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***Entrevistadores invitados: Luis María Anson, José María García, Juan Luis Cebrián y Pedro J. Ramírez.
De niño, lo atropelló un coche. Parecía que estaba muerto. Su madre prometió rozarlo con el manto de la virgen de El Pilar si sobrevivía. Rozó. De muy mayor, tuvo un accidente de tráfico. Parecía que no iba a volver a andar. El médico le preguntó: "¿Es usted tenaz?". Y anda. Varios kilómetros cada mañana.
La vida de este milagro de la biología –él dirá que del cielo– podría escribirse continuamente de esta manera. Otro ejemplo, ya periodístico. Manuel Fraga, temible ministro de Información, le amenazó: "Mientras yo esté aquí, usted no volverá a dirigir un periódico. ¡Por encima de mi cadáver!". Fraga se fue y este hombre dirigía ABC, carambola del destino, cuando murió Franco.
Se llama José Luis Cebrián Boné (Barcelona, 1933). Es el último gran director de periódicos del franquismo. El último, se entiende, con vida. Un dato que no es estupidez ni reiteración. Cuando hallamos a esta exclusiva del tiempo, hombre de americana y bufanda pese a estar en su casa, algunos veteranos dicen: "¡Cebrián Bone! ¡Personaje irrepetible! ¿Está vivo? ¿Tiene bien la cabeza?".
"Pase, pase. Adelante. No tenga apuro en decírmelo. ¡A mi también me sorprende!", saluda. Cebrián Boné, de timbre agudo, sigue conservando su concisión al borde de los noventa. La concisión se pierde con la edad, pero no parece que ocurra en los directores de periódico, que siempre tienen prisa. Siempre tienen que resolver varias conversaciones al mismo tiempo.
No fue éste un director cualquiera. Ya lo fue con 24 años de un regional de Valladolid. El régimen le cortó la cabeza. Después capitaneó El Alcázar, que convirtió en un éxito para estudiar en las facultades. Si El País y El Mundo –datos aproximados– pasaron de los 100.000 a los 300.000 ejemplares de tirada en cinco años, aquel diario nacido en la fortaleza toledada pasó de los 25.000 a los 140.000 también en un lustro.
La cuestión aquí es el cómo: todavía en tiempo de una censura férrea, Cebrián Boné tuvo que fiarlo todo a la "creatividad". Vean: un pirómano empieza a prender fuego a todo Madrid. Incluso a tres cuadros del Museo del Prado. El Alcázar lo encuentra antes que la policía, lo entrevista y lo saca en portada... ¡leyendo El Alcázar!
Tres astronautas norteamericanos llegan a la luna. El Alcázar titula "Los Ole-Astronautas" y los saca vestidos de toreros. La imagen llega a la Nasa, que compra un porrón de ejemplares. En su visita a España, Armstrong y compañía sólo atienden a este medio, que les obsequió con tres trajes de luces. Y así sucesivamente. Reportaje tras reportaje.
Un día se pegó un batacazo imperdonable –Cebrían Boné tiene una virtud muy valiosa y es que dice lo que pensaba en cada momento de la Historia, sin tratar de reconstruirse a sí mismo desde el presente–: orquestó una campaña atroz contra los Beatles. Sí, lo hizo. Deseó su fracaso musical e intentó alejarlos de sus lectores. "Son sólo cuatro amigos que entienden de dinero, que se creen semidioses". I want to hold your hand, don José Luis –nos estrechamos la mano–.
Cebrián Boné recuerda mil y una anécdotas como éstas ya sentado en un sillón. Guarda más de setecientas fichas personales. Una por cada periodista que ha dirigido. Maestro de Pedro J. Ramírez, Pilar Urbano, Antonio Herrero, Jesús Hermida... Todos ellos vieron en él encapsulado el tópico de Kapusckinski: "Buen periodista y buena persona".
En la mesa, los recortes. Y un periódico entero. La edición de ABC de aquel noviembre de 1975: "Franco ha muerto". Lo que le ocurrió en este diario supera cualquier novela de intriga periodística, ahora tan de moda. La redacción votó en su contra antes de ser nombrado director y la propiedad le montó una suerte de Consejo de vigilancia.
Habla el último de su especie. Sólo él sabe cómo se dirigen dos grandes periódicos de tirada nacional en una dictadura. Y un reclamo que luego desvelaremos: ¿cómo dirigía en aquella época un numerario del Opus Dei si los numerarios del Opus Dei no podían asistir a espectáculos públicos?
Debajo del chaleco, Cebrián Boné tiene muchas cicatrices de la censura. Lleva la cremallera hasta arriba, como si las tapara. Les resta importancia. "Con los materiales que había, construíamos. No era tan dramático". Hablamos de yesterday. Del ayer en el espejo de hoy. Lo hemos encontrado. "¿Pero está vivo Cebrián Boné?". Extraordinariamente vivo.
¿Cómo se dirige un periódico cuando no se puede contar la verdad?
Eso no sería dirigir. No hay director de periódicos que no quiera contar la verdad. ¡Y la verdad completa! Aunque escueza.
Por eso le preguntaba: ¿qué ocurre cuando ese camino está bloqueado?
Es una equivocación plantear el franquismo como si se hubiese cortado todo tipo de conexión entre los periódicos, la verdad y los lectores. Eso no fue así. Había una serie de temas en los que la censura cortaba. Pero el periodismo es mucho más que la política. Muchísimo más. Claro que se podía hacer periodismo, si es lo que usted pregunta. Bien es cierto que hasta 1966 [se promulgó una Ley de Prensa], la censura fue horrenda.
Pero esa conexión periódicos-verdad-lectores se rompía en los asuntos sustanciales, como por ejemplo la vigilancia del poder.
El periodismo no es sólo la fiscalización del poder. Es informar de lo que pasa. En nacional, internacional, interés humano, cultura, deporte… Las costumbres, los acontecimientos y los sucesos influyen mucho en la sociedad. Un director de periódicos debe ser honesto, contar la realidad con naturalidad y formar equipos con capacidad de absorción de esa realidad.
Ya sabe usted por qué se lo preguntaba.
Sí, sí, le entiendo, pero es que no había un complejo. No estábamos todo el día aherrojados. La actitud era: "Nosotros hacemos, ya lo cortará la censura". Podía haber más o menos persecución, pero no era una cosa tan dramática. Yo empecé a dirigir periódicos en 1957. Tenía 24 años. Encabecé un diario en Valladolid. El lector esperaba que le informáramos. “¡Es que hay censura!”. Bueno, pues muy bien, hagamos todo lo que podamos.
Me deja usted perplejo. Dice que no era tan dramático. Ha mencionado aquel diario de Valladolid que usted dirigió. Bueno, pues el régimen le cortó la cabeza porque no gustaba lo que usted hacía. Años después, le cerraron 'El Alcázar' por ser “demasiado aperturista”.
Yo quería transmitir a la gente ese deseo de aperturismo. Era algo que estaba en la calle. Se veía, se olía. “Oye, la guerra ya ha pasado, está lejos. Tenemos que sumar entre todos”. Ese sentido común estaba ahí. Era mayoritario y honrado. En mi vida profesional, la columna vertebral fue siempre construir, nunca destruir. ¿Con qué materiales? Con los que había en cada momento.
Vivió la guerra de muy niño, es decir: soñó con ser periodista ya en dictadura. Los jóvenes de hoy se imaginan periodistas, por ejemplo, para tumbar gobiernos. Teniendo en cuenta la ausencia de libertad de entonces, ¿cuál era el encanto de la profesión? ¿Por qué se hacía uno periodista?
Primero, porque nos gustaba escribir. Después, porque era una profesión que nos permitía entrar en un contacto muy directo con la realidad. Y la realidad, amigo, es apasionante. Se suele hablar de “vocación periodística”. ¿Y eso qué es?
Usted dirá: ¿qué significaba entonces?
La pulsión de transmitir a los lectores algo que uno conoce. Yo jamás me planteé: “Quiero ser periodista, pero hay una dictadura”. Sinceramente, no. Estudiaba Derecho. Abrieron la Escuela de Periodismo en Barcelona. “Oye, ¿y si nos hacemos periodistas?”. Fuimos dos amigos, nos echaron la bronca porque se había acabado el plazo. Mi compañero renunció a la aventura.
Y usted volvió al año siguiente.
Yo regresé al año siguiente, sí. El periodismo me ha ayudado mucho. Ya no es sólo eso de “vocación periodística”; para mí, el periodismo es la vida. Sí, eso, la vida. También quería ser corresponsal en el extranjero. Tuve una experiencia muy buena en 1960, como redactor de La actualidad española.
¿Dónde?
Estuve en Naciones Unidas y eso me abrió el horizonte. ¡Como un gran angular de fotografía! De tener una visión controlada a ese gran angular. Kruschev, Eisenhower, Fidel Castro… Fue una experiencia formidable. Aparte, claro, del contacto con Nueva York.
¿Le dieron envidia las democracias?
No me lo planteaba en términos de envidia, sino de vida. Estaba allí haciendo mi trabajo, mandando mis crónicas…
Le propongo algo: imaginemos un día en el periódico a principios de los sesenta, cuando usted dirigía 'El Alcázar'. Reunión de temas, propuestas… Y la censura. ¿Cómo se establecía en la práctica esa censura? Me refiero a los años antes de la ley de 1966, antes de que se abriera un poco la mano.
Hacer el periódico era como respirar. ¡Pues respiras! El periódico se mandaba a la censura. El tío que estaba allí, de guardia, te podía recortar: “Este artículo no vale”. O… “Las líneas que van de la 17 a la 24, fuera”. Era tan minucioso que a veces resultaba ridículo. ¿Me enervaba? Sí. Lo que pasa es que la propia prudencia del director… No te levantabas todos los días y decías: “¡Voy a luchar contra el Gobierno!”.
"Había que saber torear a la censura. No era un toreo con alegría. A nadie le gusta que le echen abajo una portada"
Había entonces una gran autocensura previa.
Cuesta entenderlo desde el presente. Lo comprendo. Pero era mucho más natural de lo que pueda parecer. Existían temas de colisión. Ahí había que saber torear. No era un toreo con alegría. A nadie le gusta que le echen abajo una portada o un artículo. La Ley de Prensa de 1966 fue muy importante. Mejor dicho: pensamos en ese momento que lo sería.
Pero...
Pero luego hubo un freno. Era una situación extraña, resbaladiza. El problema era, sobre todo, técnico. Había que estar preparado por si te censuraban para poder meter en ese espacio otro contenido.
¿En qué términos se producían las llamadas del régimen a los directores de periódicos? ¿O había tanta autocensura que no eran necesarias?
Nos llegaban mensajes: “Esto va por ahí, tened cuidado con esto”. No era muy agobiante. Hombre, la censura es odiosa para un periodista, pero el ser humano se acostumbra a todo. Hasta el punto de llevarlo con naturalidad. Se ha generado hoy una especie de leyenda de brujas, cuevas y grutas. Nada. Lo que había era eso, censura. Te podían quitar dos artículos. Pues vale.
No, no, oiga: le podían quitar todo el periódico. Incluso cerrarlo. O expulsar al director. Le ocurrió a usted en las dos ocasiones mencionadas. Fraga, entonces ministro, le dijo: “No volverá usted a dirigir un periódico mientras yo esté aquí. Tendría que hacerlo por encima de mi cadáver”. Y cumplió con su palabra. Cuando dirigió 'ABC', Fraga ya no era ministro.
Eso fueron algunas batallas de más entidad, sí. En mi caso, porque practicamos insistentemente una línea editorial de aperturismo continuado. Asumimos el riesgo personal. ¿No era la de 1966 una Ley de “Libertad de Prensa”? Pues a ejercerla.
Usted era el director: antes de que actuara la censura oficial, ¿le tocaba ser censor?
No he tenido la sensación de ser censor en ningún momento. Hubo aciertos y desaciertos. Después de esos años tan pesados de los que hablamos, los de la censura antes de 1966, me empeñé en transmitir a la prensa el factor de la creatividad.
Es verdad que hubo creatividad: el propio 'Alcázar', 'Pueblo', 'Madrid'… Pero creatividad y dictadura, don José Luis, imagino que sería un matrimonio complicado.
La vida era muy rica. No era sólo la política. ¡No sabe, además, lo difícil que era hacer un periódico vespertino! Muy pocas horas de venta, las noticias de la mañana te podían arrasar lo que habías preparado para la tarde… Pueblo era muy bueno. Madrid, con su enfoque más político, también. En El Alcázar creo que lo hicimos bastante bien.
La censura, las dificultades... Todo, en el fondo, giraba en torno a un personaje: Franco, ¿no?
No se crea. No estábamos todo el día “Franco, Franco, Franco”, como si lo tuviéramos a dos palmos de la nariz. Era el jefe del Estado. Con bastante habilidad, fue rebajando las restricciones… Aunque de pronto había sorpresas, repentinos endurecimientos.
En aquella época, ¿temía o admiraba a Franco?
Temer, no. Admirar… tampoco. Consideraba que era un señor que había ganado la guerra y que aquello se estaba prolongando demasiado… Era una situación anómala. Entre muchos, sobre todo entre los jóvenes, intentábamos que el pueblo estuviese totalmente representado y que las Cortes no fueran una mera cuestión automática.
Ojo, creo que también hay que respetar a los políticos de entonces. Había que levantar a España después de una guerra. Yo, ahora, miro atrás y me doy cuenta de que no pensaba todo el tiempo en eso, en Franco. Vivía; y vivir es el reflejo del periodismo.
Disculpe mi ingenuidad, seguro que es un pecado de juventud: veo que no es su caso, pero sí el de muchos aquella época. ¿Se puede ser periodista y admirar a un dictador? Franco o cualquier otro.
No lo sé. Porque no tuve esa experiencia. Emilio Romero, por ejemplo, no admiraba a Franco como si fuese Dios. Competimos y hacíamos periodismo. Esos que usted menciona fueron casos que yo no tuve cerca. El país estaba en marcha y queríamos acelerar la apertura. Por ejemplo, la integración en Europa unió muchísimo a los españoles.
Conforme pasan los años y usted se hace mayor, ¿su recuerdo del franquismo mejora o empeora?
Cayó el franquismo. Fíjese, creo que el periodismo absorbe tanto que no te da tiempo, sobre la marcha, a hacer ese tipo de juicios. En ese momento, hubo una valoración global positiva de Franco. Yo estaba preocupado por informar cómo había muerto, qué pasaba, qué iba a venir, quién iba a gobernar.
Doy por hecho que lo conoció. ¿Cómo fue su relación con él?
Sí lo conocí, pero muy poco. Fuimos a entregarle el número 1.000 de La actualidad española. Le llevé una cosa simpática: un álbum del crecimiento de sus nietos. Él dijo: “Quiero decirles algo. Vienen con el número 1.000. Espero que nos reunamos en el 2.000”. No tuvimos más trato. Hombre, a los directores nos llegaban mensajes, pero no de él directamente.
¿Por ejemplo?
En La actualidad española, hicimos un coleccionable estupendo sobre la Guerra Civil. Una buena aventura periodística. El número 3 era sobre el momento del alzamiento. Me llamó el director general de Prensa: “Franco lo ha visto. Dice que no volváis a llamarles sublevados”. Pensé: “Nos pudo haber metido una cornada, pero se ve que le ha gustado”.
Que le gustara a Franco un coleccionable sobre la guerra no sé si es muy positivo desde el punto de vista periodístico.
Bueno, bueno –se ríe–. Ya verá, luego se lo enseño. Fue un especial de gran envergadura.
Recuerdo, de pequeño, las conversaciones que mantenía con mi bisabuela. Ella no sabía nada de las miserias de Franco, sólo conocía “bondades”. Y si había “maldades”, habían sido “necesarias” para “salvar a España”. A usted sí le ha dado tiempo a hacerse un retrato completo de Franco. ¿Le sorprendieron los episodios más oscuros o los imaginaba?
Iba sabiendo sobre la marcha. Sobre todo a través de los libros publicados en el extranjero. No era plato de buen gusto el lado negro de Franco.
"Cuando murió Franco, el primero que dio la noticia fue Antonio Herrero Losada, en Europa Press. Y todos la cogimos de ahí"
Cuando murió Franco, usted era director de 'ABC'. Alguna vez ha dicho que ese fue el día más impactante de su vida. Cuéntemelo.
Antes hubo un momento cumbre: el asesinato de Carrero Blanco. Esa fue, en cierto modo, la premuerte de Franco. Nos fuimos preparando. La muerte de Franco empezó a ser una noticia plausible. Recuerdo haber ido al hospital para ver cómo íbamos a cubrirlo desde un punto de vista logístico. Dónde estaban los teléfonos, cómo comunicarnos… Quién se coloca en cada sitio.
Esa noche sucedió algo especial. Había rumores, pero quien tiró palante fue Antonio Herrero Losada, en Europa Press. ¿Cuánto tiempo sacó al siguiente? ¿Cinco minutos? Pero todos dimos la noticia a través de Antonio. También en el extranjero. Era un día… No había reloj, no había nada más que la noticia.
Quiero leerle dos párrafos del editorial de 'ABC' aquel día. Ahí va el primero: “Ha desaparecido de nuestro ámbito el hombre que fue cerca de cuarenta años guía firme y estímulo infatigable de la sociedad española; a quien somos acreedores por tantos y tan varios y tan patrióticos y memorables actos de Gobierno; el hombre que supo labrar el mejoramiento de nuestras condiciones de vida”. ¿Cómo fue la reunión de portada?
No se puede volver al pasado. Ese editorial se escribió en un Consejo de Redacción en el que estaba yo, el presidente de ABC y otros tantos. La postura del periódico quedó reflejada en el texto. ¿Lo cambiaría? Es una pregunta a la que no puedo responder.
¿Qué sensación ha tenido cuando se lo he leído?
Ninguna.
–Silencio–.
Los editoriales de ABC son trozos de historia viva de España. El texto reflejó lo que pensaba la empresa, no sólo lo que pensaba el director.
¿Fue difícil pactarlo en aquel Consejo de Redacción?
No lo recuerdo. Honestamente. Además, ese editorial debía de estar escrito varios días antes.
Ahí va el otro párrafo: “En manos de todos, ¡que nadie se excluya!, está el porvenir de España”. ¿Era un mensaje entre líneas? ¿Qué quisieron decir?
“Que nadie se excluya” quería decir, en el fondo, que no deseábamos una prolongación de la dictadura. Que no se adoptara una postura antidemocrática. Ese “que nadie se excluya” fue expresivo y certero. ¿Se pudo decir más? Bueno, se pudo. Pero no se dijo. La historia está escrita.
Permítame que abra un paréntesis. Es que hay algo que me han contado y que me ha llamado mucho la atención. Usted es numerario del Opus Dei. Ya lo era cuando dirigía periódicos. En aquella época, los numerarios no podían asistir a los espectáculos públicos. No podían ir al cine ni al teatro. ¿Se puede dirigir así un periódico?
Yo he ido al teatro y al cine porque mi profesión requería estar al día. Llevo 67 años en el Opus Dei. Me ha servido para conocer la libertad personal y el servicio a los demás. En este caso, el servicio a los lectores. ¿Tenía que ir a espectáculos? Pues iba.
Pero era una excepción entre los numerarios, entonces.
No es que hubiese clases. Cada uno funcionaba en relación a sus necesidades. Si me encargaban una crítica de teatro, iba.
¿Cuál era la razón antropológica de esa decisión? El no asistir a espectáculos públicos. Entenderá que me resulte raro, sobre todo si se trata de hacer periodismo.
Lo que podríamos llamar el factor de diversión no se valora entre los numerarios. Porque el numerario es quien lleva la coordinación y el desarrollo del Opus Dei. Es una entrega completa. El fundador lo explicó. Tú cuando te apuntas sabes... “No se va a los cines porque hay esto”.
“¿Esto?”. No entiendo.
Es el criterio fijado por el fundador y el numerario está de acuerdo. ¿Uno tiene que ir por su profesión? Pues lo plantea personalmente con la gente que dirige el Opus Dei. Pero con una gran naturalidad.
En unos papeles personales que ha tenido la amabilidad de facilitarme para preparar esta entrevista, dice sobre la confección de un periódico: “Dios añadirá”. Los días que no tengo un buen tema, cuando entro a la reunión de portada con Pedro J., me gustaría que eso me funcionara.
San José significa, según la doctrina cristiana, “Dios añadirá” [sonríe]. Consiste en tener esa visión sobrenatural en momentos difíciles, pero sin que sustituya al esfuerzo. Me he visto en situaciones muy complicadas y la formación espiritual siempre me ha ayudado.
Me recuerda a eso que contaba Julio Camba: a primera hora de la tarde, en la redacción, nadie tenía nada para el día siguiente. Pero, de pronto, se hacía la magia. Un milagro. Camba se iba a tomar una copa y a escribir el artículo. Cuando regresaba, había un periódico entero.
La formación de equipos es muy importante. El enfoque espiritual también. No hablo de un periodismo religioso, pero sí de tener ese enfoque presente cuando se trabaja.
"Los últimos años del franquismo no fueron odiosos en la censura"
Cerramos paréntesis, volvemos adonde estábamos. Un viejo conocido suyo me ha trasladado una pregunta para usted. Luis María Anson: “Querido José Luis, ¿en qué medida la censura condicionó el ejercicio del periodismo cuando dirigiste 'ABC'?”.
¡Hombre, Luis María! Cuánto tiempo. Creo que la censura me condicionó poco. La censura no era irritante, ya era una cosa más bien negociada. Llegué a ABC en marzo de 1975. Los últimos años del franquismo no fueron odiosos en la censura. La ley de 1966 fue importante, como le contaba, en ese sentido, pese a los frenazos.
Cuando le hicieron director de 'ABC', los redactores habían votado en contra de su nombramiento. Imagino que es difícil empezar así.
Primero, muy importante: hay que saber lo que es una redacción.
¡Precisamente por eso! Las redacciones las carga el diablo.
Yo ya sabía muy bien lo que era una redacción. Quise correr el riesgo de que me hicieran un boicot. Creo que puedo decir una cosa con absoluta sinceridad: nunca me ha preocupado el trato con la gente. ¿Me recibían de uñas? Eso se pasará conforme vayamos trabajando.
La relación con ABC comenzó cuando cerraron El Alcázar. Como aquello había ido muy bien, los Luca de Tena me ofrecieron lanzar un vespertino para ellos con la marca de Blanco y negro. Presentamos un proyecto y les gustó muchísimo. Pero Fraga les dijo: “Me parece bien, pero si Cebrián Boné no es el director”.
He podido leer aquella conversación durísima con Fraga en sus papeles. Antes se la he mencionado por encima. Le impactó tanto que la transcribió en cuanto salió de su despacho.
Le dije a su secretaria: “Ya que me ha puesto un veto, me gustaría hablar con él”. Me recibió inmediatamente. “Tengo una buena relación con la casa de ABC, ¿cómo me la voy a jugar poniéndole a usted de director de un nuevo diario del grupo? Mientras yo sea ministro, usted no será director”. Eso fue lo que me dijo.
Y luego lo de “por encima de mi cadáver”. Y saltar el cadáver de Fraga debía de ser muy difícil en todos los sentidos.
Le contesté: “No me dedico a saltar cadáveres”. Me ofreció un puesto en TVE para que no dirigiera ningún periódico.
Un soborno, vamos.
No lo acepté. ¿Cómo iba a hacerlo? Yo respondía por un grupo de redactores. Con muchos de los que estaban en El Alcázar habíamos ideado el nuevo proyecto para ABC. En mi vida, no vale vender a los compañeros. Fue duro lo de Fraga, no le voy a engañar.
"¿Qué gano yo ahora diciendo que estuve muy perseguido? Un profesional del periodismo tiene que ser optimista para salir adelante"
Usted y yo sólo nos hemos visto dos veces, apenas le conozco. Pero tengo una sensación que me gustaría compartir: le han echado de dos periódicos por sus ideas, Fraga le prohibió volver a ser director, también están los expedientes del régimen… Y habla como si no hubiese sido para tanto. “La censura no era tan dramática”, ha llegado a decir. Es de un optimismo admirable.
¿Qué gano yo ahora diciendo que estuve muy perseguido? He tenido éxitos y fracasos. He sido un profesional. Y un profesional del periodismo tiene que ser optimista. Si no, no sale adelante. Antes ha intervenido Luis María Anson. Ahí tiene un profesional. Yo le admiro, y no fue precisamente de los que me recibió bien cuando llegué a ABC. Muchos pensaron que iba a ser él nombrado director.
Y se fue usted a verle.
Sí, porque había escuchado algunos comentarios. Le dije: “Luis María, ¿qué quieres que haga? Si me fichan, tengo que aceptar. Tú habrías hecho lo mismo que yo en mi piel”. La conversación fue muy bien. El trato que he tenido con Anson ha sido positivo. Con los años, ha crecido mi admiración por su profesionalidad. Es uno de los grandes. Oiga, que está igual que yo, ¡seguimos vivos!
Hombre, claro, y tan vivos, la pregunta que le he hecho de su parte me la ha trasladado hoy mismo por teléfono.
¡Pues cómo me alegro!
En 'ABC', a usted no le dejaron elegir a su equipo y le montaron una especie de Consejo de vigilancia. Llegaron a decirle: “Usted ha venido aquí para vender periódicos, la línea editorial la marcamos nosotros”.
Me lo dijo personalmente Ruiz Gallardón [el padre de quien luego fue alcalde de Madrid y ministro de Justicia]. A mí me ficharon porque el periódico se iba a hacer puñetas y yo era un buen vendedor de periódicos. Un director con experiencia para dirigir un equipo difícil. Sabía que corría riesgos. Pero me compensaba. Siempre hubiese dicho que sí. Un periodista no puede decir que no a ABC. Y mucho menos por miedo.
El profesor Carlos Barrera publicó las normas editoriales que le dieron cuando llegó a la dirección de 'ABC'.
No sé de dónde las sacó, pero a mí no me dieron ninguna norma editorial por escrito cuando llegué a ABC. ¿Formaron un Consejo de Dirección? Sí, me pareció acertado. Debían haberlo tenido antes. Creo en los mandos colegiados, aunque la responsabilidad política la tenga el director.
No obstante, le quiero leer algunas de esas normas por si usted cree que reflejan la realidad de lo que se encontró. Decían que había que “respetar el espíritu del 18 de julio”, pero al mismo tiempo había que promover la evolución; que no se compartían los postulados de Falange, pero que había que tratar bien a la Falange. Para volverse loco, ¿no?
Esos papeles jamás los tuve en las manos. Son una ficción que no sé quién ha puesto en marcha. Resulta sarcástico. No acepté entonces ni nunca normas por escrito desde el punto de vista editorial.
Uno de sus editoriales más polémicos como director de 'ABC' fue el posicionamiento contra la legalización del Partido Comunista. ¿Fueron los fundadores o usted quien lo decidió?
En el Consejo de Dirección, del que formaba parte, decidimos que esa debía ser la línea del periódico. Si usted me pregunta si estuve en disconformidad con la postura, debo decirle que no. No manifesté ninguna disconformidad. Si hubiese estado en contra, no se habría publicado. Y eso que Adolfo Suárez fue muy amigo mío.
'ABC' pidió clemencia ante los últimos fusilamientos de Franco. ¿Tuvieron usted y los directores de entonces la oportunidad de hablar con el Gobierno? ¿Intentaron influir en la sombra más allá del editorial?
Nuestra postura quedó reflejada en el editorial. Eso que dice de llamar yo creo que ni nos lo planteamos. No se podía. No se hizo más que yo sepa.
Pedro J. Ramírez fue discípulo suyo en 'ABC'. Tiene una pregunta para usted: “Tú me enseñaste a titular y a utilizar las técnicas explicativas en la prensa tradicional, ¿cómo las adaptarías al soporte digital? ¿Cuáles son las ventajas e inconvenientes de internet?”.
La noticia siempre será la noticia. Con un soporte u otro. Les cuento una anécdota. En un momento dado, el New York Times se hizo esa misma pregunta. Hicieron un concurso. Preguntaron por “La evolución de la prensa en el futuro”. Seleccionaban a diez personas. “Uno de ustedes va a liderar un proyecto piloto del New York Times ante el futuro”.
Publicaron un resumen. Punto número uno: ni tocar el papel, que ha sido el vehículo del triunfo, por mucho que haya disminuido su difusión. Punto número dos: postura abierta, detectar los errores y, cuando haya desvíos, intentar cortarlos.
¿Cuáles son los males de internet?
La superficialidad, la mera titulación sin que el texto lo respalde; y la velocidad… Esa obsesión por querer llegar el primero. Eso ya pasaba con el papel, pero se ha multiplicado peligrosamente.
Yo siempre he tenido una máxima: ser grandes en los grandes temas. Internet ofrece muchas posibilidades para eso, pero los males que he mencionado suelen evitarlo. Internet es un caballo salvaje que no está domado y que no parece que se pueda domar pronto.
"Mi falta de éxito en 'ABC' tuvo que ver con la salida de 'El País', que fue un éxito desbordante y nos pegó un mordisco fortísimo"
'ABC' es el único periódico que usted ha dirigido que no creció meteóricamente a su mando en número de ventas. ¿Tuvo que ver con esa falta de capacidad ejecutiva en la redacción? Por el boicot, digo, y la vigilancia del Consejo.
No. Tuvo que ver sobre todo con la salida de El País, que fue un éxito desbordante. Respondió a las necesidades de gran parte de España y pegó un mordisco fortísimo a ABC. Evitó un desarrollo que yo tenía concebido para el periódico.
En sus papeles personales, habla de “dar doctrina” a los lectores. ¿No es eso peligroso? ¿Los problemas de hoy no tienen que ver precisamente con el exceso de doctrina? La llamada moralización de la cultura, que acaba desencadenando la cancelación.
Dar doctrina católica es algo que pide desde el principio el propio Evangelio. Pero me explico: hablo de articular la formación de las conciencias siempre respetando la libertad individual. La gente puede ser o no católica, pero yo tengo una concepción cristiana de la vida y, en lo que he podido, he contribuido a la defensa de la familia y otra serie de factores que coinciden con la doctrina de la iglesia. Pero no creo que haya hecho periodismo eclesiástico. Ante los grandes temas de la convivencia, una visión cristiana de la vida.
¿Y a los redactores? Según me explicó, usted tiene 700 fichas, una para cada uno de los periodistas que dirigió. ¿Para qué servían?
He hablado mucho con la gente con la que he trabajado. Siempre que he podido, me he interesado por su trabajo, pero también por su personalidad; y por intentar desarrollar sus potencialidades. Por ejemplo, Pedro J. tenía un don especial para hacer entrevistas. En cuanto me di cuenta, lo cambié de sitio y le puse a hacer entrevistas. Esto puede parecer una obviedad, pero no lo es tanto cuando se dirige un periódico grande. Intentaba hacerlo con todos.
En ABC, hablé con todos los redactores. Recuerdo que uno me dijo: “Oiga, yo llevo trabajando dieciocho años aquí y jamás había entrado en el despacho del director”. ¿Ve a lo que me refiero? Ese es mi estilo, no es ni mejor ni peor, pero es mi estilo.
Me da la sensación de que a veces usted actuaba como un padre para sus redactores. ¿Eso le funcionó? ¿O el director tiene que ser temido?
He podido ser temido, aplaudido, silbado… Forma parte del trabajo. Lo que uno no debe ser es ingenuo. Lo mismo hice cuando me nombraron director de Europa Press. Hubo un movimiento interno: “Este no sabe dirigir una agencia”. Me fui a hablar con los líderes de aquello. “A ver, qué tenéis contra mí, cómo lo arreglamos”. Y las cosas funcionaban. Soy un buen encajador de derrotas. No guardo ni un solo rencor.
¡Ni a Fraga!
Mire esta foto [enseña una foto en la que aparece reunido con Fraga]. Nos vimos muchos años después, cuando yo era director de Europa Press. Charlamos, recordamos el pasado. Es la vida.
Un periodista de aquella época me dijo una vez: “Los periódicos eran franquistas, pero los periodistas eran casi todos rojos”. ¿Qué piensa usted?
Hombre, en una dictadura es normal que los periodistas reaccionen y se conviertan en vendedores y promulgadores de la libertad. No creo que hoy la mayoría sea de izquierdas. Tampoco lo contrario. ¿Le cuento la síntesis de mi pensamiento?
"Necesitamos dos cosas: coraje y optimismo. Hay que enfrentarse a los problemas con las características típicas del español medio. Salero y coraje"
Adelante.
En 2022, España necesita dos cosas que le faltan: coraje y optimismo. Nos enfrentamos a problemas sin protagonizar las soluciones. Hemos perdido mucho calibre. España está devaluada en cuanto a capacidad de acción. ¿Y el optimismo? No estamos a tiros, el país funciona razonablemente, existe el orden público, el ejército no es coercitivo sino colaborador, ha subido el nivel de vida, no existe el hambre… Mire, hay que enfrentarse a los problemas con las características típicas del español medio: salero y coraje.
Por cierto, la izquierda de hoy dice que Vox es la herencia del franquismo. Usted que tanto conoció el franquismo, ¿está de acuerdo?
Conozco poco a Vox. No lo he estudiado a fondo. Su postura es defendible. No creo que sea una ultraderecha horripilante como la que pueda haber en otros países. Es una derecha bastante radical que defiende valores de manera valiente. Me parece respetable.
¿Y la izquierda? ¿Ha cambiado mucho? Desde la oposición antifranquista hasta hoy.
La aparición del populismo en España ha sido muy negativa. Generan poca cohesión, dividen.
Cuando dirigió 'El Alcázar', alcanzó un éxito de ventas brutal. Era información popular: fútbol, toros, sucesos, internacional… Hay algo que España no puede perdonarle, don José Luis: lideró una campaña atroz contra los Beatles. Sin ningún tipo de piedad. Hay muchos datos sobre ella en el libro 'El Alcázar, del asedio al expolio', del profesor Jordi Rodríguez Virgili.
Cuando vinieron a España, parecía como que venían a enseñarnos… Creo que ese asunto pudo matizarse y, desde un punto de vista de valoración, fue una equivocación [se le empieza a escapar la risa].
Una "equivocación".
Se adoptó esa postura contraria, como diciendo: “Estos tíos vienen aquí aparentando no sé qué, como que vienen a arrasar. Oiga, pues no tanto”. Esa fue nuestra tesis.
Sí que acertó con el pronóstico.
Sí, es algo como para retirarse de la circulación [suelta una carcajada].
¿Realmente no soportaba a los Beatles o era una cuestión editorial?
Es que el clima era el siguiente: hubo un momento en que se exageraba todo y los Beatles parecían una especie de semidioses. El periódico adoptó esta tesis: “No es para tanto”. Y nos pasamos en el no es para tanto.
¿Hoy los escucha?
No soy muy de música. Me gustan, sí. Tuvieron continuidad y coherencia. Su obra ha quedado para la historia de la música.
Usted se inventó aquello de regalar cosas a los lectores: viajes en avión para ver al Real Madrid en Europa, por ejemplo. Hoy, casi nadie se suscribe a los periódicos. ¿Cómo les convencemos?
Si lo supiera, montaba un periódico ahora mismo y me forraba. Creo que es muy importante la continuidad: me gustaban muchísimo los seriales. Bien elegidos, funcionan fantásticamente. Pero es difícil de analizar.
A este respecto, tengo una pregunta para usted de parte de otro Cebrián, Juan Luis: “¿Crees que las redes sociales acabarán matando a la información solvente y profesional?”.
Otro grandísimo profesional, Juan Luis. Las redes sociales entrañan un fallo total: la multiplicación de opiniones. Con una irritación añadida. Con ataques añadidos. Creo que sólo tienen valor porque añaden a mucha gente en la conversación. Pero se está mezclando mucho también con la publicidad. De momento, no las estamos sabiendo aprovechar.
"Va a ser difícil encauzar los problemas de Juan Carlos I con la continuidad de la monarquía"
Para ir acabando: “Europeísta y cerebralmente monárquico”. Es lo poco que he encontrado sobre su ideología política dicho por usted mismo. ¿Lo mantiene?
Lo de europeísta lo mantengo. Sin duda. Pero con una gran preocupación añadida. El brexit ha sido una puñalada trapera. Tenemos una espada de Damocles encima: Ucrania. Los presagios referidos a Rusia no son buenos.
Cerebralmente monárquico lo he sido desde pequeño. A España le va bien tener una monarquía. Somos fruto de una historia. Y el balance de la monarquía es más positivo que negativo. Por otro lado, la monarquía hoy juega un papel de equilibrio muy interesante.
Conoció al Rey Juan Carlos, gran protagonista de la Transición.
Lo traté muchísimo. Lo conocí cuando era el heredero y yo el director de El Alcázar. El trato que tuvimos fue fantástico. Lo considero un buen amigo. Lo he respetado mucho. Sus opiniones me parecían un servicio a España.
¿Le han decepcionado sus problemas fiscales y su conducta en los últimos años?
No me lo he planteado.
No le creo.
Me ha dado pena. No ha sido un acierto por parte de él. Va a ser difícil de encauzar para la continuidad de la monarquía.
En los días de 'El Alcázar', su archienemigo fue el diario 'Pueblo', con el que mantuvieron polémicas durísimas. Uno de los redactores del periódico que dirigía Emilio Romero era José María García, que quiere hacerle una pregunta: “Querido José Luis, ¿no te da pena el monumental paso atrás de los actuales dirigentes de periódicos?”.
Es interesante hacer un planteamiento sobre la figura del director de periódicos hoy. Miro al New York Times y a todos los grandes medios similares. No eligen un director conocidísimo, excesivamente destacado. Se tiende a conformar grandes equipos de dirección. Grupos de tres o cinco personas. Estamos en un momento de crisis cultural fuerte, es como si todo estuviera carcomido. Soy optimista, también sobre la profesión.
Cuando se cree en la vida eterna, es muy importante tener las maletas hechas. Me lo dice un amigo muy religioso. ¿Qué le dice a usted su conciencia?
Cuando me tenga que ir al otro barrio, espero que sea a un barrio bueno. Mire, en 1940, siendo un niño, tuve un accidente casi mortal. Estaba veraneando con mi familia. Me regalaron un cazamariposas. Al otro lado de la carretera, frente al hotel, había unos jardines. Crucé entusiasmado para estrenar el juguete, me pilló un coche a toda velocidad. Me lanzó unos quince metros. El conductor se dio a la fuga.
Perdí el conocimiento. Cuando a mi madre le dijeron que me debatía entre la vida y la muerte, ella respondió: “Si se cura, lo pasaremos por el manto de la virgen del Pilar”. Así fue y aquí estoy. Intento querer a los demás. Es el mayor descubrimiento de la vida. Lo he intentando con todos mis redactores.