú que defiendas que se le haya quitado el acta de diputado a Alberto Rodríguez”.
¿Y tú le respondes que es impropia de un socialdemócrata su postura sobre Venezuela?
Hemos hablado mucho sobre Venezuela. No estoy de acuerdo con lo que él está haciendo. Pero siempre que hemos hablado de eso, me he dado cuenta de que tenía un punto de vista que merecía la pena incorporar a mi manera de ver las cosas.
Mucha gente se preguntará: “Si lo de Venezuela fuera tan sencillo, ¿por qué no ha caído ya el régimen?”. Si Estados Unidos, Europa y todos los medios hemos reconocido a Guaidó como presidente encargado…
Hablábamos de tu forma de ejercer el mando. Escribes: “En una redacción no caben bicefalias ni poderes compartidos”. Hablas del director como “monarca absoluto”. Ya que tanto te gusta la Revolución Francesa, ¿no te parece mejor el símil de Robespierre?
De hecho, recuerdo la frase de su compañero de viaje y arcángel de la revolución, Saint Just, cuando votó a favor de la muerte de Luis XVI: “No se reina impunemente”. Es verdad que la acumulación de poder de un director de periódicos tiene muy pocos equivalentes.
Porque las decisiones tienen que tomarse en un lapso de tiempo muy corto y generan resultados ejecutivos en minutos. Dictas un titular y, segundos después, está en la web llegando a miles de personas. Por muy ecuánime y justo que intentes ser, siempre tus decisiones serán controvertidas y encontrarán enemistades.
A grandes rasgos existen dos tipos de directores: los que creen en la empatía y la cercanía como método más adecuado para sacar lo mejor del periodista; y los que creen en el terror como estrategia más eficaz. ¿Crees que das o has dado miedo a algunos de tus redactores?
A veces me sorprende cuando recibo ese feedback.
Entonces lo has recibido.
Sí. Creo, además, que si es así, han sido momentos en los que habré ejercido mis funciones de una manera desequilibrada. Hago mío el paradigma de Robespierre: “El terror sin la virtud es estéril, pero la virtud sin terror es impotente”. El director debe transmitir seguridad, determinación, convencimiento y coherencia. Pero al mismo tiempo debe ser capaz de generar un trabajo coral y una labor en equipo. Eso, al final, es lo que hace grande a una redacción.
En tu forma de ejercer el poder, ¿te ha servido el teatro? Te cuento una anécdota: una vez, al poco de llegar, me echaste una bronca de mil pares. Me quedé acojonado, pero Ferrer Molina, que trabaja contigo desde hace mil años me dijo: “Tranquilo, está cabreado, pero hay parte de teatro, a veces actúa para transmitir mejor su mensaje”.
Pero, ¿la bronca estaba justificada?
Probablemente.
No, no. ¿Cómo que probablemente? ¿Estaba justificada?
Todo es discutible. Era una cuestión nimia. No se me ha olvidado. Tenías razón a medias.
En cuanto a lo del teatro: titulé mi trabajo final de carrera “Hacia un teatro informativo”. Discurría sobre la similitud en la estructura comunicativa entre el hecho dramático y el hecho informativo. Es un territorio en el que hay que mantenerse siempre alejado de la tentación de manipular. La regla de oro es: la realidad tiene suficientes elementos dramáticos como para contar una buena historia verdadera.
Pero lo decía por tus actuaciones: hemos hablado de las broncas, pero también valdría para tus discursos en la redacción. ¿Tienes la sensación de que te sirve el teatro?
Transmitir emociones, cuando las cosas van bien como cuando van mal, es parte del trabajo de un director de periódicos.
Una curiosidad: a los 28 años ya eras un director de periódico con chófer. Has tenido siempre chófer. ¿Tienes carné de conducir?
¡Pero me lo pusieron porque no sabía conducir!
¿Y hoy sabes conducir?
No. Había conducido antes. Mira, la última vez que llevé un vehículo a motor…
¡¿Vehículo a motor?! Dios santo.
Fue en el año 1974. En Annville, Pensilvania.
¿Me estás tomando el pelo o es verdad?
Es verdad. Yo tenía carné en esa época en España, pero luego nunca lo renové. El director del departamento de literatura extranjera donde yo daba clases tenía dos coches. Me pidió que le llevara uno a su garaje. Además, era automático. Me lo explicó todo más o menos bien. Pero se le olvidó un pequeño detalle: decirme cuál era el botón del limpiaparabrisas.
Apenas comenzado el recorrido, empezó a llover. Había mucha oscuridad. Yo seguía unos faros en medio de la lluvia… –los del otro coche que conducía el profesor por delante–. Lo pasé muy mal. No conduzco porque me distraigo mucho. Tendría accidentes constantemente. No puedo concentrarme en algo material porque siempre se me pasan cosas por la cabeza.
Eso te habrá obligado a perder cierto contacto con la calle. ¿Recuerdas el programa en el que preguntaron a Zapatero cuánto valía un café? ¿Tú sabrías decirme lo que vale una barra de pan o un billete de metro?
Tengo una anécdota mucho más elocuente. Eso que me preguntas es demasiado tópico.
Pero no me quieres contestar por si acaso.
No, no, te contesto con algo que va a ir todavía más en mi contra. Cuando conocí a Cruz, empezamos a dar paseos urbanos. Hubo un día en que, cruzando un paso de peatones, le pregunté: “Oye, ¿y esos pajaritos que cantan? ¿Eso qué es?”. Cruz me dijo: “Pero, ¿cómo que esto que es? Todos los semáforos tienen ese sonido”.
Pero, Pedro, ¡eso es propio de alguien que prácticamente no sale a la calle!
La verdad es que yo llevaba muchos años sin cruzar un semáforo –se ríe–.
Alguien que, seguro, se compadece de tu respuesta anterior quiere preguntarte algo.
Llegarían a la final Churchill y Luther King. Pero pediría ser Bobby Kennedy. Me parece que Churchill tenía esa capacidad de liderazgo. Era brillante e ingenioso. Luther King era un idealista que encarnó un movimiento de protesta y rebelión.
Pero siempre me quedaré con la idea de que hubo un proyecto para la sociedad norteamericana, el de Bobby Kennedy, que se truncó en las primarias de 1968 el día en que fue asesinado en aquella cocina del hotel. Admiro mucho, por supuesto, a Zambrano y a Picasso, pero yo no soy un creador. Sería incapaz de escribir una buena novela.
¿No tienes nada inédito escrito? ¿Poesía o novela?
No. Bueno, algún texto poético adolescente.
¿No escribes siquiera cartas de amor, como te preguntó Jesús Quintero?
Ahora ya no necesitan el soporte material. Tendría más capacidad en estos momentos para eso. Mis referencias históricas son Ben Bradlee e Indro Montanelli, que escribía historia como nadie. Fueron resilientes antes de que se pusiera de moda la palabra. Creo que yo también he sido resiliente.
Vamos a la política, a tus tentaciones: te ofrecieron puestos tanto en UCD como en el CDS de Adolfo Suárez. ¿Te lo pensaste?
Pero lo de Adolfo fue cuando ya estaba muy fuera. Solo me lo pensé durante diez minutos, diez días o diez semanas, pero cuando el ofrecimiento fue de Joaquín Garrigues [ministro de Suárez], al comienzo de la Transición. No me costó nada resistir la tentación.
"No me costó nada resistir la tentación cuando me ofrecieron entrar en política"
Siempre pensé que, desde el periodismo, se podía contribuir de manera más eficaz a mejorar la sociedad. Montanelli me dijo: “No se puede ejercer el periodismo teniendo en el bolsillo el carné de un partido”.
Cuando Cayetana Álvarez de Toledo era tu redactora y te dijo que dejaba el periodismo para irse al PP, tú le respondiste: “El periodismo es política sin responsabilidad”.
Seguro que lo hice citando al autor de esa frase, que es José María Aznar. Se la escuché hablando de la memoria de su abuelo. También utilizaba un símil un poco chusco: “El único polvo sin consecuencias es el polvo editorial”.
En el periodismo eres menos prisionero de tus palabras. La evolución de la realidad te permite ir cambiando en función de los elementos que vas conociendo. El lector no se sorprende de que un periodista le diga: “He descubierto que lo que dije ayer no era así”. El lector espera que un periódico le cuente lo que va sucediendo.
Pero del político, la gente espera una especie de empecinamiento y una continuidad berroqueña en torno a unas fantasías compartidas. ¿Has visto el chiste que circula por ahí? Un señor que dice: “Pero, ¿cómo va a ser mentira si es lo que yo pienso?”.
¿Tú haces política con el periodismo?
Creo que no. El periodismo influye en la política, pero son dos cosas distintas.
Como imaginaba que me ibas a responder que “no”, he encontrado estas pruebas de lo contrario en tus memorias, son sólo tres entre muchas:
“La ilegalización de HB la pusimos en 'El Mundo' sobre la mesa. Aznar me dio a entender que algo parecido empezaba a rondarle la cabeza”.
“La tercera visita de Rajoy a La Moncloa había ido como la seda. Y yo también había intermediado entre Zapatero y él para que anunciaran un acuerdo en un gran asunto de Estado”.
Sobre el Tamayazo: “Como el PSOE también desarrollaba su propia investigación, decidimos aunar esfuerzos y poner en común lo que averiguaba cada uno”.
¿Todo esto no es hacer política?
Empezando por lo del Tamayazo, eso fue utilizar en favor del periodismo lo que descubría un partido político para contrastarlo con nuestras averiguaciones. Yo quería contar lo que había pasado, no dar una baza política al PSOE. Por cierto, siempre me pesará, aunque no es la mayor de mis frustraciones, no haberme enterado de lo que ocurrió exactamente. Sobre lo de Rajoy y Zapatero: era lo que el periódico defendía, los grandes acuerdos.
El verbo es clave: “Intermediar”. Eso es hacer política.
Bueno, eso es, en definitiva, contribuir a que dos personas, en un determinado momento, se entiendan [sonríe]. La posición de EL ESPAÑOL es la misma: buscar los grandes acuerdos de Estado. Es una tragedia para España que Sánchez y Casado no se pongan de acuerdo en nada. Yo nunca aceptaría un cargo político. Otros compañeros sí lo han hecho. Yo jamás pasaré del periodismo a la política, pero si desde el periodismo se puede influir en la política… claro que sí.
Estamos en los años ochenta. 'Diario 16' se convierte en el órgano oficioso de La Movida. ¿Cuál fue tu relación con La Movida? ¿Salías mucho por la noche? ¿Te divertías? ¿Perdías el control?
Tenía mucha relación con los personajes que, en aquel momento, protagonizaban la vanguardia cultural. Diario 16 era un periódico con unos suplementos culturales muy potentes: primero Disidencias, luego Culturas. Marcaron una época. Tenía mucha relación con los escritores, cantantes, actores, cineastas…
Me han dicho compañeros tuyos de aquellos años que tenías éxito con las mujeres. ¿A qué se debe? ¿Te funcionaba la erótica del poder? En el libro dices haber asistido a fiestas y conciertos con las musas de aquellos años: Victoria Vera y Ana Obregón.
Todo eso era episódico y circunstancial. No tengo esa sensación. El periódico tenía un papel de referencia y eso generaba relaciones personales, pero eran amistades, nada más.
Una persona que te conoció mucho entonces quiere hacerte una pregunta personal.
¡Coño, Iñaki! Eres la segunda persona que me lo pregunta. Primero lo hizo Zapatero. Aunque Iñaki tiene mucha más autoridad para preguntármelo porque me conoce desde hace muchísimo más tiempo. Hemos compartido un montón de tertulias y de intimidad personal.
Lo conozco casi desde el momento en que me nombraron director de periódico. Una de mis personas más cercanas en Diario 16, Lola Carretero, era la novia de Iñaki y luego su mujer. Todavía lo recuerdo en una fiesta sorpresa, en mi casa, ¡cuando cumplí treinta años! Entré y me dieron un susto. Uno era Iñaki.
"La última vez que lloré fue escuchando la canción sobre el 11-M de La Oreja de Van Gogh"
A Zapatero le respondí: “No lo sé”. Lo mismo le digo hoy a Iñaki: “Es que no lo sé”. Es algo tan complejo, hay tantas simplificaciones respecto a la identificación de la divinidad que tengo muchas más dudas que certezas. Me dan envidia tanto los creyentes como los ateos. Yo no lo tengo claro.
Aprovechando el clima de introspección creado por el maestro Iñaki, te pregunto: siendo adulto, ¿cuántas veces has llorado y por qué?
Unas cuantas. La última, si no recuerdo mal, fue hace no mucho, cuando me pusieron la canción sobre el 11-M [se refiere a un tema de La Oreja de Van Gogh]; esa en la que dos jóvenes se ven en la distancia y, cuando se van a declarar su amor, estalla la bomba del tren. No pude evitar las lágrimas.
Tus momentos más duros como director quizá fueran los asesinatos de José Luis López de Lacalle, Julio Fuentes y Julio Anguita Parrado.
Sí. No recuerdo si las lágrimas rodaron por mis mejillas o tuve que tragármelas hacia dentro, pero fueron tres momentos muy dolorosos. El asesinato de López de Lacalle tuvo además el punto de vileza de la justificación política de Otegi y del oportunismo del obispo Uriarte, que pidió el acercamiento de los presos durante el funeral, con el cadáver de nuestro compañero presente.
El asesinato de Julio Fuentes, del que se acaban de cumplir veinte años, queda, igual que el de Julio Anguita Parrado, como un hito. Nuestros dos grandes reporteros con aquel sentido tan fuerte de la vocación… Murieron para contarlo. Hay algo muy antinatural en recoger el féretro de un enviado especial en un país lejano; es como un padre que entierra a su hijo.
En el caso de Anguita Parrado con aquel componente personal: tenías una relación muy estrecha con su padre.
Sí. Primero, cuando le di la noticia por teléfono y, después, yendo a Córdoba a darle el pésame. Tuvimos esa conversación que queda reflejada en el libro, que refleja muy bien la categoría humana de Anguita, capaz de hacer una reflexión geopolítica en ese momento. Y no porque no quisiera a su hijo con locura, pero era consciente de la trascendencia política de lo que había ocurrido.
El diálogo sobre el Macguffin, el señuelo, el espantapájaros que se agitó para justificar la entrada de España en la guerra: las armas de destrucción masiva. El elemento de distracción. “Han matado a mi hijo por un Mcguffin”.
Quisiera que este libro fuera un homenaje al periodismo. Así lo he escrito. Y que los jóvenes se sintieran inspirados por el ejemplo de los dos Julios, de López de Lacalle, de Melchor Miralles, de Cerdán y Rubio, Fernando Múgica, Fernando Lázaro y tantos otros. Creo que el ejercicio del periodismo es la manera más digna de vivir y consumir el tiempo que tenemos en este mundo. La antorcha debe ir pasando de manos. Esa es la esperanza. Que los méritos del ayer inspiren las gestas del mañana.
Ya que has mencionado el 11-M: siempre dices que el caso no está cerrado, que no sabemos lo que ocurrió. ¿Sigues apuntando a la intervención de ETA en la masacre?
No. De hecho, en el libro cuento que yo quité la palabra “ETA” del título de la edición extra de El Mundo. Aznar nos llamó a varios directores para decirnos que estaba convencido de que había sido ETA. Yo lo conocía mucho y, cuando le escuché, vi que no tenía elementos materiales y que estaba sumido en una especie de niebla.
Después apareció la tesis de Felipe González: una joint venture entre los islamistas y ETA. Yo no descarto que pudiera haber alguna colaboración logística, de carácter muy lateral entre las dos organizaciones. Pero la operativa del 11-M no fue un trabajo ni del comando de Leganés ni de los etarras. Por eso seguimos sin saber quién decidió organizar la masacre ni cuál fue el mecanismo de comunicación con los autores materiales. Ni siquiera se identificó a todos los autores materiales. Quién puso qué explosivo en qué tren.
Volviendo al plano personal en el que estábamos: ahora te va a preguntar la persona que mejor te conoce: tu secretaria de toda la vida.
Me cuesta pensar, es difícil elegir así ahora… Quizá lo más divertido ocurriera en la universidad, cuando organizábamos aquellas gincanas. Era una especie de competición para buscar pistas por el casco urbano de Pamplona que resolvieran un enigma. Era por vehículos y nos desplazábamos colectivamente. Sobre lo de 'tierra trágame' no lo he pensando nunca, pero a lo mejor estuve muy cerca cuando jugaba al baloncesto en el Plumillas y en algún partido metía 1 de 10 intentos en triples.
Una cuestión sobre el 23-F: durante el juicio, el presidente Calvo-Sotelo os pidió “actitud constructiva”, es decir, “autocensura”, a los directores de los grandes periódicos. ¿Se os pidió algo parecido en relación a los escándalos del Rey Juan Carlos? Mira quién y cómo te lo pregunta.
Ninguna. Hace poco tiempo, La Sexta nos preguntó a algunos directores por cómo nos comportamos en relación a Juan Carlos I. La actitud de Diario 16 primero y de El Mundo después fue diferente a la de otros medios.
Pero, ¿te pidieron que no publicaras cosas sobre el Rey antes de que todo se destapara? ¿Lo hizo algún presidente?
A mí me dieron muy pronto por imposible. Me dejaron de pedir cosas los presidentes. Con Felipe González, la comunicación se rompió muy pronto. Aznar cambió de actitud radicalmente, no protegía a Juan Carlos. No promovía las investigaciones, pero jamás le escuché pedir discreción.
¿Y Suárez?
Como director de periódico le traté poco. Lo que sé es que, en mis dos destituciones, Juan Carlos de Borbón tuvo un papel muy destacado. El Mundo fue quien entrevistó a Corinna, habíamos investigado cosas sobre el fondo hispano-saudí, etcétera.
Nuestra posición quedó clara cuando, en 1992, publicamos que el Rey firmó una ley sin estar en España. Meses después, revelamos que estuvo en Suiza con su amiga Marta Gayá.
"Juan Carlos me dijo que tenía derecho a su vida privada, pero le respondí que era el único español sin ese derecho"
Tuve cierta relación con Juan Carlos. Él trató de cultivarla en algunos momentos. En una de esas reuniones, me dijo: “Yo también tengo derecho a mi vida privada”. No tardé en contestarle ni un segundo: “El único español que no puede decir eso es Su Majestad. La esencia de la monarquía, que es la representatividad, reside precisamente en la conducta personal”.
Hablemos de tu némesis, Felipe González: vuestra relación, queda claro en las memorias, era buenísima. Había muchísima complicidad. Incluso fue tu fuente en algunas informaciones. Le metes un golpe bajo: dices que en la campaña de 1982 Felipe contaba “chistes de mariquitas” y que a ti eso te incomodaba.
Sí, pero al mismo tiempo me parecía el tono de la época. Yo no me sentía cómodo con aquella España. Lo reflejo en otros pasajes. Cuando me expulsaron del juicio del 23-F, me dijeron: “¡Esto es España, no Boston!”. Yo quería que España se pareciera a Boston. Una sociedad más cívica y respetuosa con la diversidad. Menos zafia, menos grosera.
Lo singular era que quien contaba esos chistes era el candidato a la presidencia del Gobierno que se declaraba progresista. Pero es que Felipe tenía mucho más que ver con el franquismo de lo que estaba dispuesto a admitir.
Él te decía: “Eres el único periodista inteligente de derechas que conozco”. Tú le respondías: “El tiempo demostrará que el de derechas eres tú”. ¿Te parece hoy de derechas Felipe González?
Hay muchos lectores del PSOE que, al leer ese pasaje, pensarán: “Pedro J. tenía razón”.
Pero tú qué piensas.
Desde el primer momento había en él una pulsión conservadora. Pero tenía una ambición de poder muy grande. En nuestra relación fue determinante la última entrevista que le hice, a finales de 1986. El titular fue: “La dosis de cambio ya ha sido suficiente”. ¡Si no había completado ni una legislatura! ¡Si España era un país extraordinariamente atrasado!
"Desde el primer momento hubo una pulsión conservadora en Felipe González"
La democracia no había entrado en los estamentos de la vida española. En esa entrevista hubo un diálogo muy interesante sobre mesianismo, dictadura, carisma… Decía: “He renunciado a mi libertad para que vosotros tengáis la vuestra”. Todo eso le retrata muy bien.
“Mira, lo único que tenemos que negociar con ETA es que, si ellos dejan de matarnos a nosotros, nosotros dejaremos de matarlos a ellos”, dices que te dijo Felipe González en el Congreso. ¿Tú no tienes hoy ninguna duda de que es el señor X y creador de los GAL?
Pero ni yo ni ningún ciudadano con una mínima capacidad de juicio. Esa escena que comentas sucedió mucho antes de que descubriéramos las pruebas. Fue en diciembre de 1987, faltaban once años para que el Tribunal Supremo condenara a su ministro del Interior y a su secretario de Estado de la Seguridad por el secuestro de una persona utilizando medios públicos para ello.
¿Alguien es capaz de imaginar que un ministro del Interior puede secuestrar a un ciudadano sin que el presidente lo sepa? ¿Alguien es capaz de imaginar que Interior puede crear una estructura para cometer asesinatos sin que el presidente lo sepa? Es imposible.
Algunos de sus colaboradores de esa época, como Ricardo García Damborenea, dijeron haber estado en reuniones con Felipe donde eso se montó. No hay otra hipótesis plausible.
Alguien a quien perseguiste en ese tiempo quiere preguntarte algo.
A Amedo le gustaba mucho el casino. Una de las primeras pistas que dejó fue esta: en Portugal, jugaba a la ruleta y se registraba con el alias de Genaro Gallego Galindo. GAL. Era como de la Pantera Rosa. ¿Qué me jugué yo? Me echaron de un periódico por publicar que él formaba parte de la estructura de los GAL. Quien salió en su defensa fue el presidente: “La democracia se defiende en las alcantarillas”. Porque González gestionaba las alcantarillas.
Calificas lo del montaje del vídeo sexual como “el último atentado de los GAL”.
Fue una expresión de Antonio Herrero. Creo que la sentencia del Tribunal Supremo le dio la razón. Estableció que aquel montaje fue el producto de un grupo de personas vinculadas a los GAL que pretendía alterar la línea informativa de El Mundo.
En el libro haces un relato muy, muy detallado del episodio. Probablemente sea el intento de asesinato civil más cruel cometido por el poder contra un periodista en una democracia occidental.
La vileza y la infamia consistió en utilizar algo que tenía que ver con el ámbito de la vida íntima y sexual para tratar de desacreditar a un periodista. Para mí, los días más duros fueron los que transcurrieron desde que se difundió el vídeo hasta que descubrimos la verdad.
Claro, porque pudo darse el caso de que no hubierais llegado a descubrir la verdad.
Era un acontecimiento de enorme repercusión social y había que averiguarlo. Pedí a la redacción que lo investigaran como si se tratara de otra persona. El porqué y el para qué. El mérito fue del periodismo de investigación, en este caso de Rubio y Cerdán, que descubrieron a las personas implicadas, entre ellas Ángel Patón, asistente personal de Felipe González, que había tenido despacho a veinte metros del suyo; el hombre que había hecho de enlace entre La Moncloa y el Cesid.
Había buscado él la financiación.
Sí, había estado presente en la entrega del dinero, había alquilado el piso donde se alojaba aquella mujer. La investigación acabó con los condenados que ya conocemos, vinculados al felipismo; y llevó al banquillo de los acusados a Rafael Vera, el número dos de Interior. Luego fue absuelto. El tribunal dijo que había un juicio de probabilidad y no de certeza. Me parece bien, son las reglas. Pero antes de ser absuelto, dijo que había personas de más alto rango implicadas. Sólo podían ser un ministro, un vicepresidente o un presidente.
"En el diario de la mujer que utilizaron para tenderme la trampa, aparece una y otra vez el nombre de Felipe González"
En el diario de la mujer que utilizaron para tenderme la trampa, aparece una y otra vez el nombre de Felipe González. Se refería a él como la persona que impulsaba la difusión del vídeo. Ella actuaba como testigo de referencia porque eran otros, Patón y Sánchez Cantalejo [el que grabó desde el armario], quienes le decían que habían estado con Felipe.
Luego está lo del libro de Manglano, de Fernández-Miranda y Chicote.
Me ha impresionado mucho encontrar en ese libro que el entonces director del Cesid anotó a las once de la mañana del 1 de septiembre de 1997 que hubo una persona que le contó la existencia de ese vídeo y que se estaba intentando distribuir. Esa persona era Felipe González. Eso fue un mes antes de que yo mismo me enterara.
Refieres la presunta participación de González como “altamente probable”. Lees hasta ahí.
El libro ofrece estos elementos de juicio y hay otro testigo que, desde la tumba, ha aportado un elemento que lo corrobora. Es muy relevante que González le contara eso a Manglano. Demuestra que él lo sabía mucho antes que los demás. Incluso antes que yo.
Javier Cercas suele hablar del “pequeño Madrid del poder”. Porque, efectivamente, el Madrid del poder es muy pequeño. ¿Os habéis cruzado González y tú? ¿Habéis hablado alguna vez desde entonces?
No ha habido ocasión. Yo no tengo ninguna cuenta pendiente con él. En el momento que hubo una sentencia sobre aquello, me sentí reafirmado, respaldado por el Estado de Derecho y me olvidé de ese asunto. No es más que una peripecia tan singular como la entrevista con la dirección de ETA o tantas otras. Creo que él sigue con una obsesión y no pierde oportunidad para mantener encendida la llama de su enemistad hacia mí.
Antes hablabas de “resiliencia”, ¿cómo aguantaste psicológicamente? Una vez difundido el vídeo entre miles de personas, cualquier otro se podría haber ido del país, haber dejado el periodismo o haberse arrojado por la ventana.
Pero, ¿qué alternativa tenía? Se equivocaron de persona y se equivocaron de país. Igual alguna noche tuve que tomarme una pastilla para dormir. Fueron jodidos, como te contaba, los días en los que yo sabía que todo tenía la pinta de ser un montaje, pero no podíamos demostrarlo.
Todo apuntaba al entorno de Felipe. Fue muy poco después de que dijera que Aznar, Anguita y yo éramos “la misma mierda”. Él seguía exhibiendo portadas de El Mundo desaforadamente hablando de “Pedro Jeta”. Todo parecía ir en esa dirección, pero nos costó demostrarlo.
Me acuerdo un día en que teníamos el nombre de Ángel Patón y yo asistí a un acto donde me encontré con Pepe Oneto, que había sido director de Cambio 16, una gran figura del periodismo de la Transición. Le dije: “Oye, ¿te suena este nombre?”. Me respondió: “Es un hombre de Felipe. Estaba en La Moncloa”. Me explicó sus funciones. Se me abrieron los cielos. Empezó a encajar el rompecabezas.
Es increíble que, pasado el tiempo, lo cuentas incluso con ironía: por ejemplo, “fue duro comentar el contenido con alguien tan conservador como el ministro Jaime Mayor Oreja”.
Tengo que decir que, cuando le conté a Jaime Mayor lo del vídeo, reaccionó como cualquier español desearía que reaccionara un ministro del Interior en democracia. Nunca hemos vuelto a hablar de aquello.
En el libro haces una nueva revelación: cuentas cómo se negoció con Antena 3 para emitir el vídeo y que, entre otros motivos, no se hizo por “la mala calidad”. ¡Incluso dices que ofrecieron a la mujer volver a grabar otro!
Los implicados estaban empeñados en que su infamia saliera adelante como fuera. Acudí aquel día a esa cita, pero no se podía repetir si lo intentaban, era imposible. El momento clave, cuando todo quedó en evidencia, fue el careo entre ella y yo en el juicio. Le pregunté: “¿A qué teléfono me llamaba?”. Contestó que a la centralita del periódico.
A ver qué respondes a esta pregunta que me traslada el que más sabe de los GAL.
Se lo preguntaría también a Melchor, porque ha tratado con unos cuantos facinerosos. Igual que yo. Algunos de los peores los tratamos juntos o por los mismos motivos. Una persona especialmente inmoral y sustancialmente malvada fue Rafael Vera.
Antes de que tu relación con el grupo Prisa se tornara tormentosa, cuentas que Cebrián y Polanco intentaron ficharte. Tú dices que la idea era ponerte a dirigir la revista 'El Globo' para luego convertirte en serio candidato a dirigir 'El País'. A mí Cebrián me contó lo primero, pero no me dijo lo de la sucesión. ¿Es una deducción tuya o te lo dijeron literalmente?
Eso me explicaron ese día. Era verosímil porque Cebrián dejó de ser director muy poco después, tal y como me anunció ese día. Me producía desconfianza pensar que alguien pudiera estar dispuesto a dejar de ser director para ser gestor. Pudo más la contraoferta de Diario 16 y su presión emocional. Si hubiera dirigido El País, habría sido muy distinto a como lo ha sido.
Antes has dicho que no crees en Dios, lo que está claro es que no crees en la jubilación. ¿Piensas dirigir un periódico hasta el día de tu muerte o tienes la intención de colgar los tirantes en algún momento?
Cuando cumplí cuarenta años como director, Cruz me hizo esa pregunta. Le respondí que espero seguir siendo director y que me haga esa pregunta otra vez dentro de diez años. Me quedan ocho y medio por delante.
Nos vas a enterrar a todos. ¿Tienes escrito tu obituario?
No.
¿Quién te gustaría que lo escribiera? Es muy peligroso dejar eso al albur de los acontecimientos.
Si os reunís Lucía Méndez, Melchor Miralles y tú, estoy seguro de que podríais reconstruir un retrato bastante fiel del director de periódicos que he sido.
Gracias por el desnudo, Pedro, en todos los sentidos.
Gracias a vosotros.